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Aquí hay control sobre las armas: López Obrador

<strong>"No somos nadie para recomendar lo que tienen que hacer otros gobiernos, pero en México hay control sobre el manejo de las armas", dijo el presidente.</strong>

Aquí hay control sobre las armas: López Obrador

MORELIA, Michoacán.- De la cursilería al odio. Del discurso religioso al del rencor. De la tibieza en la condena al ataque racista contra mexicanos en Estados Unidos al de la recriminación a los anteriores "gobiernos dóciles". Va y viene López Obrador en el mismo día, en el mismo estado, y con apenas cambio de camisa. 


No sirve de nada la lona que cubre el gigantesco patio en forma de "L" del Hospital Rural de Huetamo, "capital de la tierra caliente". Los sombreros se usan como abanicos, las botellas de agua se reparten en cubetas, ancianos y niños respiran por la boca, pero el calor de 33 grados enciende al Presidente, lo impulsa al coraje, a la acusación, al grito, al aplauso.


Esto es muy bueno, esto no hace daño, ¿saben lo que puede provocar cáncer?, estar mucho tiempo en la oficina, porque se agarra un color amarillo burócrata y es muy peligroso, empieza con cáncer de piel y luego, de veras, incontrolable", arenga con la garganta como una lija.


El sudor lo despeina, le estampa la guayabera al cuerpo, el sudor le revela todas las arrugas de la cara. Pero hasta el Gobernador michoacano Silvano Aureoles ha sido más enérgico en condenar el ataque racista contra hispanos en El Paso, Texas.


"Es la consecuencia de un discurso y de una postura racista del Presidente norteamericano", ha dicho el perredista que trajo a su gente y cuando los de Morena van a abuchearlo gritan "¡Michoacán! ¡Michoacán!".


Por lo menos Aureoles encontró un tema nuevo. En el guión de López Obrador la corrupción, imaginada o documentada, y "el neoliberalismo" son la coartada de todo.


"¡Cómo me iba a subir yo al avión de Peña Nieto, es un avión que no tiene ni Donald Trump!", dice.

Convierte el "diálogo con la comunidad del hospital" en un largo monólogo donde él es el centro de todo.


Unas mujeres le gritan que dónde están los apoyos, que las becas escolares no aparecen, pero López Obrador ya está preguntado con voz de maestro consentidor a los niños de primer grado si le van ayudar a empujar al gobierno que él llama elefante, que él dice reumático. "¿Me van a ayudar a empujar al elefante?".

 


"¡Síííííí!".


Presionado por el discurso de Aureoles, retoma el atentado racista contra hispanos. Comienza por decir ya van seis mexicanos muertos y que será Marcelo Ebrard quien fije la postura mexicana.


"Le pedí que, a pesar del dolor, de la indignación, actuemos con mucha responsabilidad... no queremos inmiscuirnos en asuntos internos de otros países". López Obrador, el juarista, el sudor enfriándole el ánimo, se pone a citar la Biblia: "Abrazos, no balazos. Esa es nuestra postura".


Del calor del infierno al clima templado. Tres horas hacia el norte, en el Hospital Rural de Tuxpan, no hay calor pero dos mujeres se desmayan.

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"Se desmayó, se me desmayó y mire mis manos, a mí me agarró el temblor de las manos, como mi hermana sufre de tiroides y vino a pedirle a Obrador ayuda para sus medicinas, pero ya se me desmayó", dice su hermana, las lágrimas como sudor bajándole en la cara y el mitin del Presidente que no empieza.


El patio principal del hospital rural es insuficiente. Hay una pantalla en el otro patio pero la gente ha bloqueado la avenida y se ha subido al puente. "Yo llegué a las tres, pero otros llegaron antes porque fue el Informe del Presidente municipal y de ahí se trajeron a la mitad de gente", dice un vendedor de globos y caballos de plásticos con ruedas.


Hay tantos "Servidores de la Nación", ese ejército de seguidores de Lopez Obrador a cargo de la entrega de los programas sociales, que se atropellan entre ellos. Hay jóvenes, mujeres y hombres, muy arreglados como para ir a una fiesta afuera.


Esta ahí Juan Manuel Mireles, ex líder de las autodefensas, nombrado en la "4T" subdelegado del ISSSTE, aunque el Presidente critique que antes se nombraba a delegados impunemente.


Son casi las ocho de la noche y López Obrador se ha cambiado la camisa y repite la mayor parte de sus frases de campaña y de sus gags para el gusto del personal. "¡Se va a acabar la corrupción, ¡me canso ganso!".


En un estado con 4 millones de migrantes en Estados Unidos, de nuevo presionado por el discurso de Aureoles y porque ya van siete mexicanos muertos, sólo al final enhebra su discurso religioso, de amor al prójimo y abrazos y no balazos.


Que este lunes Ebrard, bueno para todo, desde comprar pipas y dar la cara, irá a Ciudad Juárez, Chihuahua, de donde son la mayoría de los muertos, a fijar una postura.


"Con firmeza estamos pidiendo que se castigue a los responsables y que las autoridades asuman también la responsabilidad en el caso de que se estén permitiendo excesos, como por ejemplo el uso indiscriminado de las armas, porque eso no está bien", dice.


La gente ya se está yendo. El discurso no acaba, la noche avanza. "No somos nadie para recomendar lo que tienen que hacer otros gobiernos, pero en México hay control sobre el manejo de las armas".


"Sí, ajá", comentan ya en la salida del hospital adonde llegan los heridos del crimen de la zona caliente.


"¿Verdad que me van a ayudar a empujar el elefante?". "¡Síííííí", dicen, murmuran, se ríen, a lo mejor mienten.

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