#CrónicasdelCentro Presenta: La esquina del Centro Histórico que atrapó el calor
El cambio de clima en esta temporada para los mexicalenses solo trae un recordatorio: sacar los cobertores y las cobijas guardadas y lavarlas. Si no se encuentran en buen estado, es momento de comprar otra.
Aunque hoy en día existen infinidad de opciones, para hacerse de una buena frazada para el frío en la ciudad, hace unas décadas, un solo comercio era el que venía a la mente de los cachanillas cuando de cobijas o cobertores se trataba.
Se instalaron en un modesto local en la esquina de las calles Lerdo y Altamirano, en un Centro Histórico que aglutinaba a mexicalenses de la ciudad y del valle para proveerse de todo lo necesario en aquellos años.
Antes de llegar a la capital bajacaliforniana, la familia de alma mercante recorrió ferias y exposiciones con el tradicional subastador de cobijas, hoy conocido solo como “el cobijero”, una suerte de merolico que entretiene a la gente con su manera de vender.
De las decenas de ciudades que visitaron en su peregrinar comerciante, ninguna enamoró a la familia Vargas como lo hizo Mexicali y la solidaridad de su gente, que para esos años se concentraba en el Centro Histórico. Esta es la historia de La Esquina Caliente.
Desde la sierra del tigre
A mediados del siglo pasado, en un pequeño pueblo llamado Zapotiltic, al sureste de Jalisco, María del Refugio Vargas Santillán, apenas en su adolescencia, abrió una pequeña tienda de abarrotes a la que llamó “La Pasadita”.
En una fotografía en sepia rescatada de aquellos años, se le ve sonriendo al lado de un estante de latas, bolsitas y varios productos, detrás un mostrador con una báscula de lámina para pesar los productos que por kilo vendía.
Se casó con Camerino Vargas García, un doctor de Ciudad Guzmán, Jalisco, donde una calle lleva su nombre. Ahí comenzaron su familia, pero el espíritu comerciante de ella la llevó a seguir buscando el sustento para su familia.
De este matrimonio nació Celia Vargas Vargas, quien con orgullo se dice emparentada con Silvestre Vargas, el músico y compositor mexicano que formó el Mariachi Vargas de Tecalitlán, Jalisco.
Alma ambulante
Celia y su madre Refugio formaron parte de las caravanas de comerciantes que viajaban de feria en feria, de ciudad en ciudad, ofreciendo todo tipo de mercancías. En algunas de ellas les ofrecieron abrir locales para establecerse.
El destino y las circunstancias los orillaron a seguir en la ruta. En este ambiente, Celia conoció a su marido, quien se dedicaba al comercio de telas y de cobijas. Junto con su madre, en una decisión incierta, fijaron el rumbo de su oficio en la venta de cobertores y cobijas. Una determinación que marcó el rumbo de la familia.
Acompañados de los subastadores de cobijas, hoy rebajados solo al título de “cobijeros”, recorrieron varias ciudades del Pacífico. Mucha gente llegaba con sillas a escucharlos hablar maratónicamente y vender de manera dinámica lo que ofrecían.
Fue en este ambiente que escucharon que en el norte había prosperidad, cerca de la frontera.
Un buen día de 1970, llegaron a Mexicali en una camioneta cargada de cobijas y similares. 4 de noviembre, recuerda claramente doña Celia. En esa esquina de Lerdo y Altamirano, sacaron algunas frazadas y comenzaron a vender asombrosamente todo lo que traían.
Echar raíz
Con unos niños pequeños qué cuidar, doña Celia tuvo que pensar lo que pasaría con el negocio. Habían hecho pedidos de cobijas para cubrir la demanda de una veta del mercado que olía a prosperidad.
Celia y su mamá rentaron un pequeño local, en esa misma esquina. Lo nombraron “La Providencia”, por su creencia en esta figura católica que ampara a los comerciantes y los negocios. Un pequeño letrero de madera pintado a mano bautizaba el lugar, hasta que un día de lluvias, los vientos se deshicieron de él.
