En la antigüedad, la cabra fue un símbolo de fertilidad en el Oriente, según nuevos estudios
El íbice, cabra salvaje de los montes orientales, se consolidó como uno de los símbolos más potentes de la fertilidad en el Próximo Oriente antiguo.

CIUDAD DE MÉXICO.- Los animales han ocupado un lugar central en las creencias religiosas y las prácticas simbólicas de las sociedades humanas desde la prehistoria. Entre ellos, la cabra montés o íbice (Capra ibex), que habita en zonas montañosas de Asia, Europa y África, se convirtió en uno de los motivos iconográficos más persistentes en el Próximo Oriente antiguo. Un estudio reciente publicado en L’Anthropologie por Shirin Torkamandi, Marcel Otte y Abbas Motarjem analiza cómo este animal representó la fuerza, la abundancia y, sobre todo, la fertilidad, asociándose además con elementos celestes como la luna y el agua.
El íbice: entre la naturaleza y lo sagrado
El íbice pertenece al género Capra y se caracteriza por sus largos cuernos curvados. La investigación indica que la domesticación de la cabra a partir del íbice comenzó hace unos 10.000 años en los montes Zagros y Anatolia oriental, consolidando su relevancia económica y simbólica. Sin embargo, mucho antes de su domesticación, el íbice ya aparecía en el arte rupestre, sugiriendo que funcionaba como mediador entre la naturaleza y lo espiritual.
En Europa, se observa una conexión temprana entre el íbice y lo femenino. Pinturas y grabados, como los de Laussel en Francia, muestran figuras femeninas con cuernos de íbice, interpretados como símbolos de fecundidad y abundancia. Este vínculo inicial con la maternidad prefigura su papel en las religiones del Próximo Oriente, donde se integró en narrativas míticas más complejas sobre fertilidad y regeneración.
El íbice en Mesopotamia y la fertilidad agrícola
En la antigua Mesopotamia, el íbice se asoció con Enki, dios de las aguas dulces y la fertilidad vinculada a los ríos Tigris y Éufrates. Las representaciones del animal junto a la deidad reflejan la idea de que era portador de vida, ligado a la lluvia y al riego que hacía fértiles las tierras mesopotámicas. La temporada de apareamiento del íbice coincidía con las lluvias, lo que lo convirtió en un marcador natural de los ciclos agrícolas y rituales.
La investigación revela evidencia arqueológica que respalda esta conexión simbólica. Una placa de bronce de entre 1500 y 700 a. C., hallada en el oeste de Irán, muestra íbices rodeando a una mujer dando a luz, continuando la tradición de las representaciones rupestres europeas. Asimismo, cerámicas de Tall-i-Bakun, Tape Hissar y Susa incluyen íbices acompañados de símbolos solares y estelares, reforzando su rol como intermediarios entre la tierra fértil y el cielo.
Incluso durante el período aqueménida-escita (siglos V-IV a. C.), se documenta la presencia de íbices en cuerpos momificados femeninos. Esta continuidad subraya la persistencia del vínculo del animal con lo femenino, la fertilidad y la regeneración de la vida a lo largo de vastas regiones y épocas.
El íbice y la dimensión celeste
El íbice también estuvo relacionado con los astros. En textos sumerios se le denomina si-mul, “cuerno estelar” o “cuerno brillante”, vinculado explícitamente con la luz y la esfera celeste. Su iconografía contribuyó a la formación del símbolo zodiacal Capricornio, representado como un híbrido mitad cabra y mitad pez, uniendo los ámbitos acuático y celestial.
Los cuernos del íbice se interpretaron como proyecciones del firmamento, y su hábitat montañoso lo colocaba simbólicamente cerca del cielo. Motivos asociados con soles, estrellas y cruces refuerzan esta dimensión astral, mostrando cómo los antiguos pueblos integraban la biología animal con la observación del cosmos y los ciclos naturales.
Los autores del estudio concluyen que la persistencia del íbice como símbolo durante milenios refleja su integración en el inconsciente colectivo humano. Como elemento del repertorio simbólico universal, el animal encarna nociones de vida, muerte, regeneración y trascendencia, conservando su vigencia desde el Paleolítico hasta la Edad del Hierro.
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