Insensibilidad congénita al dolor: una condición que elimina la alerta del cuerpo
La insensibilidad congénita al dolor es una enfermedad rara con la que las personas nacen sin capacidad para percibir dolor físico.

CIUDAD DE MÉXICO.- Existen personas que nacen sin la capacidad de sentir dolor físico. Esta condición se conoce como insensibilidad congénita al dolor (CIP) y está presente desde el primer momento de vida. Puede aparecer en cualquier parte del mundo y en personas de todas las edades. En muchos casos, las familias descubren el trastorno cuando observan heridas, quemaduras o fracturas en niños pequeños que no expresan molestias ni llanto.
La CIP forma parte de un grupo de trastornos neurológicos poco frecuentes que impiden percibir el dolor ante quemaduras, infecciones, fracturas o lesiones internas. Esto representa un riesgo constante, ya que el dolor es la principal señal de advertencia ante un daño. Sin esa señal, cualquier actividad cotidiana puede convertirse en un peligro. Por esta razón, el diagnóstico suele llegar después de varios incidentes que llaman la atención de la familia y los médicos.
¿Por qué no sienten dolor? El origen neurológico y genético
De acuerdo con el portal oficial de Enfermedades Raras del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, la insensibilidad congénita al dolor se divide en dos grandes grupos. El primero corresponde a trastornos del desarrollo, donde las células nerviosas que deberían captar el dolor no llegan a formarse o desaparecen en etapas tempranas de la vida. El segundo grupo abarca los trastornos funcionales, en los que sí existen terminaciones nerviosas, pero estas no logran enviar la señal de daño al cerebro.
Ambos tipos se relacionan con alteraciones en los nociceptores, las células encargadas de detectar estímulos dolorosos. La enfermedad tiene un origen genético claro. Las investigaciones han identificado mutaciones hereditarias tanto de tipo autosómico recesivo como autosómico dominante. Esto permite, en algunos casos, ofrecer asesoramiento genético a las familias. También se sabe que los síntomas pueden variar según el gen afectado, lo que explica por qué algunas personas presentan cuadros más complejos que otras.
Riesgos diarios para quienes viven sin dolor
Según la Organización Nacional de Enfermedades Raras de Estados Unidos, las complicaciones más comunes incluyen heridas que tardan en sanar, infecciones que pasan desapercibidas y daños físicos acumulados por golpes repetidos. La ausencia de dolor dificulta la detección temprana de un problema, lo que puede agravar lesiones que, en otras personas, serían atendidas de inmediato.
Los profesionales de la salud enfrentan un reto constante, ya que no cuentan con síntomas evidentes para detectar a tiempo fracturas, infecciones o lesiones internas. Por ello, el seguimiento médico suele ser continuo y requiere revisiones frecuentes, incluso cuando el paciente parece estar en buen estado.
¿Cómo se diagnostica la insensibilidad congénita al dolor?
El diagnóstico de la CIP no es inmediato. Con frecuencia se confirma después de varios eventos preocupantes durante la infancia, como fracturas sin dolor, lesiones profundas sin reacción o infecciones que avanzan sin síntomas claros. Estos episodios llevan a los médicos a solicitar estudios neurológicos y pruebas genéticas.
De acuerdo con los National Institutes of Health, los estudios clínicos continúan para entender mejor cómo cada mutación influye en la gravedad del cuadro. Esta información es clave para definir el tipo de seguimiento que cada paciente necesita y para orientar a las familias sobre los riesgos reales a largo plazo.
Tratamiento: control de lesiones y prevención constante
Actualmente, no existe una cura definitiva para la insensibilidad congénita al dolor. El tratamiento se enfoca en el control de lesiones, la prevención de infecciones y la vigilancia permanente del cuerpo. Según la Red Nacional de Organizaciones de Enfermedades Raras, tanto los familiares como los médicos deben aprender a revisar de forma rutinaria la piel, las extremidades, la boca y otras zonas donde pueden aparecer heridas sin ser notadas.
La médica genetista Gioconda Alyea explicó que las personas con CIP pueden llevar una vida activa, siempre que mantengan cuidados constantes. El uso de un entorno supervisado, estrategias de prevención y educación sobre riesgos son pilares del manejo diario. La enseñanza debe comenzar desde la infancia para que la persona aprenda a identificar lesiones de forma visual y no por dolor.
Apoyo psicológico y redes de acompañamiento
El acompañamiento psicológico es parte importante del tratamiento, ya que ayuda a la persona a adaptarse a un entorno lleno de riesgos que no puede percibir de manera natural. Además, organizaciones internacionales y grupos de apoyo ofrecen orientación, información confiable y contacto con otras familias que viven la misma situación.
El Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos señala que estos grupos facilitan el acceso a estudios clínicos, asesoría médica y redes de apoyo. Su papel es clave en la educación, la investigación y la contención emocional. Sin la alerta natural del dolor, la vida diaria exige vigilancia constante y el respaldo de una comunidad informada.
Conocimiento temprano, la mejor herramienta
Aunque la insensibilidad congénita al dolor es una enfermedad poco frecuente, el diagnóstico oportuno, la educación y el entorno adecuado pueden marcar una diferencia clara en la calidad de vida. La detección temprana ayuda a reducir riesgos, prevenir complicaciones graves y ofrecer un seguimiento médico adecuado.
Para obtener información adicional y asesoramiento genético, se recomienda acudir a instituciones especializadas en enfermedades raras y consultar fuentes médicas acreditadas. En un padecimiento donde el cuerpo no avisa, el conocimiento se convierte en la principal forma de protección.
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