De pescadores a guardianes de los manglares
Las acciones de un colectivo en la península de Yucatán dan otro ejemplo de que se puede subsistir sin agotar con los recursos naturales en el proceso.

Para José Isaías, una descompresión por la pesca de profundidad bastó para decidirse a buscar una nueva vocación. Era la tercera, pero esta fue la más grave, pues se debatió entre la vida y la muerte en un hospital.
José Isaías Uh Canul, de 36 años, decidió seguir en el mar, en la costa de Yucatán, pero buscando otros medios para subsistir. Fue ahí cuando encontró su misión: el ecoturismo en los acechados manglares de Celestún.
“Decidí que mi vida debía de cambiar porque la pesca ya no era como antes, con esa descompresión cambié de vida y me interesé por el ecoturismo, tomé capacitaciones y poco a poco fui aprendiendo la importancia del medio ambiente”, dice.
José Isaías, antes de su misión ecologista y sustentable, solía pescar pepino de mar, destinado al mercado asiático y debía bucear a profundidades de hasta 40 metros para ello “Si eso me tenía que pasar para que me decidiera por el ecoturismo, pues así tenía que ser”, afirma.
El camino para llegar a donde se encuentra no ha sido fácil: la tala voraz del mangle, la pesca y caza ilegal, falta de acuerdos en comunidades y pescadores para la conservación, incluso de la apatía del gobierno federal para el cuidado que requiere la reserva de la biosfera Ría Celestún.
Con un paso lento pero duro, como los troncos de mangle, José Isaías da un ejemplo de que, desde la ciudadanía, se pueden construir proyectos y se puede reconstruir la naturaleza, solo se requiere de voluntad y consciencia del entorno, con su cooperativa “Guardianes de los Manglares”.

DÍA INTERNACIONAL DE LA CONSERVACIÓN DEL MANGLAR
La biosfera de la reserva Ría Celestún tiene 81 mil 482 hectáreas, muchas de ellas sin vigilancia, situación que se complica con los recortes que la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (Conanp).
Este sitio es mundialmente conocido como un punto de interés ecológico, pues se trata de un ecosistema que representa un sitio de reproducción de aves migratorias, es uno de los lugares con los mejores avistamientos del flamenco americano.
Los manglares también cumplen una función crucial en las temporadas de tormentas, ciclones y huracanes, al mitigar inundaciones y ser una barrera natural de estos fenómenos meteorológicos, lo que significa un alivio para la gente que vive en sus costas.
Es en esta reserva, en la Zona de Restauración de Manglar de Dzinitun, es donde José Isaías se maridó a una batalla para la conservación de los manglares, junto con otros guías que hoy conforman una cooperativa para formalizar sus esfuerzos y sobrevivir la burocracia para ello.
LA VENECIA YUCATECA
A través de un puente de madera, en ocasiones blanquecina y salada, los visitantes de este paseo llegan a un canal en medio de los manglares donde esperan las balsas y kayaks. Uno pide no llegar ahí tan rápido para seguir saboreando el paisaje.
Por estos canales, entre mangle rojo y negro, comienza la navegación por pasajes laberínticos por los que alguna vez los mayas también viajaron; algunos de los canales son naturales y otros han sido abiertos por mano del hombre.
Los árboles de manglar clavan sus raíces en el suave sedimento y se mantienen por encima del nivel del agua, rojiza, revuelta. Luego de unos 15 minutos el trayecto por el sombreado canal, las balsas llegan a un claro abierto: a la Laguna de Dzinitun, característica por su forma de corazón.
Un nuevo canal espera a los visitantes. Los rayos del sol se cuelan por donde pueden, pues el denso bosque de manglar se encuentra renovado, frondoso, en una época fértil de la llegada de aves migratorias.
El paseo por las quietas aguas de estos canales transcurre mientras un lanchero adiestrado en historia les cuenta a los turistas sobre las aves, la botánica del lugar e incluso de las leyendas mayas, como la de su versión de una historia de Romeo y Julieta de dos comunidades locales.
La excursión termina en una laguna llena de flamencos rosados que rompe con la paleta de colores que saturan la mirada de locales y foráneos.
Esta región, una transición entre la tierra y el mar, tiene muchos enemigos. Desde la “mano del progreso” con carreteras que cortan la circulación del agua de mar hasta la tala ilegal, la caza y la pesca descontrolada.

NO PUEDO SOLO
José Isaías y su equipo de turistas tienen muchos retos, pero han decidido afrontarlos, pues comprenden que si el ecosistema de la reserva se termina, también termina el sustento de su familia, de la fauna del lugar. Justo como ocurre poco a poco en el mundo.
En los últimos 12 años pudo organizarse y ahora debe convertirse en una cooperativa, para que bajo el ojo burocrático pueda seguir salvando la reserva, con todas las de la ley.
También de esta manera puede recibir donaciones y pagos, para poder mantener la vigilancia comunitaria y así impedir que asentamientos irregulares en esta reserva ganen territorio dentro de los manglares y humedales, ocupados por una fauna exquisita.
Luego de cambiar el paradigma en la forma de aprovechar la reserva, muchos pescadores le dieron la espalda. “Afortunadamente hay turismo más consciente, que busca proyectos ecológicos, de conservación, que aporten”, comenta José. “Y pues, yo solo no puedo”.
José tiene un permiso como guía federal y ha llegado a atender hasta 250 turistas por mes. Tan solo obtener esa credencial tuvo que pagar unos 37 mil pesos, además de invertir otros 17 mil pesos en equipamiento.
YA NO CREO EN EL GOBIERNO
“Ahora creo en los turistas, en los visitantes, los que conocen el sitio y saben que debe de protegerse”, afirma tajante José.
“Muchas veces el gobierno va y busca ayuda al extranjero en nombre de nosotros, pero al final nunca vemos invertido el dinero aquí”.
Por lo pronto, en colaboración con la Conanp, desempeñan una labor que le corresponde al gobierno federal para cuidar la reserva. Aunque no pueden detener a nadie por la tala o la casa ilegal, documentan todo y lo informan a la Profepa.
Ahora esperan que bajo la formalidad de conformarse como cooperativa, las donaciones y pagos puedan destinarse nutridamente en programas de restauración, vigilancia y limpieza de manglares, una reserva representativa del Caribe mexicano.
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