Caninos no eligen atacar
Especialistas explican cómo el entorno moldea la conducta canina.

Mexicali,B.C.-La muerte de una mujer tras ser atacada por varios perros, conocida localmente como el caso “Amparito”, puso de nuevo en el centro del debate público la pregunta sobre por qué atacan los perros y qué medidas son verdaderamente eficaces para prevenir tragedias.
Para la médica veterinaria y etóloga clínica Claudia Edwards, los episodios fatales casi siempre son la culminación de fallas humanas: mal manejo, falta de socialización, maltrato o negligencia en la contención y cuidado de los animales.
La reciente aprobada Ley Amparito castiga la conducta de tutores responsables cuando sus animales causan la muerte de una persona. Mientras la legislación apunta a la responsabilidad humana, expertos como Edwards advierten que la solución no es castigar al animal sino corregir las causas que generan agresividad.
La agresión como síntoma
Claudia Edwards, directora de programas en Humane Works for Animals y especializada en etología clínica y medicina forense veterinaria, explicó que la agresividad es, en sí misma, una conducta adaptable y a veces necesaria.
“La agresión puede ser una respuesta de defensa si el animal no puede huir”, dijo.
Pero advirtió que cuando la intensidad, la frecuencia o el contexto de la mordida exceden lo esperable, estamos ante un problema de conducta que requiere diagnóstico.
Edwards distingue entre varios tipos de agresión:
Defensiva:
el animal defiende su vida, su integridad o sus crías.
- Ritualizada:
señales previas (gruñidos, enseñar colmillos, posturas) que usualmente evitan el daño físico si son entendidas.
- Por dolor o enfermedad:
perros con patologías o lesiones pueden morder al ser tocados en una zona sensible.
- Por frustración o falta de socialización:
cachorros que no tuvieron contacto adecuado en las semanas críticas (entre la cuarta y la duodécima semana de vida) pueden generalizar miedo y reaccionar con agresión a estímulos cotidianos.
¿Qué busca un peritaje forense animal?
En incidentes que derivan en lesiones graves o muerte, la etología forense examina video, heridas, historial clínico y el propio animal, cuando está disponible. Edwards enumeró factores que se analizan en un peritaje como la postura corporal al momento del ataque; dirección y tipo de mordida; señales previas (gruñidos, orejas, cola, tensión muscular); antecedentes de maltrato; condiciones de vida (encierro, ataduras); y si el ataque fue en territorio del animal o fuera de él.
Se revisa si la conducta es recurrente, si se da sólo con ciertos estímulos y si existe historial clínico que explique la reacción”, explicó.
Para Edwards, la principal raíz es la tutela irresponsable, señaló varios escenarios comunes como perros sueltos en la vía pública, falta de medidas de contención en hogares (rejas, puertas dobles), animales encadenados o en asilamiento prolongado, ausencia de atención veterinaria y falta de esterilización.
“Si salen los perros y no vas por ellos, es una omisión de cuidados”, señaló. “Los animales son, a la vez, agresores y víctimas”, dijo.
La especialista añadió que en muchos incidentes los dueños reportan que su mascota nunca antes había mostrado agresividad, pero en el peritaje surgen antecedentes de estrés crónico, ausencia de socialización o episodios de maltrato que condicionaron la reacción.
Mitos sobre razas “peligrosas”
Edwards rechazó la eficacia de las listas de razas peligrosas, “Las prohibiciones o registros por raza no han mostrado reducir las mordidas”, afirmó, y dijo que la evidencia internacional indica que etiquetar razas estigmatiza y complica programas de socialización y rescate.
Señaló que factores como la socialización temprana, el entrenamiento y la conducta del tutor explican mucho más la propensión a morder que la genética de la raza.
Políticas públicas
La experta propuso un paquete de medidas prácticas que, a su juicio, son más eficaces que la estigmatización:
- Esterilización masiva y accesible:
disminuye testosterona e impulsividad en machos y reduce la sobrepoblación que deriva en más animales sin hogar.
- Campañas de educación comunitaria:
instrucción para niños y adultos sobre señales caninas, cómo aproximarse a un perro y qué hacer si un animal persigue. Edwards reiteró recomendaciones concretas, no correr ante un perro que persigue, quedarse quieto o hacerse “bolita” si se es derribado, no molestar a perros que comen, duermen o cuidan crías.
- Programas de socialización temprana:
“kinder” para cachorros en parques y centros de bienestar que aseguren exposición controlada a personas, sonidos y otros animales en las semanas críticas.
Regulación enfocada en la conducta y la tutela, no en la raza:
registros útiles para focalizar campañas, no para prohibir razas; sanciones orientadas a la omisión de cuidado (animales sueltos, falta de contención, abandono).
Fortalecimiento de la veterinaria forense y peritaje:
para investigar agresiones con rigor y determinar responsabilidades reales.
La Ley Amparito y el límite entre prevención y castigo
Edwards celebró que la legislación responsabilice a los tutores y no criminalice al animal
“Los animales dependen de los humanos; si no pueden estar en condiciones dignas, no deberían estar”, dijo.
Advirtió, sin embargo, que la ley debe acompañarse de políticas de prevención (esterilización, educación y acceso a servicios veterinarios) para no convertirse únicamente en una sanción posterior a la tragedia.
Recomendaciones prácticas para la ciudadanía
La especialista dejó una lista clara de acciones concretas como mantener a las mascotas dentro del hogar o bajo supervisión, usar correa y bozal cuando corresponda, esterilizar, vacunar y desparasitar, educar a niños en interacción segura y denunciar casos de abandono o maltrato.
Para quienes se enfrentan a un perro suelto, sus consejos prácticos fueron, no correr ni gritar, evitar el contacto visual directo que pueda interpretarse como desafío, si es derribado, hacerse bolita y proteger cabeza y cuello hasta que la agresión cese.
Responsabilidad compartida
“El problema no es el perro, es cómo lo tratamos”, resumió Edwards.
El caso “Amparito” dejó al descubierto tanto la vulnerabilidad de las víctimas humanas como la de los animales que viven en condiciones de riesgo. Para la etóloga, prevenir futuras tragedias exige combinar justicia , sancionar la negligencia humana, con estrategias de salud pública y educación que aborden las causas de la conducta agresiva y reduzcan la probabilidad de que se repitan episodios fatales.
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