Depresión, ansiedad y multitarea: señales del malestar moderno
Expertos advierten que hoy vivimos con poca tolerancia a la frustración, resultado de una cultura digital que promueve la inmediatez y el consumo constante.

CIUDAD DE MÉXICO.- Especialistas en psicología, coaching y pedagogía coinciden en que una de las grandes debilidades del presente es la dificultad para lidiar con la frustración. La cultura de la inmediatez, promovida por la tecnología y el consumo constante de estímulos digitales, ha erosionado la paciencia. En este contexto, equivocarse o fallar parece sinónimo de rendirse, cuando antes era parte del aprendizaje. La célebre frase de Henry Ford, “los que renuncian son más numerosos que los que fracasan”, cobra una vigencia inquietante en estos tiempos hiperconectados.
Una era con prisa y sin paciencia
La investigadora argentina Paula Sibilia, radicada en Brasil desde hace tres décadas, lleva tiempo analizando estas transformaciones sociales. Su formación en Comunicación y Antropología, junto con estudios de posgrado en Francia, le ha permitido desarrollar una mirada crítica sobre el individuo contemporáneo. En su obra más reciente, plantea interrogantes claves: si se promueve el empoderamiento, ¿por qué tanta gente se siente impotente? Si hay más libertad, ¿por qué crece la ansiedad?
Sibilia asegura que no se trata de errores aislados del sistema, sino de una dinámica diseñada para generar insatisfacción permanente. Los deseos del consumidor moderno son constantemente estimulados, pero nunca completamente satisfechos. Esta insatisfacción es funcional: impulsa a seguir consumiendo, haciendo clic, desplazando pantallas. El resultado es un malestar generalizado que se manifiesta en depresión, ansiedad, pánico o incluso envidia y resentimiento.
El aburrimiento digital y la ilusión de la multitarea
Según Sibilia, ya ni siquiera sabemos cómo estar aburridos de forma productiva. El aburrimiento tradicional —ese que dejaba espacio al descanso o la creatividad— ha sido reemplazado por uno que surge del exceso. Apenas tenemos un segundo libre, recurrimos de manera automática al celular. Ni los “tiempos muertos” existen como antes: hasta en el elevador o la fila del supermercado evitamos el silencio o la espera con tal de seguir conectados.
Esto tiene consecuencias profundas. La administración del tiempo se ha vuelto una carrera contra el agotamiento. La obsesión por la eficiencia lleva a prácticas como la “multitarea extrema”: escuchar podcasts mientras cocinamos, ver series mientras hacemos ejercicio, o acelerar audios para “ahorrar tiempo”. Pero, aunque los estímulos son ilimitados, nuestra atención no lo es. La sobreexposición termina agotándonos mental y emocionalmente.
Sibilia señala que esta hiperactividad no siempre tiene una finalidad clara. Muchas veces navegamos entre aplicaciones sin rumbo, atrapados en un ciclo de búsqueda constante que rara vez satisface. En este contexto, no sorprende que la ansiedad y el desasosiego se hayan vuelto tan comunes, especialmente entre las generaciones más jóvenes.
Redefinir lo importante en un mundo saturado
En vez de predecir el futuro, Sibilia propone algo más urgente: entender el presente. Afirma que para construir un futuro menos confuso, primero hay que comprender cómo nos convertimos en quienes somos hoy. Las transformaciones culturales de las últimas décadas, que flexibilizaron normas y límites, también han contribuido a una sensación de desorientación. Muchas personas sienten que merecen más de lo que logran alcanzar, y eso las frustra.
Además, advierte que los dispositivos tecnológicos no son neutros. No es que los usemos mal: fueron diseñados para que los usemos en exceso. Están hechos para estar siempre encendidos, siempre disponibles. Así, mantener un “vínculo sano” con la tecnología no es tan fácil como parece, y requiere una conciencia activa de sus efectos.
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Finalmente, Sibilia recuerda que el bienestar no depende únicamente de la desconexión digital, sino también de reencontrarnos con lo simple: el humor, la curiosidad, la belleza, la amistad. En tiempos donde todo parece urgir, sugiere no olvidar que nuestras vidas son finitas, y que vale la pena vivirlas con más sentido y menos ruido.
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