‘El árbol Frankestein’: Produce 40 frutos diferentes y es considerado un ‘arca genético’
Parece un árbol normal, hasta que un día explota en 40 frutas distintas: así nació esta joya viviente y hasta la fecha se tiene un registro de 200 ejemplares.

Si un día caminas por un parque y te cruzas con un árbol que luce como cualquier otro —tronco robusto, ramas tranquilas, apariencia discreta— es probable que sigas tu camino sin pensarlo dos veces. Pero si regresas en primavera, ese mismo árbol podría sorprenderte con un estallido de color: flores rosa pálido, blanco nieve y carmesí intenso decorando cada rama, como si alguien hubiera mezclado especies imposibles en un solo tronco.

Meses después, la sorpresa se multiplica: ese árbol “normal” resulta ser una pequeña fábrica de maravillas. Produce duraznos, ciruelas, albaricoques, nectarinas, cerezas y hasta almendras… 40 frutas de hueso distintas creciendo en armonía, como si la naturaleza hubiera decidido hacer un collage comestible.

Este fenómeno no es casualidad ni fantasía. Es obra de Sam Van Aken, profesor de arte en la Universidad de Syracuse, quien creó el famoso Árbol de los 40 Frutos, conocido popularmente como el “árbol Frankestein”, no por su monstruosidad, sino por su esencia híbrida hecha con paciencia, conocimiento ancestral y una enorme dosis de creatividad.
La visión artística: transformar lo cotidiano en extraordinario
Curiosamente, el proyecto no nació desde la ciencia, sino desde el arte. Van Aken buscaba provocar un momento de interrupción en la rutina visual de las personas, una chispa de asombro que obligara a observar y preguntarse: “¿Estoy viendo bien?”

Su inspiración surgió de investigar el concepto de hoax (engaño), cuya raíz proviene de la frase “Hocus Pocus”, relacionada a la antigua expresión latina Hoc est enim corpus meum, usada en la Eucaristía. Ese momento de “transubstanciación” —cuando algo cotidiano se transforma sin perder su forma— influyó profundamente su idea: crear un árbol que se viera común casi todo el año, pero que una vez al año revelara su verdadera esencia múltiple y mágica.
Y el número 40 tampoco fue casualidad. No representa una cifra exacta, sino un símbolo:
- No es un número literal ni limitado.
- Posee fuerte carga espiritual en la tradición occidental.
- Representa abundancia, multiplicidad, aquello que va “más allá del cálculo”.
Para lograr esta transformación poética —un árbol, muchas realidades— Van Aken recurrió a una técnica milenaria: el injerto.

El injerto: la “magia” detrás del árbol Frankestein
El injerto, usado desde hace más de 3,000 años, permite unir ramas o brotes de distintos árboles para que crezcan como uno solo. Más allá del misterio que rodeaba a esta práctica en la infancia de Van Aken —su bisabuelo injertaba huertos en Pensilvania— la técnica tiene una explicación científica muy precisa:
Una semilla nunca garantiza una fruta idéntica a su “madre”. Quien desee conservar una variedad específica debe injertar una rama del árbol original, un clon genético, sobre un árbol base.

El proceso para crear un Árbol de 40 Frutos es casi un acto de paciencia zen:
- El árbol base se cultiva por tres años para fortalecer sus raíces.
- Se podan y estructuran las ramas principales, creando el “andamio”.
- Comienzan los injertos, que se multiplican año tras año.
- En ocho o nueve años, la obra está lista: un árbol que contiene un pequeño universo genético.
Pero lo que empezó como una obra artística pronto reveló un problema mayor: las frutas necesarias para crear el árbol… estaban desapareciendo.

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De obra de arte a archivo de biodiversidad
Al buscar variedades para sus injertos, Van Aken descubrió que en Nueva York —que hace un siglo fue potencia en frutas de hueso— ya no quedaban suficientes tipos para llegar al “40”. La diversidad agrícola del país había colapsado silenciosamente.
Hace 100 años existían:
- 2000 variedades de duraznos,
- 2000 variedades de ciruelas,
- 800 variedades de manzanas solo en Estados Unidos.
Hoy queda apenas una fracción.
La situación se volvió más urgente cuando Van Aken supo que un huerto experimental que albergaba cientos de variedades antiguas estaba por ser demolido por falta de financiamiento. Entonces lo entendió: podía “salvar” esas frutas injertándolas.
Con ello, su árbol dejó de ser solo una escultura viva para convertirse en un arca genética, un archivo botánico que preserva especies al borde del olvido.

