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Pensar en encuentros positivos modifica el cerebro, incluso sin que ocurran

Imaginar encuentros sociales positivos activa en el cerebro los mismos mecanismos de aprendizaje que las experiencias reales.

CIUDAD DE MÉXICO.- Pensar en una charla agradable, anticipar un buen encuentro o recrear una escena futura suele verse como algo sin impacto real. La neurociencia muestra otra cosa. Imaginar experiencias positivas activa mecanismos de aprendizaje en el cerebro, aun cuando no exista una vivencia directa. No es motivación ni pensamiento optimista. Es un proceso medible, con reglas claras, que influye en decisiones y preferencias cotidianas.

Un estudio reciente confirma que el cerebro puede aprender de lo imaginado “como si hubiera pasado de verdad”. La investigación explica por qué la imaginación no es un escape, sino una forma silenciosa de aprendizaje.

Qué descubrió la neurociencia sobre la imaginación

Un equipo internacional de investigadores analizó qué ocurre cuando las personas imaginan interacciones sociales con conocidos. El trabajo fue liderado por Aroma Dabas y Roland Benoit y se publicó en Nature Communications. El estudio combinó psicología, modelos de aprendizaje y resonancia magnética funcional.

La conclusión central cuestiona una idea extendida: para aprender no siempre se necesita experiencia directa. El cerebro ajusta preferencias y decisiones a partir de escenas mentales, incluso sin contacto real con otras personas.

Cómo aprende el cerebro sin experiencias reales

Normalmente, el cerebro aprende cuando algo resulta mejor o peor de lo esperado. A esa diferencia se le llama “error de predicción”. Este mecanismo permite ajustar gustos, decisiones y conductas futuras. Hasta ahora, se había estudiado sobre todo con recompensas reales, como dinero o comida.

La investigación muestra que el mismo proceso se activa con experiencias imaginadas. Basta con que la escena mental sea más agradable de lo que la persona anticipaba. En esos casos, el sistema de aprendizaje entra en acción.

En términos simples, el cerebro no distingue del todo entre vivir una situación y simularla internamente. Si lo imaginado resulta positivo e inesperado, el aprendizaje ocurre.

Con quiénes se hicieron los experimentos

Para observar cambios reales, los investigadores pidieron a los participantes pensar en personas de su entorno con las que tenían una relación neutral. No eran amigos cercanos ni personas rechazadas. Eran conocidos comunes.

Durante el experimento, los participantes imaginaron escenas breves con esas personas. Algunas situaciones eran agradables; otras, neutras o incómodas. No hubo contacto real ni interacción física.

Con el paso del tiempo, los participantes empezaron a preferir a quienes aparecían con más frecuencia en escenas positivas imaginadas. Al finalizar el estudio, esa preferencia se extendió fuera del laboratorio. Las personas “mejor imaginadas” también resultaron más agradables en evaluaciones posteriores de la vida real.

Qué pasa en el cerebro al imaginar

Mientras los participantes realizaban la tarea, permanecían dentro de un escáner de resonancia magnética funcional. Esto permitió observar qué regiones cerebrales se activaban durante la imaginación.

Los resultados mostraron actividad en el estriado ventral, una zona clave del sistema de aprendizaje por recompensa. Esta región suele activarse cuando algo resulta mejor de lo esperado en la experiencia real.

La intensidad de la respuesta dependía de cuán inesperadamente agradable fuera la escena imaginada. Cuando la imagen mental superaba las expectativas, la señal cerebral era más fuerte. El patrón fue el mismo que se observa ante recompensas reales.

Además, el estriado ventral se sincronizaba con la corteza prefrontal dorsomedial, una región relacionada con cómo pensamos y recordamos a otras personas. Esto sugiere que el cerebro usa la experiencia imaginada para actualizar la imagen mental que guarda de cada individuo.

No toda imaginación tiene el mismo efecto

Los investigadores también analizaron qué tan vívidas eran las imágenes mentales. Las escenas más claras y detalladas generaron respuestas emocionales más intensas. Esas respuestas fueron las que impulsaron el aprendizaje.

Esto explica por qué no todas las imaginaciones influyen igual. Cuanto más real se siente una escena en la mente, mayor impacto tiene en decisiones futuras. El cerebro trabaja con lo que percibe internamente, aunque no provenga del entorno.

El comportamiento observado se explicó con modelos clásicos de aprendizaje por refuerzo. No fue necesario proponer teorías nuevas. El cerebro reutiliza circuitos conocidos, incluso para aprender de la imaginación.

Por qué este hallazgo importa en la vida diaria

Estos resultados ayudan a entender por qué pensar repetidamente en ciertos escenarios cambia actitudes y conductas. La imaginación no es pasiva. Entrena expectativas y moldea elecciones futuras, sobre todo en el ámbito social.

En salud mental, el hallazgo tiene dos caras. La imaginación positiva puede usarse como herramienta terapéutica. Pero la imaginación negativa también puede reforzar sesgos y miedos si se repite sin control. El estudio recuerda que el cerebro aprende incluso sin retroalimentación del mundo real.

Los autores advierten que imaginar no siempre es benéfico. Sin contraste con la realidad, el aprendizaje mental puede consolidar errores. Comprender este mecanismo permite usar la imaginación con mayor cuidado y sentido clínico.

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Como resume la evidencia: “Imaginar no es escapar de la realidad: es una forma silenciosa de aprendizaje”.

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