Venezolana deja EU para regresar a su tierra
Cuando niña, Nilda le rogaba a su padre que la dejara manejar. El juego se convertía entonces en tomar turnos junto a sus hermanas, y al llegar el suyo, él la sentaba sobre su regazo y aferrada al volante, tan pequeña como era, intentaba alcanzar los pedales; emular la acción de conducir, para ella significaba la alegría.
Ahora Nilda Ovalles Bello tiene 65 años y decidió la carretera como su forma de vida. Ha viajado desde 2015, no recuerda con precisión el día, pero fue que unos meses después de la muerte de su esposo decidió salir de Berkeley, California, en Estados Unidos, donde vivieron juntos 31 años.
Hoy está en Hermosillo, Sonora, desde hace 3 ó 5 semanas –tampoco recuerda con precisión, y reafirma que eso de las fechas "no se le da"–, pues en su recorrido con el propósito de llegar a Venezuela, de donde es originaria, se ha quedado parada aquí, al acabársele el dinero.
"Viví en Berkeley que es un pueblo pequeñito, lindo, me hubiese quedado allá de no ser por la sensación de la familia", contó Nilda al recordar los meses después de la muerte de su esposo, "no me fui inmediatamente, pero ya empecé a sentir que quería estar con mi familia y por eso estoy aquí".
EN SU CAMIONETA
En Hermosillo, Nilda vive adentro de su camioneta en un estacionamiento, con la compañía que le hacen sus tres perras, un perro más y tres gatas, mascotas que ha ido añadiendo en el camino tras sus rescates en el desierto, en la carretera o en algún terreno deshabitado.
"Me tuve que quedar aquí porque me redujeron mi pensión, me la cortaron de trancazo y yo no sabía, no tengo ni idea de por qué; me dijeron que en 8 meses se va a restaurar; creo que tiene que ver con que viajé para México y que no estoy en los Estados Unidos.
"Aquí no hago nada, estoy con los perros, caminando por aquí y por allá; como por allí o en el comedor de la iglesia, donde un muchacho me dijo que fuera, que estaban dando comida", narró Nilda.
DONÓ SUS COSAS
Esta ciudad le gusta, dijo, porque es pequeña y la gente es amable y si pudiera, dejaría su camioneta estacionada en la cima de un cerro, pero le han advertido que es peligroso por los "rateros"; sin embargo, el Centro de la ciudad tiene una tranquilidad natural, aseguró.
En su viaje, no echó a la maleta más que un poco de ropa y su pasaporte. No sabía que no iba a volver y al tiempo fue que decidió donar todas las cosas que reunió en la vida con su marido. Edward diSousa, era su nombre.
"Yo creía que regresaba, por eso todas las cosas de mi esposo que hubiese querido traer conmigo, particularmente sus guitarras, también quedaron en donación; yo dije bueno, son cosas materiales, pero ahora, después de que lo hice, hubiera deseado quedarme al menos con una".
SU ESPOSO, EN UN RECUERDO
Al principio, Nilda no sintió mucho la pérdida de Edward, pero como a los siete meses, empezó a sentir. Ese dolor le duró, pero ahora está tranquila. "Era el dictado de la vida: Se nace, crece, muere y tal vez se nace otra vez".
"Ahora lo traigo en el sentimiento, en un recuerdo", expresó Nilda, "aquí no me acompaña, simplemente lo recuerdo con ese amor y que estuvo conmigo en mi pasado, pero no creo que él viaje conmigo; pero quizá un día lo vea, yo no sé".
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