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¿Qué es el Zazen? La tradición budista que echó raíces en Argentina

Esta tradición, iniciada en Argentina en 1987, no busca soluciones externas sino observar la mente interior.

¿Qué es el Zazen? La tradición budista que echó raíces en Argentina

CIUDAD DE MÉXICO.- En el corazón de Buenos Aires, la antigua práctica del zazen, que significa literalmente “meditación sentada”, encuentra un espacio vital. Se trata de la esencia de la Escuela de Budismo Soto Zen de Japón, transmitida desde el siglo XIII por el maestro Eihei Dogen Zenji. El venerable monje Senpo Oshiro, de la comunidad Nanzenji, explica que esta tradición llegó a la Argentina en 1987 de la mano de su fundadora, la venerable maestra Jisen Roshi.

La Tradición que Cruzó el Océano

Senpo Oshiro, un argentino descendiente de japoneses, inició su camino en ese mismo dojo en 1987. Su búsqueda lo llevó a profundizar la práctica en monasterios de Brasil y a realizar varios viajes a Japón, donde en 2004 recibió los preceptos de monje en el Monasterio de Shogoji. Hoy, coordina las actividades de Nanzenji, que incluyen meditación, costura de mantos, ceremonias y retiros espirituales.

Sobre la filosofía zen, Oshiro advierte: “El budismo ofrece muchos caminos, pero el Zen es particular: no busca fuera lo que ya está dentro. No hay que descifrar misterios. La puerta siempre está abierta”. Esta simpleza es la base de una práctica que invita a mirar hacia el interior.

Una Guía para Sentarse Sin Buscar Resultados

¿Cómo se practica? Oshiro se remite al Fukanzazengi, un texto clásico del maestro Dogen. La guía es precisa: encontrar un lugar tranquilo, sentarse sobre un almohadón redondo (zafu) en postura de loto o en una silla, colocar las manos en un mudra cósmico, mantener la espalda recta y respirar suavemente por la nariz. La clave, sin embargo, no está en lograr la perfección, sino en simplemente sentarse y observar, sin juzgar, el torbellino de la mente.

Frente a la inevitable aparición de pensamientos y emociones, la instrucción es clara: no aferrarse. “No hay que cazar las nubes, solo observarlas pasar”, explica Oshiro, parafraseando a su maestra. Reconoce que es difícil para la mayoría, pero por eso se llama práctica y no teoría. “Por más que uno lo entienda, si no se sienta, no sirve de nada”, añade. Cada sesión de zazen es única e intransferible, una experiencia personal que varía día a día.

Más Allá de la Terapia: Un Camino de Conciencia

Oshiro es claro al diferenciar el rol de su comunidad: en Nanzenji no curan, no hacen terapia ni intervienen en problemas emocionales. Su propósito es transmitir las enseñanzas de sus maestros, ofreciendo un espacio para cultivar conciencia y compasión a través de la misma meditación que realizó Buda. Lo que cada persona haga luego con esa experiencia queda en sus manos.

Uno de los aspectos que más conmueven al monje es observar a las personas desafiarse a sí mismas. “Lo que más me conmueve es ver a quienes se animan a dejar el teléfono a un lado o permanecer en silencio una hora, sabiendo lo difícil que les resulta”, confiesa. Este acto de soltar la necesidad de estímulo constante es, en sí mismo, un poderoso ejercicio.

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La enseñanza final del maestro Dogen, que Oshiro comparte después de más de 20 años de práctica, es que no hay diferencia entre la práctica y la iluminación. No se trata de entender intelectualmente, sino de hacer las cosas de corazón y por completo en la vida cotidiana. “Por más que intentes controlar el camino, la vida siempre te lleva a donde tenés que estar... todo se reduce a confiar y servir, por el bien de todos”, finaliza, resumiendo una vida dedicada a soltar el control y abrazar el presente.

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