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¿Qué papel deberían desempeñar los padres durante la adolescencia?

Aunque buscan diferenciarse y asumir riesgos, aún no cuentan con la madurez suficiente para evaluar consecuencias.

¿Qué papel deberían desempeñar los padres durante la adolescencia?

CIUDAD DE MÉXICO.- Durante la adolescencia, es común que los jóvenes busquen ir más allá de lo que los adultos permiten. Esta necesidad de diferenciarse, tomar riesgos y ver el mundo con una mirada fresca es parte del proceso de individuación. Aunque este impulso es valioso para la evolución social, ya que cuestiona ideas establecidas y abre nuevas posibilidades, también puede exponer a los adolescentes a situaciones de riesgo por su falta de experiencia y su búsqueda constante de adrenalina.

Un impulso natural hacia la independencia

En ese sentido, establecer límites claros no es un acto de imposición arbitraria, sino una necesidad que les da seguridad. Paradójicamente, los adolescentes necesitan esos bordes firmes incluso para poder desafiarlos. Saber que hay un adulto atento y presente les permite explorar sin perder el rumbo, aunque intenten sobrepasar los límites de vez en cuando.

La clave está en el equilibrio: permitir la exploración, pero dentro de un marco de contención. Esa tarea sigue recayendo en los adultos responsables, quienes deben continuar cumpliendo su rol de guías, incluso cuando sus hijos ya no son pequeños.

El rol de los adultos en esta etapa clave

La adolescencia no es una etapa en la que los padres deban retirarse del todo. Al contrario, sigue siendo fundamental que estén presentes, con criterios claros y una actitud madura. Si los adultos no dan ese ejemplo, los adolescentes buscarán formas aún más extremas de marcar su diferencia, alejándose incluso de los valores que podrían protegerlos.

Además, los adolescentes aún no tienen completamente desarrollada la capacidad de medir riesgos o resistirse a las influencias externas. En ese contexto, necesitan que haya adultos que les digan “no” cuando sea necesario, aunque eso provoque enojo. Ceder ante el miedo a parecer “anticuados” o a perder popularidad con los hijos puede traducirse en dejar de cumplir una función esencial: ser un freno responsable ante impulsos inmaduros.

Los influencers, las modas y los entornos de consumo muchas veces buscan su propio beneficio, no el bienestar de los adolescentes. Por eso es importante que los adultos intervengan, no como jueces autoritarios, sino como acompañantes firmes que protegen sin asfixiar.

Cuidar no es controlar, es estar presentes

En la práctica, esto significa evitar que los adolescentes participen en fiestas clandestinas sin supervisión, en las que abundan el alcohol, las drogas o la ausencia de primeros auxilios. También implica respetar las edades mínimas en boliches y eventos, y no facilitar el acceso a sustancias como vapeadores o bebidas alcohólicas, por más normalizadas que estén.

El hecho de que los adolescentes se salten algunas reglas es esperable. Lo importante es que lo hagan sabiendo cuáles son los riesgos y que hay adultos que los cuidan, aunque ellos no siempre lo admitan. No es lo mismo transgredir una norma con conciencia y contención, que hacerlo con el aval, o incluso la financiación, de los propios padres.

Ante esto, se vuelve urgente crear redes entre adultos que compartan criterios, abran espacios seguros para los jóvenes y no se rindan ante la idea de que “todos lo hacen”. El acompañamiento firme, afectuoso y constante puede hacer una diferencia profunda en su desarrollo.

La importancia de educar en comunidad

Muchos padres temen abrir sus casas a las reuniones de adolescentes por miedo a incidentes. Pero sin esos espacios, los jóvenes difícilmente aprenderán a comportarse en sociedad. Es en esos encuentros, guiados y acompañados, donde comienzan a entender lo que implica convivir, cuidar lo ajeno y respetar a los demás.

La educación social no empieza de forma espontánea: se construye con ejemplos, límites y oportunidades de práctica. Si no se les permite ejercitar estas habilidades en entornos seguros, las primeras experiencias de independencia pueden terminar en escenarios peligrosos o poco saludables.

Recordemos, además, que la zona del cerebro encargada de tomar decisiones y controlar impulsos —la corteza prefrontal— madura por completo hasta los 25 años. Por eso, pretender que los adolescentes se cuiden por sí solos en cualquier circunstancia es pedirles algo que su desarrollo neurológico todavía no les permite hacer plenamente.

Ser padres responsables, no solo presentes

Ser padres responsables no significa ser inflexibles o autoritarios, sino mantener una presencia activa y clara. La popular figura del “papá buena onda” o la “mamá amiga” muchas veces representa una renuncia a la función de guía. En lugar de proteger, deja al adolescente librado a su suerte, sin el andamiaje necesario para tomar buenas decisiones.

Los adolescentes necesitan adultos que funcionen como esa conciencia moral externa, que los apoyen desde el conocimiento y el cariño, pero también desde la firmeza. La tarea de educar no termina cuando el niño deja de ser pequeño; cambia de forma, pero sigue siendo fundamental.

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Solo así, acompañando sin soltar, poniendo límites sin miedo, los adolescentes podrán cruzar esta etapa desafiante y transformadora con mayores herramientas para su vida adulta.

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