Con la falta de letrero, la gente llegaba preguntando por la esquina calientita, por la sensación tibia del lugar por tantas cobijas en las paredes. Esta referencia, dice doña Celia, fue la que los llevó a rebautizar el negocio como “La Esquina Caliente”.
Para la familia no fue difícil adaptarse. La comunidad de comerciantes le tendió la mano y les ayudaron a instalarse en el Centro Histórico. De pronto, le sobraba la ayuda y es algo que doña Celia lleva presente. No hay gente como los cachanillas, dice.
Con una guardería y una escuela frente al negocio, las cosas se adaptaron para que éste creciera sin problemas junto con la nueva generación de los Vargas. De pronto, en lugar de abrir solo durante la temporada invernal, los cobijeros del Centro pasaron a abrir todo el año.
Legado y Origen
Doña Refugio falleció en 1999 y representó un duro golpe para la familia. De ella, doña Celia aprendió la filosofía del comercio y en el trato al cliente, por ello trata de honrar su memoria con la manera en que conduce el legado familiar.
La emoción se le colma y una lágrima se deja ver luego de recordar una serie de comentarios que los clientes le han hecho y los recuerdos que se han acumulado con los años. Esa lágrima significa que para ella, todo ha valido la pena.
Esta misma filosofía la transmitió a su hijo Antonio Sánchez, quien le ayuda a administrar el negocio, junto con Antonio Orozco Ruiz, uno de los primeros subastadores de cobijas que recorrió el país y que hoy, a sus 70 años, es como parte de su familia.
Cerca de la caja del local, la imagen de doña Refugio, junto con una cubeta de lámina para ordeñar vacas, un bule para agua, unas mazorcas de elote atadas a una cuerda junto con unos olotes y un desgranador de madera, le recuerda orgullosamente su origen y sus raíces.
Conserva todo esto, a pesar de ser hoy una de las distribuidoras de cobijas más importantes en la región noroeste de México de una empresa nacional con sede en Tlaxcala. Todo en su tienda es 100% mexicano. Claro, salvo los diseños de algunas cobijas y cobertores.
Es el Centro
Doña Celia llevó el negocio más allá de lo que pensaba. Además de los diseños convencionales, del tradicional cobertor del tigre, el rayado o los diseños infantiles, hace pedidos con representatividad mexicana.
Presume con satisfacción las cobijas que ha mandado elaborar, con estampas que retratan la labor de los jimadores, en Tequila, Jalisco, la pirámide de Chichén Itzá o del calendario azteca. Los turistas suelen buscar estos diseños en sus visitas a la ciudad, dice doña Celia.
Su visión de lo que se debe ofrece se debate con el mercado actual y obligadamente con las condiciones en las que se encuentra el Centro Histórico de la ciudad.
Sus referencias son amplias, pues ha visitado Europa y varias ciudades de México gracias a la empresa que le provee las cobijas, donde los centros históricos de sus ciudades distan mucho de lo que hoy ofrece el corazón de Mexicali.
“Da tristeza que vean el Centro tan feo la gente que viene de fuera”, dice con pesar doña Celia. Además de las críticas, ha hecho propuestas para mejorarlo. La activación de las zonas que están abandonadas, como el Mercado El Ahorro, que ha sugerido que sea plaza gastronómica.
Traer giros de negocios del interior del país, ubicar en una zona digna a los mariachis, arreglar callejones, calles, luminarias, mejoramiento de espacios públicos. Todo eso lo ha propuesto y señalado, pero asume que hasta hoy no le han tomado importancia. Hacen falta valientes para ello.
Aunque los ingresos de su negocio provienen más de la distribución de cobijas en la región que de la venta minorista en este local, ha descartado dejar esta esquina del Centro Histórico.
Para la familia, La Esquina Caliente representa la fuente de todo lo que han construido en Mexicali y ella asegura que seguir ahí, en el lugar donde todo empezó, es parte de la gratitud que tiene para el Centro y Corazón de la ciudad.
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