Por el Covid-19, esta perrita tuvo que viajar miles de kilómetros para volver a casa
La pequeña Pip se quedó varada en Carolina del Sur, justo durante el apogeo de la pandemia, cuando sus dueños se vieron obligados a abandonar el viaje en velero.

Los mejores perros siempre encuentran el camino a casa. Algunas veces, como la perrita salchicha Pipsqueak, deben embarcarse en un viaje de más de 16.000 kilómetros para lograrlo.
La pequeña Pip se quedó varada en Carolina del Sur, justo durante el apogeo de la pandemia, cuando sus dueños se vieron obligados a abandonar el viaje en velero alrededor del mundo que habían emprendido y volar de regreso a Australia.
A medida que las fronteras se cerraban rápidamente, Zoe y Guy Eilbeck, junto a sus hijos Cam y Max, tuvieron menos de 48 horas para empacar todo lo que había su yate de 12 metros, después de atracar en Hilton Head Island.
Las estrictas reglas de Australia para la importación de mascotas significaron que su leal perra salchicha Pip no podía regresar con ellos, indica CNN.
Está bien, pensaron. Podrían volver en poco tiempo para reunirse con ella antes de retornar al océano. Pero no fue exactamente lo que sucedió.
La separación
Los Eilbeck se encontraron con Pip por primera vez durante 2018 en Messina, Sicilia, cuando estaban en la mitad de su travesía de navegación de cuatro años.
Pip se adaptó rápidamente a la vida a bordo, mientras disfrutaba pasar tiempo en la cubierta y compartir con su familia.

Zoe dijo que siempre fue consciente de que arreglar todo para poder llevar la perra a casa sería un propósito largo y prolongado debido a las estrictas regulaciones fronterizas de Australia.
«Sabía que tendríamos que importar a Pip y que ella tendría que pasar 10 días en cuarentena», le explicó Zoe a CNN Travel.
Cuando llegó el momento, planearon transportarla en avión desde la isla de Vanuatu en el Pacífico Sur, un vuelo relativamente corto a Sydney.
Pero no fue posible. A medida que el coronavirus comenzó a propagarse a principios de 2020, los Elbecks decidieron dirigirse a Carolina del Sur con el objetivo de encontrar un lugar seguro para su yate y para Pip.
El 27 de marzo, Zoe alquiló un auto y condujo ocho horas hasta Carolina del Norte, donde le entregó la perra a su amiga Lynn Williams antes de que la familia tomara un vuelo de regreso a Sydney.
«Pip pasó de vivir en un velero a vivir en una granja de bisontes», dijo Zoe entre risas. «Eso es algo que realmente me da cosquilleo», añadió.
Desafortunadamente, Williams ya tenía dos perros en la granja y no podía acoger a otro por mucho tiempo, así que publicó un anuncio para buscar a alguien que la reemplazara como guardiana de Pip.
Ellen Steinberg, quien vive en Hillsborough, Carolina del Norte, fue una de las tres personas que respondió al anuncio.
«El acuerdo era que Pip decidiría con quién se iría a vivir», le relató Steinberg a CNN Travel. «Nosotros [es decir ella y su perro Frankly] ganamos el duelo, y Pip vino unos días después».
Como el anuncio dio muy pocos detalles acerca de por qué los Eilbeck dejaron atrás a Pip, Steinberg admitió haber juzgado duramente su decisión.
«Yo escuché que una familia que vivía en un barco abandonó a su perra y voló de regreso a Australia, e inmediatamente me formé una impresión sobre quiénes eran estas personas», agregó Steinberg.

