¿Sabías de dónde viene la vaselina? Así empezó todo
Inspirado por trabajadores que usaban esta sustancia para curar heridas, perfeccionó su fórmula y la registró como Vaseline en 1872.

CIUDAD DE MÉXICO.- Aunque hoy forma parte esencial de botiquines y cosmetiqueras, la vaselina tuvo un origen muy distinto al que muchos imaginan. Su historia se remonta al siglo XIX, cuando el joven químico británico-estadounidense Robert Augustus Chesebrough debió reinventarse tras el colapso de su industria: el aceite de cachalote, que entonces se utilizaba como fuente de iluminación.
Un descubrimiento inesperado entre bombas de petróleo
Durante la fiebre del petróleo en Estados Unidos, en 1859, Chesebrough viajó a Pensilvania con la intención de explorar nuevas oportunidades. Allí observó que los trabajadores petroleros aplicaban sobre sus heridas una sustancia espesa y oscura que se acumulaba en las bombas de extracción. Intrigado, recolectó muestras del material para estudiarlo.
Tras más de diez años de experimentos en su laboratorio, Chesebrough logró purificar este residuo y destilar una sustancia estable y segura para la piel. En 1872 registró su invención bajo el nombre Vaseline, uniendo las palabras “wasser” (agua en alemán) y “elaion” (aceite en griego), en alusión a la textura y propiedades del nuevo producto.
De la desconfianza inicial a una ingeniosa campaña callejera
Aunque hoy es un producto de uso cotidiano, la vaselina no fue recibida con entusiasmo en sus inicios. La mayoría de las personas desconfiaba de sus beneficios y de su procedencia petrolera. Para combatir el escepticismo, Chesebrough ideó una estrategia tan arriesgada como llamativa: recorrer las calles de Nueva York vendiendo frascos mientras demostraba en público su eficacia.
El inventor llegaba con un carro tirado por caballos, se aplicaba vaselina sobre la piel y luego se la quemaba con una llama para mostrar cómo se curaba sin dejar marca. Su estrategia resultó tan efectiva que llegó a vender hasta un frasco por minuto. Esta campaña marcó el inicio del éxito comercial del producto.
Con el tiempo, la vaselina se transformó en un fenómeno global. Su fórmula se mantuvo prácticamente intacta y se consolidó como un básico del cuidado personal: bálsamo labial, hidratante de zonas resecas, tratamiento para quemaduras y hasta truco estético para dar brillo a la piel o los párpados.
Un legado duradero y un uso versátil en la actualidad
Robert Chesebrough estaba tan convencido del poder de su invención que pidió ser embalsamado con vaselina al morir. También afirmaba consumir una cucharada diaria como parte de su rutina personal. Falleció en 1933, a los 96 años, y fue enterrado en el cementerio Woodlawn del Bronx, Nueva York, dejando un legado que sigue vigente.
Hoy, más de 150 años después de su creación, la vaselina continúa siendo uno de los productos más recomendados por dermatólogos y expertos en cuidado de la piel. Su capacidad para formar una barrera protectora y su alta tolerancia la hacen ideal para tratar desde irritaciones menores hasta daños causados por el clima o tratamientos agresivos.
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Entre sus usos más comunes se encuentran: proteger cortes y quemaduras, hidratar talones, codos y labios agrietados, aliviar la dermatitis del pañal en bebés, servir como bálsamo labial y exfoliante casero e incluso prevenir rozaduras en deportistas. Un claro ejemplo de cómo un residuo olvidado se convirtió en un aliado imprescindible para millones de personas.
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