#CrónicasDelCentro Presenta: Blanca Nieves y sus siete décadas
En una mesa de la esquina y después de muchos años, don Gildardo Galindo sigue compartiendo con sus amigos de la infancia, don Mario Cota y Armando Padilla, éste último de la familia propietaria de edificios en el Centro Histórico.
Fue en uno de ellos sobre la avenida Reforma, hace 70 años, que abrió sus puertas una de las neverías y restaurantes más emblemáticos del viejo Mexicali, nombrado como aquel filme de Disney estrenado en 1937 basado en la historia de los hermanos Grimm.
Pocas cosas sobreviven tantos años. La amistad, las relaciones familiares, un tradicional negocio y su profundo arraigo a la zona Centro. Todo se conjuga esta noche, cuando don Gildardo se reencuentra con su amigo, testigo de una larga historia de perseverancia.
En las ventanas lucen las catrinas, en el cielo el papel picado y en las paredes algunas calabazas. Es octubre y la nevería se recubre de frontera, entre el Día de Muertos y la festividad de Halloween.
Una hibridación, un estilo americanizado, propio del concepto de cafetería-nevería que surgió hace siete décadas en esta ciudad. Paradójicamente, de la cocina salen hoy aromas de comida mexicana, de salsas, chiles y otros ingredientes de la cocina regional.
La familia Galindo llegó a Mexicali y se instaló en el callejón Madero, donde conocieron a la familia Padilla, que les rentó el local que albergó el negocio familiar por más de medio siglo, cerca de otras casas que con los años se convirtieron en comercios y cuando la Justo Sierra era la periferia de la ciudad, delimitada por cientos de hectáreas de parcelas.
Un lugar lleno de sabor, color, aroma y tradición. Un lugar que vio los momentos más prósperos del Centro Histórico de Mexicali, pero también los más adversos. Un lugar que sobrevive a la incierta situación del corazón de la ciudad. Un lugar llamado Blanca Nieves.
Desde la Cenicienta
Una historia conocida por pocos es que la nevería Blanca Nieves vio la luz por primera vez en Ensenada, alrededor de 1946, donde su éxito no fue el similar que el que la ha mantenido viva en el árido Mexicali.
Rubén Galindo, comerciante de toda la vida, administraba una tienda de carnes y embutidos, cuando decidió abrir un nuevo giro en la ciudad, innovador para ese entonces, como lo fue una nevería.
Junto con su esposa Margarita López, emprendieron en un año difícil durante la posguerra y las cosas no marcharon tan bien como esperaban, hasta que un día, un amigo de la familia, les dijo que probaran suerte en Mexicali. Así fue como empezó su historia en esta ciudad.
Una nevería para el cálido clima de la capital bajacaliforniana parecía ser la combinación perfecta en muchos sentidos. Todo el mobiliario, refrigeradores, licuadoras para malteadas, todo, fue traído por una atropellada ruta que bajaba de La Rumorosa, antes de que hubiera alguna autopista.
La nevería Blanca Nieves, abrió sus puertas sobre la avenida Reforma, en el Centro Histórico de la ciudad, un día de marzo de 1948. Este año, cumplió sus primeras siete décadas en el estepario corazón de Mexicali.
Como de la familia
Ir a la casa de la abuela en domingo significaba pasar el día con ella en el Blanca Nieves, recuerda Claudia Galindo, actual administradora y tercera generación a cargo de la nevería familiar.
Junto con su hermana Debbie, se han dedicado desde hace poco más de 10 años enteramente a administrar el restaurante que iniciaron sus abuelos. “Ya tres generaciones en un negocio familiar es ganancia”, dice su padre, don Gildardo.
El haberse mudado a Mexicali significó para doña Margarita un sacrificio por su familia. Dejar atrás su ciudad, Ensenada, con las consecuencias climáticas que conllevaba, fue parte de esta abnegación, también del miedo al cambio.
“Ella no quería venir aquí, pero luego se enamoró de la ciudad y del negocio y aquí se la pasaba todos los días”, dice Claudia. “Con los años la nevería se convirtió en un miembro más de la familia”.
Para los Galindo se volvió algo normal el no salir de vacaciones, trabajar extra durante la Semana Santa o las peregrinaciones en Catedral en diciembre. Aún así, nunca lo vieron como un sacrificio, pues siempre vieron a la nevería como un segundo hogar y sitio de reunión familiar.
… y la de los clientes
Las mesas, la barra y los cubículos del Blanca Nieves han sido testigos de infinidad de historias. El inicio de noviazgos, de nuevas familias, anuncios de una nueva vida y hasta pedidas de matrimonio.
La nevería ha funcionado como médula de la nostalgia para más de una persona. Emigrados que vuelven a su terruño o mexicalenses con años fuera de la ciudad, si alguna vez visitaron el Blanca Nieves, siempre regresan a recordar con un café, malteadas, nieve o comida.
Muchos mexicalenses se han apropiado de este espacio sobreviviente del viejo Centro Histórico que han tenido voz y voto, hasta en sus remodelaciones, pues han pedido que la barra de heladería no se retire, tampoco el mural del pintor Badilla, hecho hace más de 16 años.
El local, similar al que se encontraba a unos 30 metros de distancia hace más de 50 años, mantiene su alma y naturaleza que le dio la reputación como uno de los mejores restaurantes en Mexicali.
La pérdida del brillo y la incertidumbre
Contrario a lo que muchos piensan, el Centro es una de las zonas con mayor vida en Mexicali, aunque ha perdido el brillo de antaño al no verse favorecido con las inversiones que se hacen en otras zonas de la ciudad, asegura don Gildardo.
Blanca Nieves abrió dos sucursales en otros puntos de la ciudad, pero la crisis del 2008 junto con el “no es Blanca Nieves” que conozco, los obligaron a cerrar y enfocarse en el restaurante, en su incondicional Centro Histórico.
A pesar de que se llevaron a los mismos cocineros, a que usaron las mismas recetas y se ofrecía el mismo menú, muchos clientes desairaron el intento de expansión de la franquicia, simplemente porque el Blanca Nieves, es el del Centro.
Con las nuevas generaciones redescubriendo los sitios clásicos y nostálgicos de la ciudad, han visto un nuevo brío algunos comercios y restaurantes del Centro Histórico, pero no será suficiente para mantenerlo a flote.
Como comerciantes han invertido años de su vida en esta zona. Han sacrificado mucho por ella, a diferencia de cualquier alcalde y sus tres años de administración con proyectos de agenda política, que si no les limita estacionamiento, les cierra callejones o de plano, lo abandona.
Don Gildardo, de 83 años, no sabe si podrá vivir para ver a una cuarta generación familiar administrar el negocio de los Galindo. Le preguntó si le gustaría que el negocio continuará en la familia y sonriendo me responde: Ojalá, aunque haber sobrevivido una tercera generación, ya es ganancia.
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