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Crianza en tiempos de pantallas: ¿qué consecuencias tendrá para el desarrollo emocional infantil?

Expertos como Winnicott y Lacan han destacado la importancia del rostro y la mirada en el desarrollo emocional infantil.

Crianza en tiempos de pantallas: ¿qué consecuencias tendrá para el desarrollo emocional infantil?

CIUDAD DE MÉXICO.- En los años setenta, el psicólogo estadounidense Ed Tronick desarrolló el experimento Still Face, que hoy sigue causando un fuerte impacto por lo que revela sobre el vínculo emocional entre madres e hijos. En este experimento, una madre interactúa con su bebé con afecto, respondiendo a sus gestos y sonidos. Sin embargo, al indicarle que mantenga el rostro completamente inexpresivo, se genera una ruptura repentina en la conexión. El bebé, desconcertado, trata de recuperar ese lazo: sonríe, aplaude, se arquea, pero no obtiene respuesta.

El experimento Still Face y la importancia del rostro humano en el desarrollo infantil

La escena, aunque breve, es profundamente reveladora. La frustración del bebé se transforma en angustia y, finalmente, en una especie de retiro emocional. Ese “retirarse” es una señal de alarma sobre el impacto que tiene en los niños la falta de respuesta afectiva. Aunque el momento dura solo unos minutos, muestra cómo los bebés perciben, interpretan y se ven afectados por el comportamiento del adulto.

Tronick demostró que, desde los primeros meses de vida, los humanos construyen sentido a partir del intercambio con el otro. El bebé no solo necesita ser alimentado o cuidado físicamente: necesita ser mirado, escuchado, reconocido. Es en ese espejo emocional donde empieza a formarse la base de su identidad, su sentido de pertenencia y su capacidad para entender el mundo.

Tecnología, pantallas y vínculos interrumpidos

El experimento Still Face no está tan lejos de la vida cotidiana actual. Hoy, las pantallas digitales ocupan cada vez más espacio en la rutina de adultos y niños. Sin pretender satanizar la tecnología, es importante advertir que muchas veces estos dispositivos interrumpen el vínculo afectivo, generando situaciones similares al experimento: un niño que busca conexión y un adulto que no responde, absorto en su celular.

Escenas como estas son frecuentes: un bebé en su carriola, un niño esperando en una sala, todos buscando la mirada del adulto. Pero muchas veces reciben una cara sin expresión, ocupada con una pantalla. Esa ausencia no es parte de un experimento, es parte del paisaje diario. El problema no es la tecnología en sí, sino su capacidad de desplazar el intercambio humano directo.

El pediatra y psicoanalista Donald Winnicott hablaba del rostro materno como un espejo en el que el niño comienza a verse a sí mismo. No es una metáfora: es una función esencial para organizar el mundo emocional del niño. Cuando el adulto responde, el bebé siente que sus señales tienen efecto. Pero cuando la respuesta no llega, su desarrollo emocional se desorganiza.

Del espejo emocional al espejo digital

En la actualidad, ese espejo ya no es siempre un rostro humano. Muchas veces es una pantalla. Interacciones entre madre e hijo se dan, sí, pero a través de una cámara o con la mirada puesta en un dispositivo. El rostro del adulto ya no se ofrece del todo: aparece de perfil, le habla a un público virtual, y el niño aprende a mirar una lente en vez de unos ojos.

Henri Wallon, en los años treinta, hablaba de la fascinación del niño por su imagen en el espejo como una etapa clave de su desarrollo. Jacques Lacan, más adelante, profundizó en ese fenómeno y lo llamó “el estadio del espejo”: un proceso en el que el niño, entre los 6 y 18 meses, empieza a reconocerse como un yo, gracias a la imagen que otro le confirma como propia.

Pero esa imagen, antes mediada por la presencia del otro, hoy puede surgir de una pantalla sin palabra ni cuerpo que la sostenga. El riesgo es que la constitución del yo infantil dependa de una imagen sin contención simbólica. Una identidad que se forma más desde la mirada de una interfaz que desde una relación afectiva encarnada.

Transformaciones en el lazo social

El mundo digital ha modificado la forma en que nos vinculamos. En lugar de rostros y voces, hay íconos, videos, mensajes instantáneos. La línea entre presencia y ausencia se difumina. Las interacciones tienden a volverse superficiales y desancladas de la experiencia directa. Lo que antes ocurría entre dos cuerpos presentes ahora puede mediarse por una pantalla, sin contacto real.

Esto afecta no solo a los adultos, sino sobre todo a los niños, que están en pleno proceso de construcción subjetiva. En otro tiempo, el rostro humano era el punto de anclaje: ahí se encontraban el deseo, la ley, el ritmo. Hoy, esa estructura simbólica se reorganiza alrededor de dispositivos que no siempre pueden ofrecer contención emocional.

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Ed Tronick advertía que los bebés necesitan ser vistos y reconocidos para construir sentido. Sin ese otro que los nombre y los confirme, lo que se pone en juego no es solo el estado de ánimo del niño, sino la arquitectura misma de su yo. La pregunta no es si debemos abandonar la tecnología, sino cómo garantizar que lo humano —la mirada, la palabra, el gesto— siga presente en ese vínculo esencial.

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