Por qué las mujeres sienten más asco y cómo esto protege su salud
Las hembras de primates, incluidas las humanas, muestran mayor sensibilidad al asco que los machos.

CIUDAD DE MÉXICO.- La ciencia ha empezado a desentrañar un fenómeno con implicaciones para la salud y la esperanza de vida: las hembras de primates, incluidas las humanas, muestran mayor sensibilidad al asco que los machos. Investigaciones recientes recogidas por National Geographic señalan que esta diferencia se traduce en conductas más higiénicas y menor incidencia de enfermedades.
Diferencias entre machos y hembras
De acuerdo con especialistas, la aversión a lo desagradable actúa como un escudo que protege contra infecciones y contribuye a explicar por qué las hembras suelen vivir más tiempo que los machos. “Estamos programados para sentir asco por cosas que han dañado a las personas en el pasado”, explica la antropóloga Tara Cepon Robins, de la Universidad de Colorado.
El asco, además de ser una emoción, funciona como un mecanismo adaptativo. En distintos estudios se observa que las hembras muestran mayor prudencia frente a alimentos o conductas de riesgo, lo que se refleja en menos infecciones y mejores condiciones para la reproducción.
Evidencia en primates no humanos
La ecóloga cognitiva Cécile Sarabian, del Instituto de Estudios Avanzados de Toulouse, observó en macacas japonesas que las hembras limpiaban los alimentos recolectados antes de comerlos, mientras los machos los ingerían casi sin inspección. Esta diferencia se asoció a una menor tasa de infección por parásitos intestinales en las hembras.
Sarabian comprobó que las primates tratadas contra esos parásitos presentaban mayor peso corporal y éxito reproductivo, lo que refuerza el papel del asco como factor protector. En palabras simples, evitar lo repulsivo se traduce en más salud y mejores oportunidades de supervivencia.
Este patrón también aparece en otras especies. En Tanzania, las hembras de babuino oliva rechazan el apareamiento con machos que presentan lesiones visibles causadas por bacterias. En la República del Congo, las hembras de gorila occidental de llanura pueden abandonar al grupo si detectan signos de infección en un macho.
El caso de los humanos
En humanos, los estudios utilizan imágenes o descripciones de situaciones desagradables para medir el nivel de asco. En sociedades occidentales, las mujeres suelen puntuar más alto que los hombres. Sin embargo, en un estudio realizado con el pueblo indígena Shuar de Ecuador, no se observaron diferencias de género.
Según Robins, esto puede deberse a que la modernización ha elevado la conciencia sobre los riesgos de infección mediante mejoras en infraestructura y prácticas de higiene. La investigadora resume: “Cuanto más puedes controlar tu entorno, básicamente, más asco sientes”.
Lo interesante es que las personas que reportaron menor sensibilidad al asco presentaban más probabilidades de estar infectadas por bacterias o virus, lo que confirma la función protectora de esta emoción.
Asco y embarazo
El asco se intensifica en momentos de vulnerabilidad, como el embarazo. En esta etapa, el sistema inmune de la madre se debilita para proteger al embrión, y la repulsión frente a posibles fuentes de infección actúa como defensa adicional.
En un estudio, las mujeres embarazadas que mostraban mayor rechazo a olores o alimentos en mal estado presentaban menos signos de respuesta inmune en sangre, lo que sugiere que la emoción compensaba la reducción de defensas fisiológicas.
Desde una perspectiva evolutiva, esta precaución tiene sentido. Las hembras gestan y cuidan a la descendencia, lo que las hace responsables de evitar contagios que podrían transmitirse a sus crías.
Una emoción difícil de eliminar
A pesar de los avances científicos, el asco se mantiene como una emoción persistente. Sarabian comenta que, tras años de exposición a estímulos desagradables en su investigación, no ha perdido sensibilidad, sino que ha aumentado su conciencia sobre los riesgos del entorno.
En este sentido, el asco no solo forma parte de la vida cotidiana, sino que se convierte en una herramienta de supervivencia. La suma de estas conductas protectoras podría explicar, como concluye National Geographic, por qué las hembras de primates, incluidas las humanas, suelen vivir más que los machos.
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