Vivir en la región más feliz del mundo: ¿en qué consiste la felicidad escandinava?
La felicidad en los países nórdicos, como Dinamarca, se basa en estabilidad, confianza institucional, equilibrio entre trabajo y vida personal y un fuerte contacto con la naturaleza.
CIUDAD DE MÉXICO.- Hace casi dos décadas, la vida de Paula Carrizo dio un giro inesperado cuando conoció a Jacob, un joven danés, durante su estadía en una granja permaculturista en Bolivia. El romance la llevó a Dinamarca, país donde aún reside tras un divorcio, una carrera y un máster. Según el Reporte Mundial de la Felicidad, Dinamarca es el segundo país más feliz del mundo, solo detrás de Finlandia, y forma parte de una región que históricamente lidera este ranking.
Vivir en la región más feliz del mundo
Instalarse en Escandinavia no fue sencillo. El clima extremo, la escasez de sol y un sistema social exigente fueron obstáculos que Carrizo tuvo que superar. Sin embargo, asegura que la felicidad que describen las estadísticas es real, aunque distinta a la que se vive en países como Argentina. Allí, la plenitud parece construirse sobre la calma, la previsibilidad y la eficiencia, más que en la efusividad o el calor humano.
Especialistas como Marlene Sagen Bru, psicóloga de la Universidad de Oslo, señalan que estos países destacan por su confianza institucional, altos niveles de igualdad y sistemas de bienestar sólidos. No obstante, advierten que la integración social puede ser difícil, debido a normas culturales no escritas como la Ley de Jante, que desalienta el individualismo y la ostentación.
Cultura y clima: factores que moldean la vida nórdica
La Ley de Jante influye en la manera en que los ciudadanos se relacionan. Sobresalir demasiado o tomar decisiones poco convencionales —como renunciar a un empleo estable para emprender— puede generar juicios sociales. Además, el clima extremo condiciona profundamente la rutina. Inviernos largos y oscuros reducen la vida social, mientras que la llegada de la primavera provoca una euforia colectiva conocida como fiebre de primavera.
La cultura escandinava también prioriza la privacidad y los vínculos cercanos sobre la socialización espontánea. Los encuentros suelen darse en espacios privados y no tanto en lugares públicos. Conceptos como hygge, que expresa el disfrute de lo simple y acogedor, reflejan esta búsqueda de bienestar sereno.
Por otro lado, el deporte y el contacto con la naturaleza son centrales en la vida cotidiana. Las tasas de actividad física son de las más altas del mundo y se considera una herramienta esencial para la salud pública. Caminatas, ciclismo, esquí y saunas forman parte del día a día, reforzando una relación directa con el entorno natural.
Bienestar estructural y confianza social
El equilibrio entre trabajo y vida personal es otra característica destacada. Las jornadas laborales son flexibles, las bajas por estrés son comunes y el bienestar mental se asume como una responsabilidad compartida entre individuo y Estado. No se trata de trabajar menos, sino de vivir mejor.
La confianza en las instituciones es notable. La baja corrupción y la cercanía entre autoridades y ciudadanos crean un pacto social tácito: los impuestos se pagan con la seguridad de que el dinero será bien administrado. Los políticos son accesibles y la seguridad cotidiana refuerza esta sensación de estabilidad.
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En este contexto, la felicidad escandinava no se manifiesta con grandes sonrisas o entusiasmo desbordante, sino como una calma estructural. Más que un estado emocional momentáneo, es un sistema sostenido por igualdad, previsibilidad y respeto. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué estamos dispuestos a ceder para vivir en una sociedad tan ordenada y tranquila?