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El Imparcial / Mexicali / Crónicas del Centro

El Taquito de Oro, medio siglo de tradición culinaria

Conocido por muchos mexicalenses, gusto culposo de otros y manjar de los menos quisquillosos, un restaurante conserva un lugar especial en los secretos mejores guardados del Centro Histórico de Mexicali. Su menú no ha variado en medio siglo y esto, probablemente, ha sido la clave de su éxito.



Claro, sin menospreciar un factor clave en todos los negocios, sin importar el rubro o ralea: El servicio y atención a sus comensales. Este mes de marzo, la taquería El Taquito de Oro cumple 50 años sirviendo de los mejores tacos de carne deshebrada, que, disparatadamente, seguimos llamando en la ciudad, de


“machaca”.





Una receta sencilla para un negocio que resuelve en una comida práctica, económica, de buena sazón y para todos los estratos sociales, y sí, adivina usted bien, nacida y criada en el Centro Histórico de Mexicali.



RECETA DE VIAJERO





Don Emilio Villegas García no vacila en recordar la fecha en que llegó a Mexicali; ese 4 de mayo de 1952, cuando pisó las tierras regadas por el río Colorado, éstas que por años han atraído a los foráneos. Llegó desde su natal Nochistlán, Zacatecas.



Hoy, don Emilio tiene 81 años. El negocio que fundó con su esposa, en marzo de 1968, sigue más vivo que nunca y con una simple receta, tanto culinaria como administrativa. “Teníamos en aquel entonces ahí, un cuadrito como de tres metros, donde vendíamos tacos y tortas”, me dice y señala el frente del negocio, donde hay una barra, en el local que aún renta sobre la calle Morelos, en el 334.





Don Emilio es un hombre entrado en años, de cuerpo menudo pero tenaz, que no aparenta sus 81 años. Vigoroso, sonriente y platicador, acude diario a la taquería en la que da empleo a doce personas, la mayoría de ellas, mujeres.



Cuando su esposa comenzó a cocinar la carne deshebrada, recuerda, un viajero procedente de Mazatlán, Sinaloa, ahí mismo en el negocio, comenzó a decirle cómo debía prepararla. La receta les ha perdurado medio siglo, y a pesar de que no recuerdan el nombre o rostro de ese viajero que, como cliente, reconocen que también forma parte de la historia del Taquito de Oro.



CON TODO





Detrás de la barra, una sonriente mujer de blancos cabellos y de una edad que no mencionaré, sirve tacos con una rauda y precisa habilidad. Haciendo uso de una buena memoria, toma las órdenes sin comanda. Jose?na Ayala Reyes, conocida por sus amigos como Doña Chepi, probablemente ha perdido la cuenta del número de tacos que ha servido en los 18 años trabajando en esta taquería del Centro Histórico, pero lo hace con un temple infatigable.



A su lado, una compañera suya hace una docena de tortillas de harina en unos cuantos minutos, lo que le permite dar agilidad al despacho de las órdenes de tacos, que parecen interminables durante la mañana y la tarde.





El menú que comprende un solo tipo de taco, puede acompañarse únicamente con verdura, dos tipos de salsa, limón y sal. No se necesita más. Mucho menos cuando la persona que te atiende y te prepara tus tacos, tiene el arquetípico semblante de una abuelita, bien equipada con mandil, de esos que dan garantía de una buena comida.



NOSTALGIA





Adalberto Lamadrid Zazueta probó sus primeros “taquitos de oro” en los setenta. En aquellos años, él residía en la colonia Carranza y era imperante viajar al Centro de Mexicali para surtirse de alimentos, ropa, enseres y pasar el rato.



Sus padres lo llevaron a probar los tacos de deshebrada en esta taquería y hoy, ya emigrado y residente de Ca- lexico, California, sigue regresando al lugar que además de saciarle el apetito, le revive la nostalgia. “He traído a mis hijas, y ellas han traído a sus amigas, y les advierte que no es un restaurante así de lujo, pero quedan encantadas con la comida”, dice don Adalberto, quien recién bromea con la cajera sobre el inalterable menú desde hace 50 años.



DE ORO



El origen del nombre de su longevo restaurante se lo debe a su amigo, Raúl Sotelo, un empleado del Ayuntamiento de Mexicali, quien le ayudó con los permisos. En esos años, don Emilio también rentaba un expendio de cerveza en la calle Heroico Colegio Militar.



El negocio se llamaba La Faja de Oro, un nombre que sus anteriores dueños le dieron y que don Emilio no quiso cambiar. “Cuando mi amigo me preguntó que si qué nombre le iba a poner a la taquería, me dijo, pues ponle el Taquito de Oro, y así se le quedó”. El local ha crecido en la medida de lo posible en esta calle, y vio sus mejores años décadas atrás, cuando la tienda departamental que hoy tiene enfrente era el Cine Cali, donde se albergaban eventos políticos, socia- les y artísticos, de los cuales sólo restan las memorias.



SEMPITERNA GASTRONOMÍA URBANA



Pase lo que pase con el negocio de don Emilio, se ha ganado un lugar en los anales de la historia mexicalense, en su capítulo gastronómico. “Yo voy a seguir aquí hasta que Dios quiera”, enuncia firmemente.



Por su negocio ha visto pasar diputados y artistas, como el cantante Raúl Sandoval. También ha sufrido los embates de la inseguridad. Incluso de una chusca manera, cuando por un mes, un vivaracho abría el local por las noches y vendía la comida que dejaba lista para las mañanas.



Sólo uno de sus seis hijos siguió sus pasos en la administración del local, que ha visto tanta historia en el otrora epicentro totalitario de Mexicali, hoy poblado por deportados y personas en situación de calle, que, puntuales, pasan a diario por un taco, cortesía de la casa.



Don Emilio, sencillo en su andar, ha dejado una huella gastronómica en el Centro Histórico que ha trascendido generaciones, estratos y condiciones sociales. Su cocina es una que no discrimina. Después de todo, ¿A quién se le niega un taco?.


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