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¿Por qué el cuerpo puede enfermarse justo cuando nos relajamos?

Médicos explican que el cuerpo, en estado de alerta constante, pospone el colapso hasta que la mente se relaja.

CIUDAD DE MÉXICO.- Raúl, un comerciante de 55 años, es el sostén de su familia y dirige un negocio de venta de electrodomésticos que emplea a cuarenta personas. A simple vista, parece tener todo bajo control. Sin embargo, detrás de esa apariencia de fortaleza, carga con conflictos familiares como un hijo con adicciones y un nieto a su cargo, además de tensiones laborales que implican resolver disputas entre empleados y mantener la productividad de su empresa.

Una vida bajo presión constante

Acostumbrado a no quejarse ni desahogarse, Raúl adoptó el rol de “superhombre”, el que todo lo puede. Pero sus hábitos diarios, combinados con su negación emocional, forman un escenario de alto riesgo para su salud cardiovascular. Finalmente, abrumado por su situación, tomó la decisión de tomarse unas vacaciones.

Lo sorprendente fue lo que ocurrió apenas aterrizó en su destino de descanso: Raúl sufrió un infarto. La pregunta que surge es: ¿por qué el cuerpo eligió ese momento, de aparente calma, para colapsar? ¿Por qué no durante una crisis? Según especialistas, esto ocurre porque muchas veces el cuerpo aguanta hasta que la mente afloja, y es entonces cuando se activa una enfermedad que permanecía latente.

El estrés como enfermedad silenciosa

Expertos en salud coinciden en que existe un mecanismo no consciente que regula cuándo enfermamos. Es como si el cuerpo dijera: “Te di tiempo suficiente para resolver tus problemas, ahora es mi turno”. Este patrón se observa con frecuencia en pacientes que han pasado por largos periodos de estrés: solo cuando se relajan, aparece el síntoma o la enfermedad.

Este fenómeno se explica por los mecanismos biológicos de compensación. En momentos de amenaza o alta tensión, el cuerpo entra en “modo supervivencia”, redirigiendo toda la energía para sostener la alerta y responder a lo urgente. Esta estrategia es efectiva cuando el estrés es puntual y breve, como ocurría en la naturaleza ancestral, donde las amenazas eran momentáneas.

Sin embargo, cuando esa tensión emocional se mantiene durante semanas, meses o incluso años, el cuerpo ya no puede sostener indefinidamente ese esfuerzo. Y es justo en el momento en que la persona baja la guardia —como le sucedió a Raúl durante sus vacaciones— que el organismo aprovecha para manifestar el desgaste acumulado.

El costo oculto de sostenerse para los demás

Después de atravesar una situación estresante, muchas personas sienten un agotamiento extremo. Esto ocurre porque el cuerpo ha estado funcionando a su máxima capacidad, como si estuviera en un estado de emergencia constante. Si no hay una enfermedad latente, lo único que se percibe es fatiga. Pero si existe una afección silente, como una cardiopatía en desarrollo, puede manifestarse al primer momento de relajación.

Este tipo de reacción no es casual. La ciencia sugiere que el cuerpo, de forma inteligente, aplaza el colapso hasta que ya no es imprescindible sostener el entorno. Es una manera de garantizar la supervivencia propia y de los seres queridos, especialmente cuando se juega un rol central como el de Raúl.

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La enseñanza que deja este caso es clara: el estrés prolongado no solo altera nuestras emociones y nuestra conducta, también puede desencadenar enfermedades físicas graves. Por eso, aprender a descargar la tensión, pedir ayuda y frenar a tiempo no es un acto de debilidad, sino una forma de cuidar la salud a largo plazo. La clave está en no dejar que la “procesión por dentro” se vuelva más fuerte que nosotros.

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