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El Imparcial / Sonora / Caravana de migrantes

Migrantes: Un largo viaje hacia un destino incierto

• Génesis amamanta a su hijo, un bebé de apenas dos meses de edad, sentada sobre una jardinera en el Albergue del Sagrado Corazón en Guadalajara. Son las 17:00 horas y le dieron una buena noticia: Saldrán al Norte en camión y no en “La Bestia”.



Casi 700 centroamericanos buscan llegar a la frontera con Estados Unidos; la mayoría quiere ir a Tijuana. Muchos niños están enfermos, pero organizaciones sociales consiguieron dos camiones que los traerán hasta Hermosillo, Sonora.



Alrededor de 30 mujeres, con sus hijos, se quedan. El resto, madres con niños que no están enfermos, familias completas y hombres, deben partir, pues el tren saldrá cerca de las 20:00 horas. A pie, muchos recorren unos 7 kilómetros hasta la estación del ferrocarril.



El 17 de abril la Caravana Migrante llega a la capital de Jalisco: Han pasado 23 días desde que salieron de Tapachula, Chiapas, y llevan poco más de mil 500 kilómetros recorridos, menos de la mitad de su camino.



En la iglesia contigua al albergue donde durmieron dos noches, Josué, un salvadoreño que viaja con sus dos hijos y su esposa buscando llegar a Texas, se muestra preocupado. Su hijo mayor fue diagnosticado con principios de neumonía.



En su país no le iba tan mal. Asegura que era gerente de una franquicia de pizzas y ganaba 250 dólares quincenales, cifra a la que sumaba las propinas. Pero la violencia en su país lo obligó a dejarlo todo en El Salvador.



“Es bien dura la situación por la Policía, las pandillas ¡cómo lo acosan a uno!, la violencia... yo he tenido varias situaciones: Mi hijo fue testigo de un homicidio, a mí me han amenazado, que me quieren matar”, relata.



“La Bestia” está por llegar



Son las 21:00 horas del 18 de abril y los migrantes caminan hacia los patios de la estación del ferrocarril. En un terreno contiguo, Irineo Mújica, representante de la organización Pueblos Sin Fronteras, les pide mediante un altavoz que se formen en filas de 20 personas, pues “La Bestia” está por arribar.



Génesis se quedó en el albergue junto a César, su bebé de nacionalidad mexicana.



Ante la expectativa de la llegada del tren, la gente se altera: Leo, un hondureño, ofrece cigarros en venta para aliviar la espera. Encontró en esto una forma de hacerse de unos pesos.



La gente comienza a acostarse sobre la tierra. A la 1:30 de la mañana una locomotora se asoma; los organizadores dicen que es el tren “bueno”.



El orden se rompe: La prioridad es alcanzar un espacio. Como pueden, los migrantes se trepan a los vagones. 1:45 horas, ya del jueves, y el tren parte rumbo al Norte.



“La Bestia” es el nombre que se le da al tren donde viajan los migrantes en México. En Centroamérica se conoce también como “el tren de la muerte”, ya que miles de personas han perdido la vida en aras de llegar a Estados Unidos, o han quedado mutilados.



Bien podría en esta ocasión tomar otro nombre. El ferrocarril lleva sobre su “lomo” a más de 600 personas que se traducen en el mismo número de historias, las cuales se multiplican por miles de sueños.



Crujen los vagones



“La Bestia” toma velocidad. Se mueve de un lado a otro, los vagones crujen y las ruedas emiten rechinidos que hacen estremecer la piel. Algunos prefieren sentarse y observar el manto de estrellas que, omnipresente, parece iluminar su futuro incierto.



Uno tras otro los vagones serpentean por más de un kilómetro entre la sierra de Jalisco. Los túneles hacen la noche más oscura. La distancia es cada vez menor, pero aún faltan más de mil kilómetros para llegar al destino final: Tijuana, Baja California, y luego Estados Unidos.


El día es igual de difícil: El Sol quema sobre la piel y no permite disipar el cansancio. En las góndolas -donde van mujeres y niños-, improvisaron un techo con cobijas.



No queda espacio en el suelo: Van hacinados.



