¿Inquietud normal o TDAH? Algunas señales clave que deben conocer los padres
Cada 13 de julio se conmemora el Día Internacional del TDAH, una fecha para crear conciencia sobre este trastorno del neurodesarrollo.

CIUDAD DE MÉXICO.- Cada 13 de julio se conmemora el Día Internacional del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), con el propósito de visibilizar esta condición del neurodesarrollo, fomentar su comprensión social y promover un mejor acompañamiento a quienes la viven. Esta jornada invita a reflexionar sobre cómo se identifica, se diagnostica y se apoya a niñas, niños y adolescentes que presentan conductas inquietas o dificultades de atención.
Una fecha para crear conciencia
Uno de los principales desafíos para madres, padres y docentes es diferenciar entre una energía propia de la infancia y señales que podrían requerir una evaluación clínica. ¿Cuándo se trata solo de un niño activo y cuándo podría tratarse de un trastorno? Esta distinción es fundamental para evitar etiquetas innecesarias o diagnósticos apresurados.
El TDAH se define, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR), como un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que interfiere con el funcionamiento cotidiano. Para ser diagnosticado, los síntomas deben estar presentes antes de los 12 años, en al menos dos entornos (como el hogar y la escuela) y no explicarse mejor por otra condición médica.
Síntomas, contexto y diagnóstico clínico
Los especialistas coinciden en que no todo niño inquieto tiene TDAH. Para hacer un diagnóstico correcto, es necesario observar la duración, la intensidad y el impacto de las conductas. El psiquiatra infanto-juvenil Andrés Luccisano explica que la inquietud es normal durante la infancia, pero el TDAH se diferencia por dificultades persistentes para autorregularse, seguir instrucciones y mantener la atención en tareas poco atractivas.
La inatención se manifiesta, por ejemplo, como dificultad para concentrarse, terminar tareas o seguir instrucciones. Por su parte, la hiperactividad-impulsividad puede verse en conductas como moverse constantemente, interrumpir a otros o tener dificultad para esperar turnos. Si estas señales son constantes, ocurren en diferentes contextos y generan malestar o consecuencias negativas, podrían indicar un caso de TDAH.
No obstante, el diagnóstico es clínico y debe realizarlo un profesional capacitado. Esto incluye entrevistas, observación directa, escalas validadas y una evaluación amplia del contexto del niño. No existe una prueba única que confirme el trastorno, por lo que el análisis debe ser cuidadoso, considerando también otras posibles causas o condiciones.
El entorno como factor clave
El psiquiatra Christian Plebst sostiene que el diagnóstico debe comprenderse como una herramienta preventiva y no como una etiqueta limitante. Desde su enfoque, la forma en que un niño expresa su energía puede ser adecuada o desadaptativa dependiendo del entorno. Un mismo temperamento puede tener consecuencias muy distintas si se cría en una zona rural con mucho movimiento físico o en un entorno urbano con mayores restricciones.
Plebst advierte sobre los diagnósticos rápidos que no consideran la trayectoria individual del desarrollo. Resalta que muchos comportamientos pueden trabajarse con intervenciones adecuadas, sin recurrir de inmediato a medicación. Además, insiste en que la evaluación debe contemplar el contexto escolar, familiar y social para ofrecer soluciones integrales y personalizadas.
Desde este enfoque, es importante que los adultos responsables —familia, docentes, profesionales— acompañen al niño en la toma de conciencia sobre lo que le ocurre, sin imponer etiquetas. A través de estrategias como el apoyo psicológico, el orden de rutinas y el entrenamiento de habilidades de autorregulación, los menores pueden aprender a manejar sus síntomas y fortalecer su autoestima.
Hacia una mirada más comprensiva
El abordaje del TDAH no se limita a la intervención médica. Luccisano insiste en la importancia de un tratamiento interdisciplinario, que contemple también terapias educativas y psicoterapéuticas. En algunos casos, la medicación puede ser útil para reducir síntomas, pero no sustituye el trabajo psicológico ni la necesidad de adaptar el entorno.
Plebst va más allá y propone revisar la manera en que se educa actualmente. Señala que el contacto con el cuerpo y las tareas con sentido, como poner la mesa o colaborar en casa, ayudan a los niños a regular su atención. Según su experiencia, estas actividades cotidianas favorecen la autorregulación y contribuyen al bienestar emocional de los menores.
Así, el juego, el movimiento y la participación activa en la vida familiar son herramientas clave para apoyar a niños con TDAH o con conductas similares. Al integrar estas prácticas en la vida diaria, se crean oportunidades para fortalecer habilidades sin recurrir únicamente a etiquetas diagnósticas.
Más allá de la etiqueta
El mensaje de los especialistas en el Día Internacional del TDAH es claro: tener este diagnóstico no significa una sentencia ni define la personalidad del niño. Cuando se detecta a tiempo y se aborda adecuadamente, es posible construir un camino de desarrollo saludable, reducir estigmas y promover la inclusión educativa y social.
Plebst propone una comparación con la naturaleza: una manzana que madura antes no es mejor que otra, solo lo hace a su ritmo. En ese sentido, cuestiona la rigidez de agrupar a los niños por edad en la escuela, ya que las diferencias de madurez pueden generar desigualdades que afectan su autopercepción y rendimiento.
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En última instancia, el desafío no es diagnosticar más, sino diagnosticar mejor. Y, sobre todo, construir entornos que comprendan la diversidad de ritmos, capacidades y temperamentos. El objetivo es que cada niño, con o sin TDAH, encuentre un espacio para crecer sin ser definido por una etiqueta.
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