El Centro de noche, el nuevo tango
Es casi medianoche y las calles de la zona sur del Centro Histórico de Mexicali comienzan a recibir un nuevo pulso de visitantes. Ahí, en la puerta de un antiguo edificio, José Tapia Betancourt, abre la puerta y recibe a parroquianos ávidos de los placeres dionisanos.
Don José, o señor Tapia, como lo conocen casi todos sus clientes, tiene 68 años, pero a pesar de su edad, parece tener más energía que muchos treintañeros en estos días. Siempre sonriente, impetuoso, sin que las arrugas de su rostro hagan mella en su espíritu.
Llegó de El Rosario, Sinaloa, en 1968 y, como muchos, bebió de las adictivas aguas del Río Colorado y echó sus raíces en Mexicali.
Empresarialmente inquieto, don José llegó a abrir una gasolinera, se hizo socio de una empresa de transporte público y hasta ha operado maquinaria en San Quintín y un rancho cinegético. También trabajó muchos años en la Secretaría de Turismo del Estado.
Si algo se le da fácil, es la plática. Por ello, contarme su historia no requiere de mucho ahínco.
Antiguo cliente de los bares de Centro Histórico, o del Tango, don José vio una oportunidad de abrir un bar a su gusto, en este edificio que por años sufrió del abandono, descuido, vandalismo y el vilipendio de la ciudad.
Para la medianoche, su bar “La Hora Azul”, ubicado sobre la avenida Zuazua y que el pasado mes de enero cumple dos años de operación, ya alberga a decenas de clientes. Esta noche es de Playlisters.
REINVENTARSE Y VIVIR
Los bares a los que don José acudía en su juventud en Mexicali se encontraban en esta zona de la ciudad. Era el Tango, el Centro o el Pueblo. Poco a poco, fue testigo del detrimento de muchos de estos lugares, históricos para algunos.
En el 2016, decidió rentar el local que hoy se ha convertido en La Hora Azul, que por fuera encarna un café cantante. “A los clientes hay que tratarlos bien, sobre todo cuidar que no haya broncas, porque uno viene aquí a divertirse y nosotros los consentimos”, me dice.
Cuando comienza a contarme de su filosofía comercial, gesticula y habla con seguridad. Tratar bien al cliente, ser honesto y sobre todo mantener ordenado y limpio un local, son parte de una fórmula de éxito para mantener una clientela fija. Y eso es lo que le ha pasado los jueves.
“Muchos me andan copiando el modelo”, me cuenta y se echa a reír.
COMO EN BOTICA
La bebida de mayor venta en la noche es indiscutiblemente la cerveza. Los “caguamones” van y vienen de la barra y con una mesera que parece no darse abasto con la demanda.
Bajo las tenues luces rojas, azules y verdes titilantes y la música electrónica, las mezclas de canciones populares y una que otra canción noventera y hasta de gustos culposos, los parroquianos de esta noche cantan, gritan y bailan osadamente.
En la barra, un hombre de unos 60 años y de mirada amodorrada, da los últimos tragos de la noche a su cerveza y observa sonriente a los jóvenes bailarines y cantantes de ocasión. Pasada la medianoche, él y otro compañero de su generación se marchan del bar, dejando detrás de ellos, unos cacahuates a medio terminar y la espuma en el fondo del vaso.
Una mujer entrada en sus cuarentas, va y viene entre las mesas. Engulle la cerveza que le queda en su vaso de plástico y plática con una amiga en la barra. Su noche de chicas acaba cuando las dos tienen la mirada distraída en el horizonte.
Pasa de todo, pero la música, nunca deja de sonar y de hipnotizar los cuerpos danzantes de los clientes de la noche. Los Playlisters, un evento underground y organizado por un grupo de jóvenes, ha encontrado un espacio propio en este bar que ha renacido en una simbiosis generacional.
"HAY QUE METERLE CORAZÓN"
Daniela Sánchez Sotelo es socia de don José. Trabajó muchos años en distintos bares del Centro Histórico desde que llegó de Sinaloa a Mexicali en 1997. Daniela no es su verdadero nombre, pues se apena un poco de llamarse Teófila, así que por hoy no la nombraremos así.
Su experiencia en el giro le ha ayudado a definir los puntos clave que requiere la operación de un bar. Viene desde abajo y hoy ayuda a administrar el bar La Hora Azul. Los clientes son tratados como familia. “Hay que meterle corazón”, me dice.
En un momento de la noche, probablemente en el más animado, don José, quien ya ha pasado a saludar a casi todos los clientes del bar, armado con botellas de tequila en mano, comienza a repartir “cortesías”. A consentir, pues.
CLIENTES / AMIGOS
Muchas botanas durante la noche, para varios clientes, van por cuenta de la casa. Tan variada la carta del día que hasta frijoles refritos son servidos en mesas y la barra, para acompañar los chicharrones con salsa picante.
Ningún cliente es descuidado. Para antes del cierre, todo parece una gran fiesta, donde todos se conocen, platican, se abrazan, ríen, bailan y cantan a todo pulmón.
Eso sí, se cierra estrictamente a las dos de la mañana. Todo en regla. La diversión responsable es parte del sello que don José le ha impreso a su negocio, a este modelo que busca recuperar el brío del Centro y que ha atraído involuntariamente a nuevas generaciones como fieles parroquianos.
Todos salen, se despiden, se abrazan y otros pretenden seguir la juerga.
Esta noche, entre luces danzantes y “caguamones”, jóvenes y veteranos visitantes del Centro Histórico bailan al ritmo de la banda, el norteño, el taka taka, la música electrónica y el reggaetón, en un particular encuentro de generaciones que ha definido la vida nocturna del corazón de la ciudad en los últimos años.
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