¿Dónde está ubicado el Árbol de los 40 Frutos?
El primer árbol que dio origen al proyecto se plantó en el Museum of Art del Colby College en Waterville, Maine, lugar desde el cual la idea comenzó a tomar forma pública. Desde entonces, según la propia página de Sam Van Aken, se han plantado al menos 200 árboles de este tipo por todo Estados Unidos. Algunos forman parte de colecciones y espacios educativos —como Syracuse University, el Children’s Discovery Museum en San José y el huerto público en Governors Island—, mientras que otros viven en museos, jardines comunitarios y colecciones privadas en estados como Arkansas, Kentucky, Massachusetts, Nueva Jersey y Pensilvania.
A esta red de árboles “frankestein” se suma el ambicioso huerto público en Governors Island, Nueva York, convirtiendo al proyecto en un verdadero banco genético distribuido y accesible: no es una curiosidad local, sino un movimiento con alcance nacional.

Más que fruta: historia, cultura y seguridad alimentaria
La desaparición de variedades tradicionales no solo es pérdida agrícola, sino cultural. Muchas frutas llegaron a Estados Unidos como recuerdos de hogar traídos por inmigrantes.

Ejemplos maravillosos:
- El durazno “Blood Cling” fue introducido por misioneros españoles y adoptado por comunidades nativas.
- El albaricoque llegó con inmigrantes chinos del ferrocarril.
- El durazno “George IV”, famoso por su sabor sublime en el siglo XIX, desapareció porque no era transportable en cadenas industriales.
A esto se suman dos amenazas que, según Van Aken, han devastado la diversidad frutal:
Principales amenazas
1. Agricultura industrial
Gigantescos monocultivos priorizan resistencia y apariencia, no sabor. Las frutas se eligen para viajar bien, no para saber mejor.
2. Políticas de erradicación de enfermedades
Ejemplo: el virus Plum Pox. Si se detecta un árbol con la enfermedad, se destruye todo el huerto y se prohíbe plantar en la zona, desincentivando la variedad.
La importancia de la biodiversidad es tan crítica que incluso DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) contactó a Van Aken: la diversidad de cultivos es un asunto de seguridad nacional. Depender de pocas variedades nos hace vulnerables a plagas, sequías y cambios climáticos.
Así, el proyecto evolucionó una vez más: de salvar frutas… a enseñar a las nuevas generaciones a cuidarlas.

El futuro es un huerto: un aula al aire libre en Nueva York
La fase más reciente del proyecto es el Huerto Público de Governors Island, un espacio con 50 árboles injertados con más de 200 variedades antiguas. Funciona como un “banco genético vivo”, pero también como una plataforma educativa y comunitaria.
Sus objetivos son:
- Acceso público: Permitir que cualquiera toque, huela y pruebe variedades desaparecidas del comercio, como la manzana “Early Strawberry”, originaria del viejo Manhattan.
- Educación práctica: Talleres de injerto, poda y cosecha para recuperar el conocimiento agrícola perdido.
- Participación activa: La comunidad se convierte en custodio de estas especies.
- Reconexión con los alimentos:En una sociedad donde menos del 3% tiene contacto con la agricultura, este huerto devuelve a la gente el origen de su comida.
El jardín se convierte así en un puente entre el pasado y el futuro, entre ciencia y arte, entre tradición y modernidad.

La cosecha de la creatividad
El Árbol de los 40 Frutos demuestra que el arte puede sembrar soluciones en campos donde menos lo imaginamos. Lo que empezó como una obra diseñada para provocar asombro terminó convirtiéndose en:
- una herramienta de preservación genética,
- un refugio para la historia cultural de los inmigrantes,
- un recordatorio de la fragilidad de nuestra seguridad alimentaria,
- y un aula viviente que enseña a reconectar con la tierra.
La historia de Sam Van Aken cierra un círculo inspirador: de niño rechazó la vida agrícola para convertirse en artista, y como artista redescubrió sus raíces, combinando creatividad y tradición para proteger el futuro.
Porque, al final, la mayor cosecha de este árbol Frankestein no son sus 40 frutos… sino la idea de que al mezclar arte con ciencia podemos cultivar un mundo más diverso, más sabroso y más resiliente.
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