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Cuando Magritte se ocultó tras una manzana en El hijo del hombre

Una manzana flota delante del rostro de un hombre de traje y bombín.

Una manzana flota delante del rostro de un hombre de traje y bombín. Ese es el punto de partida —y el enigma— de El hijo del hombre, una de las obras más icónicas del pintor belga René Magritte. Aunque se considera un autorretrato, lo primero que salta a la vista es precisamente lo que no se ve: el rostro del artista está oculto, desafiando la lógica de cualquier retrato tradicional.

Pintado al óleo y con un tamaño considerable (116 x 89 cm), el cuadro pertenece a una colección particular, lo que lo envuelve aún más en ese aire de misterio que tanto caracterizó a su autor. Como buen surrealista, Magritte no se conformaba con mostrar lo que estaba ahí, sino que se divertía revelando lo que no está. En sus propias palabras, “todo lo que vemos esconde otra cosa”. Y en este juego visual, lo que permanece oculto es siempre más tentador.

Tres pistas (falsas) y una certeza

Aunque la obra evita darnos respuestas claras, hay al menos tres elementos que la hacen inconfundiblemente magrittiana.

Primero, la manzana verde, que no solo aparece en otras obras del artista, sino que también remite a símbolos religiosos como el pecado original, la tentación e incluso la inmortalidad. Al estar asociada al título El hijo del hombre, puede leerse como una referencia a Cristo. Claro que, tratándose de Magritte, el título también puede ser solo otra pista falsa. Como él mismo decía, los nombres no siempre tienen que coincidir con lo que nombran.

En segundo lugar, está la figura vestida de traje oscuro y bombín, una imagen recurrente en su obra. Este personaje representa, según Magritte, al “hombre común”, aunque hay algo irónico en esa afirmación. ¿Qué tan común puede ser alguien que oculta su rostro tras una fruta flotante?

Por último, la obsesión del artista con ocultar los rostros: lo hizo con manzanas, con telas, con flores e incluso poniendo a los personajes de espaldas. Para él, el rostro era apenas una parte más del misterio, no su resolución.

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Ver sin ver

El atractivo de El hijo del hombre no está en lo que muestra, sino en lo que impide ver. Esa tensión entre lo visible y lo invisible es lo que ha convertido a esta pintura en una de las más reproducidas y comentadas del arte moderno. Al final, Magritte no buscaba explicarnos el mundo, sino hacernos dudar de lo que creemos ver. Como si dijera: “Tal vez no haya nada detrás de la manzana. Pero admítelo: igual quieres mirar”.

Con información de HA!

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