Café Victoria: 79 años de sencillez culinaria
Las mesas del restaurante y café Victoria han visto pasar miles de historias desde 1939.
Desde festejos, enamoramientos, e incluso bochornosas escenas de maridos infieles pillados forman una parte inherente de las memorias del lugar, el de mayor antigüedad en el Centro Histórico de Mexicali aún abierto, gastronómicamente hablando.
Pan recién horneado, café con leche en vasos de acrílico y la afamada “vaquita”, son sólo parte del tradicional anzuelo culinario que este restaurante tiene para los comensales que caminan y viven en el Primer Cuadro de la capital bajacaliforniana.
Pero el restaurante Victoria, o Café Victoria, como muchos lo conocen, no es sólo desayunos ni sencilla gastronomía.
El lugar también cumple con una función social en el Centro Histórico de Mexicali, al ser un lugar de encuentro de distintas generaciones y un polo de cohesión social, tal vez involuntario.
Fundado en 1939, el restaurante Victoria, enclavado en el número 90 de la calle Juárez, cumple 79 años en Mexicali y, muy a su ritmo, da indicios de seguir por muchos años más en el corazón de la capital bajacaliforniana.
RAÍCES IMPORTADAS
Es difícil conocer con datos exactos los detalles de su fundación y primeros años.
La dueña, la señora Lety, a pesar de su conocida amabilidad, evade cámaras, micrófonos y todo lo que parezca prensa. Aún así, nos deja convivir en su restaurante.
Obviamente, ella no se llama Lety. Su nombre de pila es Zhou Rojin y tiene 60 años. Su esposo Héctor, quien tampoco se llama así, originalmente, es quien tiene la batuta en la cocina, la cual resguarda celosamente.
“A ella se la trajeron de China para que se casara con el hijo del dueño”, me dice uno de los clientes de mayor antigüedad del Victoria. Meseras entran y salen de la humeante cocina, con charolas y platos de comida china corrida que dejan detrás de sí una columna ladeada de vapor.
El menú es básicamente el mismo desde su fundación, comentan los clientes.
La especialidad es, sin duda, la “vaquita”; una mezcla de verduras y carnes sazonadas al estilo cantonés y que se sirve acompañado de arroz blanco.
El desayuno clásico es el pan recién horneado, su pay de crema, las empanadas, los muffins y el café con leche, elaborado a base de café americano vertido en un chorro de leche calentada a baño María y servido en vasos de acrílico.
No obstante, algunos clientes habituales ya tienen su propia taza en el sitio. Al cliente lo que pida.
Por la mañana y por las tardes, a la hora del desayuno y la comida, el Victoria es un hervidero de clientes. Sin más publicidad que la tradición misma, el restaurante no ve los tiempos de crisis que otros nuevos negocios sí, a pesar de estar en una zona económicamente deprimida de la ciudad.
COMO EN CASA
“Aquí vienes sin poses, por el gusto de venir, de echarte un café, un plato de comida china, así, sencillo, como si estuvieras en tu casa”, me cuenta Jorge Alberto Márquez, un abogado de 46 años que desde sus 6 años de edad, cuando vendía periódicos en la zona, conoció el Café Victoria.
Y su afirmación tiene bastante de cierto. Algunos clientes entran a la barra, se sirven su propio café o agua, y algunos pasan del otro lado de la barra para platicar con las meseras, muchas de ellas con años atendiendo a los mismos clientes.
El Victoria se inunda de luz natural, todo el día.
La barra parece el mejor lugar para los adultos que llegan en solitario a tomar un café y un pan, mientras que la mesa 4 parece más un panel de política entre adultos mayores que a ronco pecho defienden sus visiones de la situación en México.
Al final del día, todos siguen siendo amigos.
Tan amigos como los empleados de una guardería cercana del IMSS que acuden en grupo a comer, platicar y reír; o como los veladores de negocios cercanos que pasan la mañana en el lugar o como las señoras que acudieron a comprar telas al “pueblo” y se sientan comer y hablar de sus nietos.
Javier Mondragón Madariaga es uno de los clientes más antiguos del lugar. Cuando le pregunto por qué, me responde rápidamente que por el trato.
Trabajador jubilado del ferrocarril y velador de oficio, pasa sus mañanas en el Victoria.
“Aquí las muchachas me atienden muy bien, me dan mi cafecito, un pan o comida, si vengo con hambre”, platica.
Él es de Cozumel, pero la vida lo trajo a California a trabajar como mecánico y posteriormente a Mexicali, donde, sin familia, cumple 87 años de edad en este 2018.
“Aquí son como mi familia”, sonríe.
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