Crónica: Prueba de Covid-19 en un quiosco de la CDMX; una imagen de la pandemia
¿Alcanzaremos?
CIUDAD DE MÉXICO (GH).- Aún está obscuro. Son las 6:20 de la mañana en la explanada del Metro Etiopía y ya hay una larga fila de personas que se cubren del frío con gorros y cobijas, unas de pie y otras sentadas en las jardineras.
Antes han llegado 75 a la espera en uno de los quioscos para pruebas rápidas de antígeno Covid-19 del gobierno de la Ciudad de México. En cuestión de minutos, no más de 10, se suman otras ocho.
–A las 8:00 salen a dar las fichas–dice un hombre de gorra unos lugares más adelante.
–¿Alcanzaremos?
–Sí, ya los conté hasta aquí y no somos más de 100.
–¿A qué hora iniciarán?
–A las 8:00 empiezan a dar las fichas y si se puede, un poco antes. Pero es rápido, luego luego empiezan con las pruebas–explica como un experto que ha ido a formarse más de una vez.
En la mañana y con frío las horas pasan lentas. Las jardineras son unas cuantas y la demanda mucha. No hay un banco, mucho menos una silla, ni donde recargarse. El único descanso es apoyarse en una pierna y luego en la otra para evitar, dentro de lo que cabe, tirarse en el suelo.
La madrugada aún continúa cuando llega una pareja con un niño de unos cinco años en brazos, envuelto en una cobija y en una pijama-mameluco con un gorro de orejas largas que da la impresión que aún duerme en su cama cálida.
Más tarde llega una mujer de la tercera edad apoyada en el brazo de una más joven en la búsqueda del sitio donde formarse.
Al cabo de una hora, a las 7:30 de la mañana, la mirada no alcanza a distinguir el final de la fila: va más allá de la cuadra, se ha extendido lo suficiente para que muchos, seguramente, no alcancen una ficha.
Hay poco lugar para guardar la sana distancia ahí, donde todos quieren conservar su sitio sin moverse, mientras unos tosen, otros se suenan la nariz, estornudan y carraspean por lo que puede ser un simple resfriado o en la enfermedad más temida en este año: Covid.
Es una parte de la imagen cruda de la pandemia–superada por los hospitales– que no se advierte en los centros comerciales atiborrados por personas que aprovechan las ofertas de fin de año para comprar sus regalos navideños, ni en los restaurantes en donde los comensales se sientan a la mesa sin guardar la sana distancia, o en el centro histórico de la capital del País, famoso por su afluencia en tiempos de Covid.
A las 8:00 de la mañana un hombre anuncia a través de un altavoz que ha dado inicio el reparto de fichas. A esa hora, muchos han flaqueado y se han sentado en el piso y recargado en las paredes. Se pensaría que tener el número 76 indica que la espera será más corta.
Pero en ese lugar, entre los enfermos y los asintomáticos, el tiempo pasa tan lento como los pasos que llevan a la meta.
El hombre del altavoz sale de nuevo y anuncia que adultos mayores y embarazadas deben acercarse a la fila preferente. La indicación también aplica para los niños que llegaron con sus padres.
Después, unos 30 minutos más tarde y alrededor de las 9:00 de la mañana la fila no preferente, por fin, empieza a moverse.
LA PRUEBA
A unos metros se observan algunas carpas de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México: en una hay una mesa larga con cinco sillas en donde uno a uno pasan los solicitantes a llenar una encuesta. Enseguida, hay otra en donde están los médicos, enfermeras y la silla donde habrá que sentarse para recibir el hisopo en cualquiera de las fosas nasales.
Ya ha pasado hora y media desde que la fila empezó a moverse. Atrás, los que vienen aún son cientos y adelante, han pasado apenas 75.
El personal de la Secretaría de Salud anuncia que las pruebas se terminaron, pero que en 20 minutos llegarán más.
–¿Es seguro que vienen más pruebas?
–Es seguro.
Entonces algunos hacen llamadas, otros hacen una mueca de desgano y otros; los más, se preparan para otra larga espera.
Pero los minutos se acortan y en menos de cinco se anuncia que ya llegaron las pruebas.
En la mesa los trabajadores de la salud ponen folios a las encuestas y se reparten el trabajo. Es la 126 y han llegado un poco más de 100.
Luego el nombre, la edad, estado de nacimiento, lugar de residencia, dirección, enfermedades, síntomas y si se ha estado en contacto con un caso positivo de Covid-19.
La toma de la muestra viene enseguida. La silla espera y el médico mete el hisopo lo más profundo que puede: respira… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, talla y lo retira. La fosa nasal arde hasta lo más profundo y la sensación es que ha llegado hasta la frente. En algunos casos el ojo lagrimea y en otros, la nariz empieza a gotear.
EL RESULTADO
–Listo, ahora espere por favor, en 20 minutos está su resultado.
–¿Pueden hacer la PCR?
–Sólo si hay alguna alteración en su resultado. Esperé allá, en aquella fila.
De nuevo hay que esperar turno y a que uno a uno pase a recoger su resultado a la vista de todos.
Entonces, pasa uno, luego el otro y con un tercero se detienen más tiempo: le enseñan su hoja, le explican algo que no se alcanza a escuchar, la persona hace preguntas, le vuelven a explicar y se retira.
Luego pasa uno, otro y otro, y de nuevo se detienen un poco más de la cuenta. Y así, se repite la secuencia.
Los minutos de la espera del resultado son más largos que todos los de las horas anteriores.
La fila avanza: pasa uno, el que sigue, el que sigue, se detienen: es una mujer joven que durante la madrugada estuvo tosiendo. Le explican y de repente, el trabajador de la salud mueve la hoja y se alcanza ver una cruz sobre una casilla: positivo.
El corazón se acelera, la mujer hace preguntas, le explican. El que sigue pasa rápido; la siguiente, también.
–Su prueba salió negativa.
La frase más larga de la espera de cinco horas para concluir con el proceso de una prueba rápida de antígeno de Covid-19.
Pero no es el final. Son las 11:00 de la mañana y aún hay cientos de personas formadas, otras tiradas en el suelo o recargadas en las paredes.