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Calor mortal, las tragedias de la Laguna Salada

Personas aun con entrenamiento para sobrevivir en terrenos agrestes han muerto en la Laguna Salada, donde las altas temperaturas han cobrado decenas de vidas en los últimos 20 años; otros más han visto la muerte de cerca y logrado sobrevivir.

Calor mortal, las tragedias de la Laguna Salada

MEXICALI, Baja California.- Su voz aún se rompe y sus ojos se cristalizan cuando recuerda ese día, cuando en las arenas del desierto de la Laguna Salada encontraron los restos del niño de 6 años, quien junto con su madre y un amigo de ella murieron en el verano de 2009.

Ha pasado una década desde esa tragedia y a Raúl Ibáñez Payán le cuesta creer que aún haya gente que se interne en esta zona agreste, ruda y fatal, sin la preparación adecuada y exponiendo la vida de otras personas.

“Entrar a la Salada así, sin preparación, hay posibilidades de un 80% al 90% de que vas a morir”, dice Raúl, quien fue uno de los agentes de la Policía Municipal que participó en el operativo para localizar a su compañera hace 10 años.

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Miriam Yaneth Rodríguez Jaimes, agente municipal y su hijo José de Jesús, de 6 años, fueron vistos por última vez por su familia el 26 de junio de 2009, unos días después de haber sido notificada del premio que recibiría por vender el boleto ganador del sorteo que organizaba la corporación.

Con ellos viajaba un joven amigo de la agente, trabajador de un lavado de autos, quien no fue identificado hasta que un tío suyo notó su ausencia, pues solía dormir en uno de sus talleres al no tener más familia en esta ciudad.

Las razones por las que decidieron aventurarse ese sábado 27 de junio en la Salada, tal vez solo ellos las conozcan, aunque su desaparición despertó varias teorías entre la familia, los investigadores y la opinión pública.

Su caso, incluso, fue utilizado por personas sin escrúpulos que realizaron llamadas a la familia, haciéndoles creer que se encontraban secuestrados y que les pidieron transmitir un mensaje en una televisora local para liberar a la agente y su hijo.

Yanet Rodríguez.
Edad: 24 años.

José de Jesús.
Edad: 6 años

Arnoldo Acevedo.
Edad: 22 años.

 

EL LLAMADO

A finales de julio, Raúl recibió el llamado. Buscaban a personas delgadas y con la suficiente condición física para soportar varias horas bajo el Sol durante el operativo de búsqueda que se estaba organizando.

Para entonces, él se desempeñaba como agente de la Policía Municipal en la zona Poniente, donde días antes se habían llevado a cabo varios operativos de búsqueda, pues creían que la camioneta de la agente podría estar en algún canal.

Los convocaron en la comandancia y los presentaron con rescatistas del Grupo Aguiluchos. Salieron al puesto de comando que se había instalado a la entrada y recibieron las instrucciones: peinar toda la zona hasta encontrar indicios.

 

TRES SEMANAS ATRÁS

Miriam recibió el sábado libre como premio por haber vendido el boleto ganador del sorteo “Por un Mexicali Seguro”. Una noche antes estuvo con su familia en una quinceañera y esa fue la última vez que la vieron. Había dejado a una de sus hijas con sus padres y ella se quedó con José, de 6 años, su hijo más pequeño.

El sábado 27 de junio, en algún momento de ese día y por razones que solo quienes murieron en esta tragedia conocen, decidieron salir a la zona desértica de la Laguna Salada. Miriam, su hijo y su amigo Arnoldo salieron en la camioneta Jeep Cherokee negra y tomaron el camino rumbo al Cañón de Guadalupe, pero en algún punto de este tramo escogieron una ruta peligrosa.

Ese sábado, Miriam había quedado de verse con sus padres para comer. Cuando no llegó y no supieron más de ella, su familia fue a buscarla a su casa en el fraccionamiento Hacienda de los Portales, pero no estaba ni ella, ni su hijo o el vehículo; el celular se iba directo al buzón de voz.

“QUÉDENSE, EN DOS DÍAS VIENE EL PATRÓN Y LOS LLEVA A LA CIUDAD”

En esta desafortunada historia existe un momento que pudo haber marcado la diferencia. El domingo 28 de junio de 2019, un día después de la desaparición de Miriam, el velador del rancho La Escondida, enclavado a las faldas de la sierra, vio a una pareja y un niño.

El hombre y la mujer le pidieron ayuda porque su camioneta se había quedado embancada en el desierto, a unos kilómetros de ahí. Sin teléfono ni otro vehículo, solo pudieron pedirle que les cuidara el carro, porque ahí llevaba un uniforme, mientras buscaban otro sitio para pedir ayuda.

El velador aceptó y los acompañó, pero luego de 15 minutos caminando, decidió regresar. “Quédense acá, en dos días viene el patrón y los puede llevar a la ciudad”, les dijo. Ellos se negaron.

El velador regresó al rancho y ellos continuaron con un peregrinaje fatal. Esta visita se la informó el velador a la propietaria del rancho dos días después. Luego ya no supieron de la pareja y el niño, hasta el 6 de julio cuando vio sus rostros en los noticieros y supo que estaban desaparecidos.

La mujer llamó a una secretaria de la Policía Municipal para informarles que los había visto. El recado se quedó en un peligroso limbo, pues fue hasta el 20 de julio que la Policía Ministerial fue enterada de ello y se inició la búsqueda en la Salada.

