Huérfanos por femicidio: cómo queda la infancia cuando la madre es asesinada
La infancia desprotegida sigue enfrentando violencia, abandono y negligencia, desde los tiempos de los niños expósitos hasta la orfandad por femicidio.

CIUDAD DE MÉXICO.- Uno de los primeros retratos de maltrato y orfandad en la literatura aparece en El Lazarillo de Tormes. Tras la muerte de su padre y la separación de su madre, Lázaro, de apenas ocho años, es entregado a un ciego que lo somete a múltiples formas de abuso: físico, sexual, psicológico, negligencia, explotación y corrupción. Las figuras que deberían protegerlo están ausentes.
Su historia anticipa un patrón que se mantiene hasta hoy: la infancia desprotegida y la orfandad como marcas sociales persistentes. A pesar de los avances legislativos, la realidad para muchos niños sigue siendo difícil. Los recursos son escasos, no todas las provincias cuentan con equipos especializados en salud mental infantil y la mayoría de los servicios públicos tienen listas de espera de varios meses. La política continúa mirando hacia otro lado, mientras faltan profesionales capacitados, los servicios están saturados y no existe una política integral de salvaguarda infantil que obligue a los sistemas de protección, salud, educación y justicia a actuar sin revictimizar.
Orfandad y abandono: de los niños expósitos a la actualidad
Durante el Virreinato, los niños sin cuidados parentales vivían bajo estigmas legales y sociales. Muchos eran abandonados en iglesias o en casas de familias acomodadas; otros morían en calles y parajes desolados. Así surgió la categoría de “niños expósitos”, destinada a identificar a los menores sin protección formal.
Siglos más tarde, aunque las formas de abandono cambiaron, la desprotección persiste. La violencia familiar, la negligencia institucional y los abandonos continúan a pesar de la existencia de la Convención de los Derechos del Niño. Hoy, los niños en situación de vulnerabilidad siguen enfrentando desafíos similares, aunque con nuevas formas de exposición a riesgos, como el abuso digital o la violencia institucional.
Casos recientes: Gualeguaychú y Misiones
Dos historias recientes muestran el vacío estructural en las políticas de protección infantil. En Gualeguaychú, un niño fue secuestrado por su padre tras el femicidio de su madre y su abuela. El menor fue hallado en un hotel, mientras el agresor intentaba huir a Uruguay. Un oficial relató: “vino una policía que lo trató como una mamá”, mostrando buenas intenciones, pero sin la formación adecuada para acompañar a un niño víctima de trauma grave.
En Misiones, dos niñas escaparon de un hogar estatal de protección y fueron secuestradas por adultos que las contactaron a través de redes sociales. Cinco hombres fueron detenidos, entre ellos un suboficial de policía. El caso evidencia que la violencia no es solo individual: también se trata de una falla institucional, una forma de “orfandad estructural”.
La orfandad por femicidio: un trauma invisible
Ser hijo de una mujer asesinada implica un riesgo extremo de traumatización. La violencia no comienza el día del asesinato, sino mucho antes, cuando los gritos, golpes y miedo ya forman parte del entorno familiar. El impacto se refleja en insomnio, sobresaltos, retraimiento, hipervigilancia y problemas escolares.
Holden, psicólogo del desarrollo, describía en 1998 a los hijos de mujeres víctimas de violencia doméstica como “las víctimas no reconocidas”. Medio siglo después, esa invisibilidad persiste. Los niños participan como testigos en juicios, pero solo adquieren visibilidad cuando son noticia. La orfandad por femicidio representa una emergencia de salud pública y una deuda de los sistemas de protección infantil.
Orfandad estructural: una falla del Estado
La orfandad estructural refleja la ausencia del Estado como forma de violencia institucional. Los niños no son meros espectadores: son sobrevivientes de violencia. La respuesta estatal sigue siendo insuficiente: cada femicidio debería activar un protocolo de emergencia psicosocial con atención inmediata y seguimiento sostenido.
El abuso digital y la negligencia institucional muestran nuevas formas de violencia de género hacia la infancia. Los casos de Gualeguaychú y Misiones revelan que la falta de cuidado y contención en los hogares estatales puede exponer a los niños a situaciones de riesgo aún mayores que las que ya enfrentan.
Hacia un sistema de protección integral
La infancia en situación de vulnerabilidad requiere intervención inmediata y acompañamiento especializado. Urge un sistema federal de protección integral, con presupuesto sostenido y políticas interministeriales que garanticen atención psicológica y social.
Cada niño huérfano por femicidio o institucionalizado sin cuidado muestra la falla colectiva del Estado. La violencia no termina con la detención del agresor: requiere prevención, reparación y recuperación. Crear condiciones para proteger a la infancia es un desafío ético, político y humano que requiere compromiso público y participación de toda la sociedad.
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