Vivir en una ciudad mantiene el cuerpo en estado de alerta constante, según nuevos estudios
La vida urbana, la contaminación, el ruido y la falta de contacto con la naturaleza están afectando funciones clave como la fertilidad, la inmunidad, la capacidad física y la cognición.

CIUDAD DE MÉXICO.- Un nuevo trabajo de los antropólogos Daniel Longman y Colin Shaw plantea una pregunta de fondo: si el mundo moderno coincide con lo que nuestro cuerpo necesita para funcionar bien. Durante millones de años, los seres humanos evolucionaron en paisajes naturales. Había vegetación, animales, microorganismos y ciclos de luz que marcaban el ritmo interno del cuerpo. Esa historia larga moldeó nuestra biología.
La industrialización, en cambio, transformó el planeta en apenas dos o tres siglos. Para los investigadores, ese tiempo no ha sido suficiente para que el cuerpo humano se adapte. Hoy, la mayoría de las personas vive en ciudades densas, pasa cerca del 93 % del día bajo techo y respira aire con contaminantes que no existían en casi toda nuestra historia evolutiva.
Los autores llaman a este fenómeno un posible “desajuste ambiental”. Se trata de una distancia entre lo que el organismo necesita y lo que el entorno actual ofrece. Esa brecha podría explicar por qué varias funciones del cuerpo muestran señales de deterioro.
¿Por qué la vida urbana mantiene al cuerpo en estado de alerta?
El estudio revisa años de evidencia y observa un patrón claro. Cuanto más industrializado es un entorno, más se afectan funciones básicas como la reproducción, la inmunidad, la cognición y la capacidad física. Lo más preocupante es que estos cambios aparecen desde edades tempranas.
Los investigadores proponen que la industrialización introduce riesgos nuevos y, al mismo tiempo, elimina elementos naturales que antes protegían el funcionamiento del cuerpo. El resultado es un organismo que responde como si estuviera frente a una amenaza constante.
La idea se resume en una imagen clara: “¿Vives siempre en alerta? La vida urbana activa tu biología como si siguieras huyendo de leones”. El cuerpo reacciona con los mismos sistemas de estrés que se activaban para sobrevivir en la naturaleza.
El impacto silencioso sobre la reproducción humana
Uno de los hallazgos más relevantes del análisis es la caída global de la fertilidad. Los autores reconocen la influencia de factores sociales, pero advierten que también existen causas biológicas ligadas al ambiente industrial.
La contaminación del aire aparece como uno de los factores más dañinos. Diversos estudios muestran que la exposición a partículas y gases urbanos afecta la formación de óvulos y espermatozoides, reduce la calidad del semen y eleva el riesgo de pérdida del embarazo.
En zonas rurales también hay riesgos. El uso de pesticidas y herbicidas altera hormonas y procesos reproductivos. Las investigaciones los relacionan con menor concentración de espermatozoides, baja testosterona, partos prematuros y problemas en el desarrollo del embrión.
A esto se suman los micro y nanoplásticos. Estos fragmentos ya están en el agua, el aire y los tejidos humanos. Producen inflamación, daño celular y cambios que pueden afectar la fertilidad femenina y masculina. Aunque faltan estudios amplios en personas, la evidencia inicial apunta a un riesgo en aumento.
Un sistema inmunitario con menos defensas naturales
El sistema inmunitario es clave para sobrevivir. El trabajo muestra que los entornos industrializados interfieren en su equilibrio. Uno de los mecanismos es la falta de contacto con microorganismos del entorno natural.
Esta idea se conoce como la hipótesis de los “viejos amigos”. Plantea que la pérdida de contacto con la biodiversidad impide que el sistema inmunitario se entrene bien. En zonas con pocas áreas verdes se registran más infecciones y más enfermedades autoinmunes.
También influyen la contaminación del aire, el ruido constante y la luz artificial en la noche. Estos factores alteran las células defensivas, aumentan la inflamación y desajustan los ritmos internos. La evidencia indica que vivir bajo estos estímulos debilita la respuesta ante virus y bacterias y favorece enfermedades crónicas.
Además, algunos compuestos industriales modifican la expresión de genes ligados a la defensa del cuerpo. En estudios con animales se observaron cambios en rutas relacionadas con tumores y procesos antioxidantes. El patrón es constante: a mayor industrialización, más difícil es sostener una inmunidad estable.
Qué efectos tiene el ambiente urbano en el cerebro
El cerebro humano evolucionó en entornos naturales que exigían atención, memoria, orientación y cooperación. El análisis muestra que las ciudades actuales no facilitan ese funcionamiento.
Estudios con miles de niños indican que crecer en zonas con poca vegetación se asocia con un desarrollo más lento de las funciones ejecutivas. Estas funciones permiten organizar ideas, controlar impulsos y resolver problemas. Esta relación se mantiene incluso cuando se consideran factores económicos.
En personas mayores, vivir cerca de áreas naturales se vincula con un deterioro mental más lento. En cambio, la urbanización rápida se asocia con peores resultados en memoria, orientación y razonamiento.
Ensayos controlados muestran que exposiciones breves a entornos urbanos ruidosos y saturados reducen la atención, la memoria de trabajo y la creatividad. Por el contrario, los entornos naturales generan mejoras. La contaminación del aire también influye. Se asocia con retrasos en el neurodesarrollo, bajo desempeño escolar y envejecimiento más rápido del cerebro.
Menor capacidad física y un estrés que lo agrava todo
Las capacidades físicas también muestran cambios. Estudios internacionales indican que niños y adolescentes urbanos tienen menor resistencia y menos fuerza que quienes viven en zonas rurales. En adultos, sobre todo en personas mayores, se observa mayor debilidad muscular y una pérdida más rápida de movilidad en lugares con poca naturaleza.
El sedentarismo urbano se suma a la dificultad para respirar aire limpio. La contaminación reduce la función pulmonar, afecta al corazón y disminuye el rendimiento físico, incluso cuando los niveles de partículas están dentro de rangos considerados aceptables.
En población infantil expuesta a contaminantes se ha observado menor oxigenación y más riesgo de pérdida de masa muscular. Esto no solo impacta la salud, también limita capacidades necesarias para la vida diaria.
Sobre todo este desgaste actúa un factor que lo amplifica: el estrés crónico. En entornos urbanos, los niveles de cortisol son más altos. Esto afecta la reproducción, la inmunidad, la memoria y la energía para el esfuerzo físico. Los estudios muestran que el contacto breve con la naturaleza reduce de forma clara esa activación. El cuerpo vive en alerta sin tiempo suficiente para recuperarse.
Qué se puede aprender de este “desajuste ambiental”
El trabajo de Longman y Shaw no plantea una respuesta simple, pero sí una advertencia clara. El cuerpo humano no fue diseñado para procesar miles de sustancias químicas, ruido constante, luz artificial continua y aire contaminado.
La evidencia sugiere que el entorno moderno está influyendo en funciones básicas como tener hijos, defenderse de enfermedades, pensar con claridad y mantener la fuerza. Comprender este desajuste permite tomar decisiones más informadas en la vida diaria, desde buscar espacios verdes hasta reducir la exposición a contaminantes cuando sea posible.
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El mensaje central es directo: la salud no depende solo de la genética o de decisiones individuales. También depende, en gran medida, del entorno que se habita todos los días.
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