Estas son las funciones del olfato que quizá no conocías
Durante siglos, el olfato ha sido considerado un sentido menor, pero investigaciones recientes revelan su importancia en la memoria, las emociones y el bienestar.
CIUDAD DE MÉXICO.- Durante siglos, el olfato ha sido considerado el “hermano menor” de los sentidos. Desde las ideas de Aristóteles hasta las encuestas actuales, este sentido ha sido subestimado, tanto en la cultura como en la ciencia. Sin embargo, investigaciones recientes están desafiando esta percepción, destacando que el olfato no solo nos conecta con el mundo exterior, sino también con nuestras emociones y recuerdos más profundos.
Un sentido olvidado pero vital
Estudios citados por la revista New Scientist han demostrado que el olfato tiene una sensibilidad sorprendente. Los humanos pueden detectar olores en concentraciones increíblemente bajas, como ocurre con el etil mercaptano, un compuesto que se añade al gas natural para que podamos detectar fugas. Nuestra capacidad de percibirlo en cantidades mínimas muestra que, en ciertos contextos, podemos incluso superar a muchos animales.
Además, el olfato no trabaja solo. A diferencia de la vista o el oído, que siguen rutas jerárquicas de procesamiento, el sentido del olfato integra estímulos visuales, gustativos y de memoria. Así, el cerebro “construye” los aromas a partir de diversas señales, y estos pueden cambiar según nuestras experiencias previas o estados emocionales.
Más que un aroma, una memoria
El olfato ha sido clave para la supervivencia humana: nos ayudó a identificar alimentos en mal estado, peligros ambientales y hasta vínculos sociales. A lo largo del tiempo, se conectó con zonas cerebrales asociadas a la emoción y la memoria, como la amígdala y el hipocampo. Por eso, un simple olor puede despertar recuerdos o sensaciones intensas, incluso antes de que podamos describir lo que sentimos.
Los expertos también han comprobado que el cerebro anticipa los olores esperados, y cuando un aroma no coincide con lo que se esperaba, se activan múltiples áreas para reevaluar la situación. Esta capacidad adaptativa convierte al olfato en un sistema sensible y cambiante, no solo un receptor pasivo.
Un ejemplo claro de esta complejidad se ve en los catadores de vino. Estas personas no solo usan el olfato, sino que combinan memoria, vista y experiencia para interpretar los aromas. Este nivel de sofisticación muestra el potencial humano para entrenar y refinar este sentido con práctica y atención.
La importancia de no perderlo
Durante la pandemia de COVID-19, millones de personas perdieron el sentido del olfato —un trastorno llamado anosmia— y muchos lo recuperaron solo parcialmente. Esta pérdida no fue menor: afectó su bienestar emocional, sus relaciones personales y su apetito. Distintos estudios han asociado la anosmia con cuadros de depresión y aislamiento afectivo.
Ante este panorama, el entrenamiento olfativo surgió como una terapia efectiva. Consiste en la exposición diaria a ciertos aromas durante al menos tres meses. Una revisión de más de 1,500 pacientes publicada en Frontiers in Human Neuroscience confirmó mejoras significativas en quienes siguieron esta rutina.
También se han probado otros enfoques. Investigaciones evaluaron el uso de vitamina A —tanto oral como intranasal— en combinación con entrenamiento, y aunque los resultados varían, algunas combinaciones mostraron mejoras clínicas notables. Incluso se exploran tratamientos con antioxidantes y corticoides para acelerar la recuperación, especialmente en personas con enfermedades crónicas.
Ciencia, emoción y recuperación
Más allá del tratamiento, la ciencia continúa explorando nuevas formas de regenerar las células olfativas, lo que abre posibilidades para quienes han perdido el sentido de manera permanente. El estudio APOLLO, por ejemplo, busca medir con precisión cómo cambia el volumen del bulbo olfativo —una estructura clave del sistema olfativo— durante los tratamientos con vitamina A.
Además, imágenes cerebrales revelan que la anosmia afecta regiones ligadas a la emoción y la memoria. En pacientes con pérdida olfativa pos-COVID, se detectó una baja actividad en áreas como la amígdala y la corteza cingulada. Esto refuerza la idea de que el olfato no es un sentido aislado, sino un canal directo hacia nuestras experiencias más profundas.
Los olores tienen un poder evocador único. Un perfume, el aroma de un platillo o el olor de la tierra mojada pueden activar recuerdos tan nítidos que resulta difícil explicarlos con palabras. Por eso, el olfato se considera una “memoria emocional” que influye silenciosamente en nuestro estado de ánimo y nuestras decisiones.
Revalorarlo en la vida diaria
A pesar de su impacto, el olfato suele pasar desapercibido en la rutina. Pero se puede estimular de muchas formas: desde cocinar y probar nuevos ingredientes, hasta disfrutar de un paseo al aire libre o participar en actividades como la cata de vinos. Estos ejercicios no solo enriquecen la percepción, sino que también fortalecen el vínculo entre cuerpo y entorno.
Redescubrir el valor del olfato en una época dominada por imágenes y sonidos puede ser una forma de reconectar con lo esencial. Este sentido no es un lujo ni una curiosidad biológica: es parte de nuestra historia evolutiva y emocional.
Cuidar del olfato es también cuidar de nuestra salud mental, nuestras memorias y nuestras relaciones. Respirar con atención, disfrutar de los aromas y mantener activo este sentido puede ser una forma sencilla, pero poderosa, de vivir con mayor plenitud.