El otro lado de... Horacio Soria Larrea: El coleccionista
Horacio Soria Larrea (1921-2006), maestro, rotarista, fundador del tradicional Colegio Larrea, era también un apasionado coleccionista, una faceta poco conocida del hijo de los pilares de la educación en Sonora: Félix Soria Bañuelos y Concepción Larrea de Soria.
Son sus hijos los encargados de preservar el legado del maestro, no sólo en el aspecto educativo, también en su lado más humano y uno de ellos es el del padre coleccionista de figuras de animales de madera.
Soria Larrea inició la colección luego de que en 1970 una chica canadiense que hacía intercambio educativo en Sonora le regaló una figura de madera de unos castores estilizados, según narró Carmen Teresita Soria de Sánchez, hija del finado maestro y amante de las colecciones.
El maestro Soria enriqueció la colección durante sus viajes, con piezas que trajo de todo el mundo, siempre buscando las figuras más curiosas y originales. Además de las que le regalaron familiares y amigos que lo identificaban como un coleccionista apasionado.
Entre las anécdotas que sus hijos recuerdan con cariño está la de una visita a Alemania, donde no encontraba figuras de madera. Preguntó en muchas tiendas y en una le dijeron que no encontraría piezas de ese tipo porque ese era un país desarrollado, sin embargo continuó su búsqueda y encontró dos gatitos de madera muy pequeños que trajo consigo.
Preservar esta colección es parte del legado de Horacio Soria, por eso ésta se encuentra a la vista de alumnos y padres de familia del colegio Larrea, “los muebles donde están exhibidos son los originales donde él los tenía, recuerdo que convivíamos en familia limpiando las piezas”, comenta Marco Antonio Soria.
A la colección de figuras de animales de madera se suma otra de campanas igualmente traídas de todas partes del mundo y una más de lápices de madera usadas por alumnos del colegio.
El auditorio del Colegio Larrea, es a la vez un museo de las piezas preferidas del maestro, como libros, fotografías y las máquinas de escribir que él usaba.
Para sus hijos Marco Antonio, Alejandro y Carmen Teresita, lo que lo motivaba a seguir buscando estas piezas eran los recuerdos de los lugares visitados, “cada pieza tiene una historia, esta actividad se convirtió en una pasión”. Una pasión que cutivó a lo largo de 34 años y ahora trasciende y forma parte de su legado.
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