Vacunas de ARN mensajero y miocarditis: qué explica un nuevo estudio y por qué el riesgo sigue siendo bajo
Un estudio de Stanford explicó por qué, en casos muy poco frecuentes, las vacunas de ARN mensajero contra la COVID-19 se asociaron con miocarditis, sobre todo en hombres jóvenes.

CIUDAD DE MÉXICO.- Las vacunas de ARN mensajero contra el SARS-CoV-2 marcaron un punto de inflexión durante la pandemia de COVID-19. Su aplicación masiva ayudó a reducir hospitalizaciones, muertes y la saturación de los sistemas de salud. Sin embargo, desde los primeros meses de uso a gran escala, los sistemas de vigilancia detectaron un efecto adverso poco frecuente: casos de miocarditis no infecciosa, sobre todo en hombres jóvenes, generalmente después de la segunda dosis o de un refuerzo.
Durante años se documentó esta asociación, pero faltaba una explicación clara del proceso biológico detrás del fenómeno. Un estudio reciente, publicado en Science Translational Medicine y liderado por investigadores de Stanford Medicine, aportó respuestas concretas y abrió la puerta a posibles estrategias de prevención.
¿Qué tan frecuente fue la miocarditis posvacunal?
La investigación partió de un punto central: la miocarditis asociada a vacunas de ARN mensajero existió, pero fue extremadamente infrecuente. Los datos mostraron una incidencia aproximada de un caso por cada 140 mil personas tras la primera dosis, que aumentó a uno por cada 32 mil después de la segunda. El riesgo fue mayor en varones menores de 30 años.
Aun así, la evolución clínica fue favorable en la gran mayoría de los casos, con recuperación rápida y sin secuelas. Además, los investigadores recordaron que la infección por SARS-CoV-2 implicó un riesgo de miocarditis hasta diez veces mayor que el observado tras la vacunación.
La pregunta clave: ¿por qué ocurrió en algunos casos?
El objetivo del estudio fue responder por qué, en una minoría muy específica de personas, la vacunación activó una inflamación capaz de afectar al corazón. Para ello, el equipo comparó muestras de sangre de personas vacunadas que desarrollaron miocarditis con las de personas vacunadas sin complicaciones.
La diferencia fue clara. En quienes presentaron inflamación cardíaca aparecieron niveles elevados de dos citocinas, proteínas que permiten la comunicación entre células del sistema inmune: CXCL10 e interferón gamma (IFN-γ). “Aparecieron dos proteínas, llamadas CXCL10 e IFN-gamma. Creemos que estas dos son las principales impulsoras de la miocarditis”, explicó Joseph Wu, director del Instituto Cardiovascular de Stanford.
Cómo se activa la inflamación
Los investigadores reconstruyeron el proceso paso a paso. Primero, la vacuna de ARN mensajero activó a los macrófagos, células de defensa de primera línea. Estas células comenzaron a liberar grandes cantidades de CXCL10. Esa señal estimuló después a las células T, que respondieron produciendo IFN-γ en niveles elevados.
Experimentos de laboratorio con células humanas confirmaron que las células T no aumentaban el IFN-γ al exponerse directamente a la vacuna. El aumento solo ocurría cuando entraban en contacto con macrófagos previamente activados, lo que dejó claro el papel coordinado de ambos tipos celulares.
Evidencia en modelos animales y marcadores clínicos
Para evaluar si esta cascada inflamatoria podía dañar el corazón, el equipo trabajó con ratones machos jóvenes vacunados. En ellos se detectaron niveles elevados de troponina cardíaca, un marcador clínico que indica lesión del músculo cardíaco. También se observó infiltración de macrófagos y neutrófilos en el tejido del corazón, un patrón similar al descrito en pacientes humanos con miocarditis posvacunal.
Estas células inmunes, al activarse en exceso, generaron inflamación y estrés celular. El estudio mostró que al bloquear CXCL10 e IFN-γ se redujo de forma significativa la inflamación cardíaca y los marcadores de daño, sin eliminar la respuesta inmunitaria general inducida por la vacuna.
Corazones en miniatura y resultados consistentes
Para acercar los hallazgos a la biología humana, los investigadores utilizaron modelos de corazón en miniatura. A partir de células de la piel o la sangre, generaron células madre pluripotentes inducidas y las transformaron en cardiomiocitos, células endoteliales y macrófagos, organizados en estructuras capaces de latir.
Cuando estos modelos se expusieron a CXCL10 e IFN-γ, mostraron estrés cardíaco y alteraciones en la contracción y el ritmo. Al aplicar inhibidores de ambas citocinas, parte de esos efectos se revirtió, lo que coincidió con los resultados observados en animales.
El papel del sexo y una posible vía de mitigación
El estudio también exploró por qué la miocarditis apareció con mayor frecuencia en hombres jóvenes. El equipo recordó que el estrógeno tiene efectos antiinflamatorios conocidos y retomó investigaciones previas sobre la genisteína, un compuesto derivado de la soja con actividad estrogénica leve.
En los nuevos experimentos, la genisteína redujo los marcadores de daño cardíaco tanto en células humanas como en ratones expuestos a CXCL10, IFN-γ o a vacunas de ARN mensajero. También disminuyó la infiltración de células inflamatorias en el corazón. “La genisteína se absorbe débilmente por vía oral”, aclaró Wu. El compuesto utilizado fue más puro y concentrado que los suplementos comunes, pero los resultados abrieron la puerta a estrategias farmacológicas específicas.
Qué cambia y qué no cambia este hallazgo
Comprender el mecanismo permitió diferenciar un riesgo excepcional de los beneficios amplios de las vacunas frente a la COVID-19 grave y la mortalidad asociada. Wu subrayó que la señalización de IFN-γ es esencial para la defensa contra virus, pero que el problema surge cuando alcanza niveles muy altos.
Lejos de cuestionar la vacunación, el estudio explicó por qué la miocarditis asociada a las vacunas de ARN mensajero fue rara, generalmente leve y mucho menos peligrosa que la causada por la infección natural. Como resumió Wu, el hallazgo no modifica la ecuación riesgo-beneficio, pero sí permite entenderla mejor y pensar en vacunas futuras todavía más seguras.
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