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LA ESPERANZA BAJO EL SOL

Raúl y todo el equipo de búsqueda se concentró temprano en el campamento. Desplegaron un grupo separado entre 20 y 30 metros entre cada uno para peinar el área. El grupo comenzó a rastrear hacia el Sur.

El entonces agente recuerda que llegaron al rancho, donde la oficial, su hijo y su acompañante fueron vistos por última vez. “Nos dijo que no se quisieron quedar, que el muchacho agarró hacía el norte, rumbo a la laguna, pero luego las huellas de la mujer y el niño se separaban”, recuerda.

El 23 de julio, los rescatistas y agentes localizaron la camioneta en la Laguna Salada, con las llantas de atrás enterradas en la arena del desierto. “Cuando la encontramos, todos teníamos la esperanza, una luz en el corazón de que los íbamos a encontrar con vida”, comenta Raúl.

La búsqueda se intensificó, pero la luz del día les impidió seguir. Fue hasta el día siguiente que retomaron la pista y las huellas que partían de la camioneta. Arnoldo fue al primero que localizaron bajo un arbusto. El ánimo de todos, comenzó a mermar.

“Él estaba en ropa interior y con la camiseta enredada en la cabeza, como cubriéndose del sol”, explica Raúl. El hallazgo fue reportado por el radio. El mensaje cimbró el corazón de quienes participaban en el operativo.

Raúl Ibáñez Payán recuerda la tragedia ocurrida hace una década.

EL DOLOR DE RECORDAR

Raúl recuerda varios detalles y de manera fluida rememora el paso a paso en el operativo, cada momento. Su voz se interrumpe en este punto de la historia. Su ceño se frunce, aprieta la mandíbula, pasa saliva y sus ojos se cristalizan.

Habían encontrado al niño. Este hallazgo fue el más doloroso. Colocaron una sábana blanca y comenzaron a recoger los restos de José, cuyo cuerpecito parecía haber sido comido por animales. Solo uno de sus tenis mantenía un pie intacto dentro. No pudieron encontrar todas las partes.

“Fue algo muy duro para nosotros, estar ahí y encontrar las partes del niño fue algo muy duro, varios compañeros lloramos, ese niño no merecía estar ahí”, expresa Raúl, mientras contiene las ganas de romper en llanto.

EL DÍA QUE TERMINÓ LA BÚSQUEDA

Con el alma adolorida, los rescatistas continuaron con los trabajos de búsqueda un día después del hallazgo de Arnoldo y el pequeño Jesús. La tarde de ese día apoyó con su trabajo a los peritos y personal que recogió los cuerpos para llevarlos a Mexicali.

En el día con el ambiente más pesado, con el clima más cálido, salieron a buscar a Miriam, o por lo menos su cuerpo. A las 14:26 horas del 25 de julio de 2009, la noticia se replicó en los radios portátiles: habían encontrado a Miriam debajo de un árbol.

No muy lejos de donde había sido encontrado su hijo y a menos de medio kilómetro del rancho en el que había pedido ayuda, el cuerpo de Miriam fue localizado por los rescatistas. En una mano sostenía un galón vacío.

En la otra mano, apretaba un billete de cien pesos. “Creemos que dejó al niño bajo un matorral, que no haya podido caminar más, y que ella iba al rancho a que le vendieran agua para llevarle a su hijo”, recuerda Raúl.

Para los rescatistas, la búsqueda terminó ese día. Para la familia, la incertidumbre sobre su paradero se extinguió, pero las heridas por las dudas y el porqué estaban en el desierto, solo el tiempo las sanó.

 

NOS DOLIÓ EL CORAZÓN

“Cuando llegamos a la Cherokee sabíamos que a lo mejor los íbamos a encontrar sin vida, pero teníamos la esperanza, le pedíamos a Dios por encontrarlos y continuamos, teníamos esa luz dentro del corazón de pensar que por ahí iba a estar”, expresa Raúl.

El hoy entrenador de Krav Maga, arte marcial de la milicia israelí, asegura que no hubo piedra que no hubiera sido levantado o matorral que no hubiera sido revisado durante la búsqueda.

“Nos derrumbamos cuando encontramos al niño, cuando notificaron que encontraron el cuerpo, fue algo muy doloroso, cuando empezamos a recoger los huesitos y el cráneo, casi todos los compañeros estábamos llorando”, dice.

Cuando pudieron recuperar casi todas las partes, los rescatistas se tomaron de las manos y formaron un círculo para rezar. “Pedimos a Dios por ese niño y sobre todo porque no haya sufrido”. “Cuando encontramos a la compañera, sabíamos que había terminado todo, que nuestro trabajo estaba hecho; nos tomamos de la mano y pedimos por todos ellos”, expresa Raúl.

NO TE EXPONGAS

Personas con y sin entrenamiento han muerto en la zona desértica de la Laguna Salada. La experiencia cercana de Raúl con uno de estos casos, le hace ver con claridad los riesgos que no ven personas que desconocen el terreno.

Acudir con niños, entrar de día en el verano o en rutas no transitadas es peligroso. Los vehículos no aptos se estancan con facilidad. Nunca es suficiente llevar demasiada agua, sueros y alimentos, también un objeto para quemar, como una llanta, en caso de emergencia.

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