Es 19 de abril, la Caravana ha llegado a Tepic, Nayarit, donde el carguero se detiene por una hora. Los migrantes, originarios de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y México, aprovechan para bajar y descansar un poco tras una noche dura.



A bordo del tren, Leo Flores, de 21 años de edad, platica que en su país, Honduras, no hay oportunidad, que la violencia es un flagelo que no acaba. Por ello sus coterráneos buscan ir a un sitio donde simplemente puedan vivir en paz.



“Salimos por la falta de empleo y por la violencia, falta de oportunidades para salir adelante y cómo sacar adelante a nuestras familias, porque vienen nuestros hijos, nuestros hermanos... y van a seguir la misma ruta que nosotros, seguir en lo mismo”, dice.



El cansancio es notorio, las fuerzas flaquean, pero hay que seguir. Con el Sol a cuestas, el tren avanza por Nayarit y toma Sinaloa; a las 16:00 horas del jueves llega a Mazatlán. Dos horas y media después parte hacia Culiacán donde hay amenazas de un asalto. Pero nada pasa.



De nuevo la noche. A bordo de “La Bestia” nada es fácil. La gente apenas consigue un pequeño espacio para intentar dormir, pero es casi imposible. El vaivén de los vagones dificulta conciliar el sueño. El frío cala hondo.



El ferrocarril se detiene. Son las 5:30 de la mañana y nadie sabe qué pasa. Están en Estación Sufragio, en Sinaloa, cerca de Los Mochis. Avisan que saldrá de nuevo a las 16:00 horas, y la gente baja confiada. Muchos aprovechan para descansar o para tomar un baño.



Cansados y sin comer



La familia Aguirre lleva todo el día sin comer. Ellos viajan completos: La señora Evangelista, su esposo y sus tres hijos quieren llegar a Tijuana, donde establecerán su vivienda. Su alimento fueron mangos verdes y agua.



“Es la fe que yo llevo, porque hay un Dios que está vivo. Nosotros no lo miramos a Él, pero Él sí nos mira a nosotros y cuida los pasos de nosotros. Es la fe que yo llevo, aunque vaya cayendo, hay que levantarnos”, señala la joven mujer.



A las 20:00 horas, “La Bestia” parte hacia Sonora. Antes de las 23:00 horas por fin está en un Estado fronterizo. No para en Navojoa y avanza hacia Ciudad Obregón, donde frena por unos minutos. Los


migrantes se aferran a su “lomo”, cansados, pero no vencidos.



Por la madrugada del sábado 21 llega a Empalme, Sonora. Unas 15 personas abordan a los migrantes con comida, agua, ropa. Dos horas después el tren sale de nuevo: El destino es Hermosillo, a donde el ferrocarril arriba pasadas las 11:00 de la mañana.



La solidaridad de la gente se desborda, los migrantes bajan del tren y los llevan a dos albergues, les informan que saldrán en dos días más. Aquí realizarán el trámite de su visa mexicana, les dicen.



Génesis también llegó a Hermosillo con el pequeño César, quien luce acalorado.



Es 28 de abril y alrededor de 200 migrantes centroamericanos siguen en Hermosillo. Se quedaron varados. Sus necesidades van en aumento, pero están a la espera de la visa.



Se adelantan



Días antes, algunos de sus compañeros han salido en camiones hacia Tijuana, entre ellos Génesis.



“Para mí es muy importante ver cómo la sociedad civil, la sociedad eclesiástica y los académicos hemos levantado la voz para protestar por el incremento de la discriminación y la violencia contra los centroamericanos a su paso por México”, señala Gloria Ciria Valdez Gardea, experta en Migración de El Colegio de Sonora.



Mientras la inequidad y la desigualdad sigan en crecimiento en América Latina, dice, mientras crezca la asimetría entre la sociedad, la migración no terminará.



Pedro Ultreras, periodista de Univisión, quien por 10 años ha documentado la migración centroamericana, considera que estas personas ya no van tras el “sueño americano”, sino que simplemente huyen de amenazas en sus países hacia un lugar donde puedan vivir en paz.



“Creo que el Gobierno mexicano está fallándole a los derechos humanos de estos migrantes que pasan por nuestro País”, enfatiza, “debería hacerse un poco más.



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