Norma Yolanda abre brecha a las mujeres
“Me decían que no era propio, que no era mi camino, que si para qué, que me dedicara al hogar, me veían rara; no había aceptación”, expresó Norma Yolanda Ruiz Figueroa, una de las primeras mujeres que obtuvo el título de abogada en Sonora.
Pero sí, la única mujer que por años dirigió la Jefatura del Departamento de Derecho en la Universidad de Sonora (Unison), que pudo desempeñarse como académica durante aproximadamente cuatro décadas por su gran pasión de formar jóvenes.
Su tenacidad y trabajo contribuyó a desterrar más el mito de que las mujeres no eran iguales en capacidad que los hombres.
El principal desafío con el que se enfrentó por el simple hecho de ser mujer fue una sociedad donde no era bien visto ni aceptado que una mujer, mucho menos casada y con hijos, asistiera a la
Universidad.
Titulada en Derecho por la Unison, Ruiz Figueroa sintió en su propia piel la inexistencia de las mujeres en aquellos tiempos.
“Había un gran respeto por las mujeres, pero siempre pensando en masculino y no en femenino, se portaban superhombres”, recordó, “la sociedad en ese tiempo era machista y siempre ha sido machista.
“Yo nunca quité el dedo del renglón”, enfatizó, “mi aspiración, mi vida era ser abogada, yo siempre quise ser abogada”.
Sus padres, Mariano Ruiz y María de Jesús Figueroa, aseguró, le dieron una hermosa formación porque le enseñaron el respeto, pero sobre todo a amar mucho la lectura porque su papá era un adicto a ella.
“Mi padre fue abogado, asesor jurídico de la empresa minera en Pilares; mi papá venía de padres alemanes de una gran sapiencia, a ellos les prestaron el apellido”, expuso, “por lado de mi madre, ella era española y mi abuelo yaqui, vengo de los contrastes”.
La académica jubilada por la Universidad de Sonora dijo sentir mucho orgullo de venir de un ambiente especial y lleno de calidez humana.
Nació en Pilares de Nacozari de García, en aquella época un pueblo dedicado a la minería, donde hoy sólo hay un habitante, ubicado en la región Noreste de Sonora.
“Vimos cómo se iban apagando las luces (de las casas), cómo desaparecía en la oscuridad absoluta el pueblo”, recordó, “me tocó el cambio cuando se paralizó la compañía minera.
“Yo sé lo que es, cómo desaparece una pequeña ciudad y quedarse solo por meses, me quedé con mi madre porque mi papá viajó, todo se arreglaba en México en aquel tiempo”, abundó.
Tres mujeres
Después de ese tramo de su vida y de concluir la secundaria en Nacozari de García, un pueblo escondido en la Sierra sonorense, siendo aún una niña, llegó en 1953 a estudiar la preparatoria en la Unison, cuando era rector Norberto Aguirre Palancares.
“Una maestra que me veía muy estudiosa y un amigo de la familia le dijeron a mi papá: ¿Cómo es posible que no dejes a la niña estudiar? Que por qué no quería dejarme salir del pueblo, que me enviara a la Universidad”, resaltó, “gracias a eso fui a la Universidad porque mi padre me lo permitió”.
“Con trenzas y dos moños; de 15 años, era una niña, llegué a estudiar la preparatoria en la Unison, cuando sólo existía un edificio principal”, rememoró, bajo la formación de Rosario Paliza de Carpio, de gran trayectoria y una de las primeras docentes de la Alma Máter.
En ese tiempo junto con ella estudiaban preparatoria sólo otras dos mujeres: Margarita Martínez Ibarra, de 19 años (de Puebla), y Blanca Rodríguez Gaona, de 17 años.
Ahí, en la preparatoria, conoció al gran amor de su vida, su maestro de Derecho Civil, con quien se casó y procreó cuatro hijos, lo cual la obligó a hacer una pausa en su vida estudiantil y retirarse de la Universidad para cuidar a su familia, pero volvió en 1972 a la máxima casa de estudios, cuando tenía 27 años.
“Me caso a los 19 años, tengo a mis hijos, me dedico totalmente a la casa, a la cocina y a lavar pañales”, recordó, “pero yo siempre quería ser abogada”.
A su edad adulta está en buena forma, bien vestida, es sencilla. A simple vista se ve una mujer culta, paciente y de una gran calidez humana y modesta. Sus ojos no se pierden de nada. Su mirada y su voz son dulces, pero cuando habla es fácil notar que siempre supo lo que quería y que lo lograba.
“Fue difícil regresar a la Universidad, no había disposición en ese entorno, máxime conmigo; yo tenía hijos”, recordó, “los vecinos, los entornos sociales, que si para qué y por qué; a mis hijos yo nunca los dejé solos; yo seguí”.
“Una sociedad muy difícil, tenía la concepción que la mujer se casaba y debía estar en casa, ¿imagínese con hijos en medio de la chamacada?”, agregó.
Con una fotografía donde aparece junto a su compañero de vida, con lágrimas sacó del pasado sus recuerdos: “Mi esposo en todo momento me alentó, me decía ¿qué te impide estudiar?, me decía que siguiera mi sueño”.
“Me levantaba tempranísimo, a las 5:00 de la mañana, bañaba a mis hijos, los cambiaba, pasaba el camión de la escuela por los hombrecitos antes de las 7:00, y por mi hija, también antes de las 7:00; a esa hora me llevaba mi viejo y me dejaba en la Universidad de Sonora”.
Su pasión
Después de cinco años, Ruiz Figueroa concluyó su carrera de Derecho el 2 de agosto de 1977 y el 20 de octubre de ese año se tituló con la tesis “Dicología sobre la conducta del menor”. Muy pronto ella empezó a laborar en la Universidad y a impartir la materia de Filosofía del Derecho, lo cual significa para ella la base de la estructura humana.
“La Universidad fue mi otro hogar, mi gran amor fue formar jóvenes por generaciones; tengo ex alumnos que son magistrados o magistradas, otros están en otros ámbitos de trabajo, les fue bien; me ven en la calle y me saludan ya con hijos”, expresó alegre.
La maestra revivió los festejos con cada uno de sus ex alumnos, pues nunca olvidó el día de sus cumpleaños.
“Yo les hacía ollas grandes de pozole, de menudo en el día de su cumpleaños, o su pastel”, relató, “yo les pedía su nombre, de dónde era originario y su fecha de nacimiento a todos, ¿para qué?, se preguntaban”.
“Un día vi llorar a uno de mis ex alumnos porque a su edad jamás le habían hecho un pastel en su cumpleaños, me dolío mucho”, contó.
Con su talle erguido, definiéndose como una mujer a quien no le gustan los elogios, Ruiz Figueroa aseguró que el hecho de que una mujer casada tenga un título profesional no le impide desempeñar las responsabilidades domésticas y ocuparse del bienestar de la familia, porque para ella, además de formar jóvenes, también pudo estar en la cocina y lavar pañales.
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