Por qué los cambios meteorológicos pueden detonar crisis en personas con migraña
Estudios indican que entre el 30% y el 50% de quienes padecen migraña identifican el clima como un desencadenante.
CIUDAD DE MÉXICO.- Un cambio en la presión atmosférica, una ola de calor o la llegada de una tormenta pueden convertirse en algo más que un fenómeno meteorológico: para millones de personas, representan el inicio de una crisis de migraña. Según The Conversation, alrededor de 39 millones de personas en Estados Unidos viven con migrañas, y para muchas de ellas, el clima es uno de los principales desencadenantes.
Entre el 30% y el 50% de quienes padecen migraña identifican los cambios meteorológicos como el inicio de sus síntomas. Esta sensibilidad puede alterar por completo la rutina de una persona, interrumpiendo su trabajo, su vida social y sus actividades cotidianas, sin que haya mucho que pueda hacer para evitarlo.
Danielle Wilhour, profesora adjunta de Neurología en la Universidad de Colorado, señala que esta asociación es común en su práctica médica. En regiones como Colorado, donde el clima cambia con frecuencia, sus pacientes relatan cómo las variaciones meteorológicas afectan directamente su bienestar y calidad de vida.
Presión, temperatura y calidad del aire
Uno de los factores más mencionados es la presión barométrica. Cuando esta disminuye, como suele ocurrir antes de una tormenta, podría generar un desequilibrio entre la presión dentro del cráneo y la del ambiente exterior. Esta diferencia puede activar nervios sensibles al dolor, provocando inflamación y desencadenando la migraña.
Además, las temperaturas extremas —ya sea mucho calor o mucho frío— también influyen. Cambios bruscos de temperatura y niveles elevados de humedad pueden alterar el equilibrio corporal, aumentando la posibilidad de sufrir un ataque.
Otro elemento relevante es la calidad del aire. Sustancias contaminantes como el ozono o el dióxido de nitrógeno pueden inflamar los nervios relacionados con la migraña. A esto se suma la luz solar intensa, que puede resultar especialmente molesta para personas con alta sensibilidad visual.
Un sistema nervioso más sensible
Aunque hay consenso sobre la relación entre clima y migraña, los mecanismos biológicos aún no se comprenden del todo. Algunos expertos creen que quienes padecen migraña tienen un sistema nervioso más reactivo, lo que los hace más vulnerables a los estímulos del entorno.
Una de las hipótesis más aceptadas es que la presión atmosférica afecta directamente la presión intracraneal o el comportamiento de los vasos sanguíneos cerebrales. También se ha observado que los niveles de serotonina, neurotransmisor clave en estos episodios, pueden verse alterados por los cambios climáticos.
El procesamiento sensorial juega otro papel importante. Las personas con migraña suelen presentar una mayor reactividad ante estímulos como la luz intensa o el frío repentino. Esta hiperrespuesta sensorial puede explicar por qué ciertos factores ambientales resultan tan desestabilizadores para quienes tienen esta condición.
Estrategias para anticiparse al mal tiempo
A pesar de que el clima no se puede controlar, existen formas de reducir su impacto. Una de ellas es llevar un registro de los episodios y las condiciones climáticas, ya sea con una libreta o una aplicación, para identificar patrones y anticiparse a las crisis.
También se recomienda mantener hábitos saludables: dormir bien, evitar la deshidratación y no saltarse comidas. En días especialmente calurosos o húmedos, permanecer en interiores con luz controlada puede ayudar, así como usar lentes de sol o tapones para los oídos en caso de sensibilidad a la luz o al ruido.
Las técnicas de relajación como la meditación, el mindfulness o la biorretroalimentación también pueden hacer al sistema nervioso menos propenso a reaccionar de forma exagerada. En casos más severos, es útil considerar tratamientos médicos preventivos o de rescate, siempre bajo supervisión profesional.
Más allá del clima
Aunque el clima es un factor clave, rara vez actúa solo. La migraña suele estar influida por una combinación de elementos: genética, estrés, hormonas, sueño, alimentación y ambiente. Por eso, el abordaje más efectivo implica identificar los propios desencadenantes y diseñar un plan personalizado de manejo.
Como señala la doctora Wilhour, “los desencadenantes y las respuestas varían de una persona a otra”, pero conocer la interacción entre biología y entorno permite tener un mejor control de la enfermedad. En este contexto, la prevención y la observación atenta pueden marcar una diferencia importante para quienes enfrentan esta compleja condición.