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Sentenciados: ¿Alguien sabe de Andrea?

Tras varios años de mantener una relación como marido y mujer, con sus tres hijos, Jorge y Andrea formaban una familia normal. “Común y corriente”, dirían otros, con sus altas y bajas.

Quizá para algunos podía “resaltar” el hecho de que él tuviese unos cuantos años menos que ella, pero nada más.

Por diversas circunstancias económicas y familiares él sólo pudo terminar de estudiar la primaria, aunque eso no fue un obstáculo para que empezara a trabajar desde muy joven, logrando ser independiente.

Jorge era un tipo común, trabajador, como suele ser la gente que vive en las ciudades de la frontera.

Con el tiempo conocería a Andrea con quien se casó y formaron una familia. Con 250 pesos al día que ganaba, más el apoyo de su esposa, quien también era empleada, tenían lo necesario para vivir.

Con esfuerzos lograron criar a sus tres hijos, les dieron hogar, sustento y el estudio hasta donde cada uno de ellos quiso llegar.

Si bien es cierto que su hogar era humilde y estaba ubicado en una populosa colonia de una ciudad fronteriza del Norte del Estado, ellos, no sentían necesitar más. La familia era bien conocida por todos los vecinos.

El contacto de Andrea con su mamá y hermanos era cordial, aunque un poco distante, pues podían pasar días, semanas e incluso meses, sin que se vieran, pero aún así estaban al tanto de lo que pasaba en sus vidas.

Con el paso de los años y diversas situaciones Jorge empezó a tener algunos problemas, emocionales y económicos, lo que al parecer lo llevó a adquirir algunos vicios. Primero comenzó a ingerir bebidas embriagantes, era adicto al tabaco y, cuando menos pensó, ya estaba consumiendo “crystal”.

Entre otras situaciones, las adicciones del hombre influyeron en el ánimo de la pareja. Empezaron a tener algunas diferencias primero porque el dinero ya no alcanzaba como antes, él tampoco era el hombre del que ella se enamoró, vio cómo poco a poco se transformó en otra persona; un desconocido que ya no le agradaba más.

Tampoco el trato de ella hacia él era el mismo, empezó a marcarse distancia entre ellos.

Para él, Andrea y su familia lo eran todo, pero había cosas que no podía controlar; a pesar de ser un hombre religioso, el “crystal” lo sumergió en un mundo diferente. Su vida ya no era como ambos la habían planeado.

Una tarde de otoño Jorge llegó antes de lo esperado a su casa. Conforme se iba acercando a su hogar vio una escena poco común para él... algo “estaba raro”.

Para cualquiera a simple vista nada era raro. Sólo un automóvil estacionado afuera de su casa. Sin embargo no era de alguno de los amigos en común o de algún familiar. Ellos no tenían carro y tampoco planes, ni con qué, de comprar uno en el corto plazo.

Ya más cerca vio que era Andrea, quien conversaba animadamente con otro hombre. No era ni familiar, ni conocido, al menos no de él.

En segundos las preguntas empezaron a azotar su mente y a golpear su corazón, primero incrédulo: “¿Sí es Andrea?, ¿qué hace en ese carro?, ¿quién es él?”.

Y aunque sintió el impulso de ir corriendo y soltarle de golpe todas las preguntas que martillaban su mente, un acto de su mujer lo impulsó a detenerse en seco. No podía creer lo que veían sus ojos. Andrea se despidió del hombre que manejaba el auto con un apasionado beso en los labios.

Fue entonces que llegó el dolor y casi de manera instantánea la rabia y el coraje, corrió tras ella y prácticamente de un sólo jalón la metió a la casa.

Era inevitable la discusión y aunque pareciera que después de haber visto ese beso de despedida no hubiera mucho qué aclarar, sí tenían ambos mucho qué decirse.

Primero llegaron los gritos, después el llanto y al calor de la discusión los jaloneos. Entre los reclamos de uno hacia el otro pasaron los minutos, imposible saber cuántos.

Ese fue un día difícil para ambos, con la confianza perdida y la relación rota ¿habría manera de volver a empezar? Tres hijos fueron fruto de su amor, ¿qué les dirían, cómo manejarían la situación? ¿Jorge podría dejar sus vicios y volver a creer en ella? ¿Cómo podría ella volver a sentir admiración por el hombre que alguna vez amó?

O simplemente ya todo estaba dicho y el incidente fue la gota que derramó el vaso y puso fin a su matrimonio. No fue una situación fácil de digerir para ninguno.

Quizá por eso es que a los vecinos no les pareció raro al principio cuando dejaron de ver a Andrea en la casa y sólo estaban al tanto de la tristeza de Jorge, quien se mostraba tan deprimido que parecía caer en un pozo sin fondo.

El menor de sus hijos, Eduardo, no podía dejar de sufrir por el dolor que veía en el rostro de su padre. A veces incluso lo veía hincado en el patio de su casa y en su rostro mucho, mucho dolor.

Eduardo reflexionaba en lo mucho que seguramente entristecía a su padre el no tener contacto con su mamá, tanto como a él le angustiaba profundamente no saber nada de ella.

Después del día de la discusión nadie más supo de Andrea y tampoco era un tema fácil como para preguntarle a Jorge.

Todo era confuso en el entorno familiar. ¿Qué pasó con Andrea? ¿Por qué no se comunicaba? Era como si se la hubiera “tragado la tierra”.

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