«Pero tan pronto hablé con ellos, me di cuenta de que no podían ser más cariñosos. Simplemente tuve la impresión equivocada por no tener todos los detalles», reconoció.
Mientras Steinberg cuidaba a Pip, Zoe se levantaba todos los días a las 4 a.m. para lidiar con el interminable papeleo que requiere la importación de un perro desde Estados Unidos a Australia, a la vez que se mantenía enterada de Pip por de videollamadas y mensajes.
«Tomaba fotos todo el tiempo y las publicaba en redes sociales», señaló. «Pip comenzó a desarrollar su propia base de fans».
Pronto fue claro que los Eilbeck no podrían regresar a Estados Unidos debido a las restricciones de viaje por la pandemia de covid-19. Pip tendría que hacer sola el extenso viaje a Australia.
Un largo proceso de importación
Los trámites burocráticos se complicaron aún más debido a las interrupciones relacionadas con la pandemia.
«Para exportar un perro de Estados Unidos, necesitas obtener una declaración de EE.UU. que indique que el perro está en buen estado de salud y que se le han realizado análisis de sangre específicos relacionados con la rabia», explicó Zoe.
«Eso se estaba haciendo en Nueva York, que ahora se encontraba cerrada. Así que tratar de lograr algo así fue extremadamente difícil», agregó.
Steinberg, por su parte, también tenía que llevar constantemente a Pip a su veterinario local para el papeleo, las vacunas y los análisis de sangre para que cumpliera con los requisitos.
Y cuando por fin recibieron un permiso de importación a Australia, Qantas, la aerolínea de bandera de este país, anunció que ya no transportaba perros en sus vuelos.
Después de muchas llamadas telefónicas, Zoe descubrió que la familia podía importar a Pip si pasaban por Nueva Zelandia, y lograban un cupo para su perrita en un vuelo de Los Ángeles a Auckland a través de una reserva con la compañía de transporte de mascotas Jetpets.
En este punto, Steinberg, quien había cuidado a Pip durante tres meses, tuvo que hacer un viaje para visitar a su familia y le entregó la perrita a su amiga Stacey Green.
«Cuando Stacey tuvo a Pip en realidad se enamoró de ella, hasta el punto en que pensé que no la iba a recuperar», bromeó Zoe.

Pero aún faltaba llevar a Pip desde Carolina del Norte hasta Los Ángeles. Y aunque los vuelos operaban, se cancelaban constantemente.
Y vuelos de carga eran ahora un problema también. Muchos aerolíneas en EE.UU. no permiten el envío de mascotas entre mayo y septiembre, los meses más calurosos para que los animales viajen en el hemisferio norte.
Zoe decidió publicar un mensaje en redes sociales para buscar a cualquier persona que viajara de la costa este a la oeste.
Fue entonces cuando Melissa Young, quien trabaja para la fundación de rescate de perros The Sparky Foundation, intervino y se ofreció como voluntaria para volar a través de Estados Unidos con Pip.
Después de asegurarse de que Pip se sintiera cómoda con ella, Young voló de Greensboro a Charlotte, en Carolina del Norte, y luego de Charlotte a Los Ángeles con la perra salchicha debajo de su asiento.
Luego, Pip fue entregada a Jetpets, que la tuvo por una noche para ocuparse de todas las declaraciones y el papeleo, antes de subirla a un vuelo de Los Ángeles a Auckland.
Una vez que estuvo a bordo, todos sus cuidadores temporales, junto a los Eilbeck, estaban absolutamente pendientes de ella, siguiendo su vuelo mientras cruzaba el océano.
«En todo el mundo, estábamos viendo este vuelo avanzar en la pantalla», dijo Zoe.
Pip llegó a Auckland el 23 de julio y entró en cuarentena esa noche antes de volar a Melbourne, donde pasó otros 10 días en aislamiento, como es obligatorio para todas las mascotas que llegan a Australia desde el extranjero, señala CNN.
Su vuelo a Sydney estaba programado para el 3 de agosto, pero el estado de Victoria impuso un confinamiento estricto cuando Pip llegó al país y se cerraron las fronteras entre Victoria y Nueva Gales del Sur.
El hermano de Zoe, Rob, que vive en Melbourne, acordó cuidar a Pip por unos días, y se reservaron no menos de cuatro vuelos a Sydney para ella, pero todos fueron cancelados.
A estas alturas, la historia había ganado atención de los medios locales y, después de una publicación en el Sydney Morning Herald, Virgin Australia intervino y acordó llevar a Pip a casa.
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