La historia de Ramiro: El auge y caída de un huachicolero en San Martín Texmelucan
A través de este relato, surge la historia no solo de un individuo, sino de una región devastada por la violencia que el huachicol trajo consigo.
México.- La historia de Ramiro, un huachicolero enclaustrado en su propia fortaleza, resume la decadencia de un negocio que comenzó con promesas de riqueza rápida y terminó en una vida de paranoia y aislamiento.
La narración nos sitúa en San Martín Texmelucan, uno de los epicentros del robo de combustible en México, donde una casa lujosa y fuera de lugar revela el ascenso y caída de un hombre atrapado entre el delito y su propia supervivencia.
A través de este relato, surge la historia no solo de un individuo, sino de una región devastada por la violencia que el huachicol trajo consigo.
Ramiro, quien accede a hablar con ciertas reservas, describe cómo los inicios de su involucramiento en el huachicol se remontan al año 2011, durante el sexenio de Felipe Calderón.
Negocio rentable en terreno ilegal
Todo comenzó cuando su tío, conocido como El Pelón, identificó una oportunidad lucrativa en el robo de combustibles, apoyada por el conocimiento técnico de ex empleados de Pemex.
Pronto, el negocio creció gracias a la precisión y eficiencia de sus operaciones clandestinas. Con la presión de los ductos, lograban llenar bidones en cuestión de minutos, escapando antes de que los equipos de vigilancia pudieran detenerlos. Para Ramiro y sus compañeros, cada operación era un juego del gato y el ratón, donde la rapidez y el sigilo eran la clave del éxito.
Con el tiempo, el negocio se sofisticó y las ganancias se dispararon. En la cúspide de su carrera, Ramiro vivía rodeado de lujos: viajes, ropa de diseñador, propiedades y una flotilla de camionetas.
El sexenio de Enrique Peña Nieto fue su época dorada, un período en el que las autoridades, tanto federales como locales, se hicieron de la vista gorda a cambio de su tajada.
El imperio del huachicol no solo generaba riquezas personales, sino que también transformó la economía local, al ofrecer un escape a la pobreza que aquejaba a muchos de los habitantes de la región.
Sin embargo, la llegada del cártel de Sinaloa cambió las reglas del juego. Lo que inicialmente parecía ser una operación caótica por parte de los nuevos controladores, rápidamente se transformó en un sistema disciplinado y violento que se apoderó de todo el negocio.
Ramiro relata cómo su tío fue secuestrado y, posteriormente, asesinado, un destino que también alcanzó a muchos de sus antiguos socios. El pago de tributos a los cárteles se volvió inevitable, y quienes se negaron, encontraron un final brutal.
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A medida que la violencia escalaba, Ramiro se vio forzado a retirarse, refugiándose en la casa que ahora habita como un ermitaño. Con órdenes de aprehensión sobre su cabeza y la amenaza constante de los cárteles, su vida se ha reducido a un estado de vigilancia constante.
La paranoia y el miedo lo consumen, sabiendo que sus antiguos compañeros han sido cazados uno a uno. El lujo que alguna vez disfrutó ha sido reemplazado por la angustia de vivir entre cuatro muros, aislado del mundo exterior.
El relato de Ramiro no solo es una ventana a la vida de un hombre que construyó un imperio delictivo y lo perdió todo, sino que también refleja el impacto social que el huachicol trajo a regiones enteras de México.
A medida que el gobierno intensifica sus esfuerzos para combatir este delito, queda en evidencia la complejidad de erradicar un sistema que no solo involucra a los cárteles, sino también a comunidades que alguna vez dependieron de este negocio para sobrevivir.
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