En EE. UU., empleadas de una guardería administraban Benadryl a los niños para que tomaran la siesta: ¿Cuáles podrían ser los efectos en la salud de los infantes?
En marzo de 2025, tres trabajadoras de una guardería en Georgia fueron arrestadas por dar Benadryl a niños sin indicación médica para que se durmieran.
GEORGIA.- En marzo de 2025, un caso estremeció a la comunidad de Forsyth, Georgia: tres trabajadoras de una guardería fueron arrestadas por administrar Benadryl, un antihistamínico de venta libre con efecto sedante, a niños pequeños durante la siesta. Lo hacían sin indicación médica, únicamente para que los menores no interrumpieran su jornada. El objetivo, tan crudo como real, era que los niños “no molesten”.
Un caso alarmante en Georgia
Este caso no es un hecho aislado. En distintos lugares, e incluso en consultorios médicos, hay reportes de madres y padres que relatan haber administrado benzodiacepinas disueltas en biberones o jarabes sedantes a sus hijos para que duerman. Aunque lo hagan desbordados o mal aconsejados, esta práctica es peligrosa y constituye una forma de maltrato infantil. Medicar a un niño con el único fin de “apagarlo” es un acto injustificable y, además, un delito.
Este fenómeno tiene un nombre: sumisión química. Aunque suele relacionarse con contextos de violencia sexual, también se expresa en lo cotidiano, como una herramienta para silenciar el llanto o la energía infantil. Esta práctica pone en evidencia una verdad incómoda: vivimos en una sociedad que no tolera a los niños cuando interrumpen, cuando lloran o cuando simplemente son.
Una cultura que calla a la infancia
Si bien se han logrado avances en el reconocimiento de los derechos de la infancia —como espacios de crianza compartida o mayor acceso a contenidos pedagógicos—, aún persiste una lógica social que busca acallar todo lo que incomoda. Y dentro de esa lógica, los niños quedan atrapados. La exigencia de silencio y adaptación no es solo familiar o institucional; también circula en redes sociales, donde proliferan mensajes que expresan molestia ante la presencia infantil.
Este rechazo no es nuevo. Ya en la Inglaterra victoriana, el jarabe conocido como Godfrey’s Cordial —una mezcla de opio y alcohol— se usaba para “tranquilizar” a los bebés de familias trabajadoras. Otros preparados, como el carminativo de Dalby o el jarabe calmante de Mrs. Winslow, se vendían sin receta y con el mismo propósito: garantizar que los niños no interrumpieran. Estas sustancias, lejos de ser inofensivas, provocaron numerosas muertes por envenenamiento.
La literatura también lo reflejó. En Daisy Chain (1856), la escritora Charlotte Yonge narra la muerte de una bebé tras ser medicada por su niñera. Aunque se trata de una ficción, la escena retrata una práctica extendida en su tiempo: dormir a los niños para que no molesten. Lo inquietante es que, aunque hayan cambiado las sustancias, la lógica sigue vigente.
Violencia química y borrado del recuerdo
Un aspecto aún más oscuro de la sumisión química es su uso en contextos de violencia sexual infantil. En varios casos documentados, se han utilizado fármacos para anular la memoria de las víctimas, dificultando así las denuncias y la obtención de justicia. Un estudio forense realizado en Alicante, España, encontró que en el 6.7% de los casos de abuso sexual infantil había sospecha de sumisión química, especialmente en adolescentes.
En algunos casos, se han disuelto benzodiacepinas en bebidas para abusar repetidamente de niños de entre 10 y 11 años. Este uso de sedantes no solo vulnera físicamente a los menores, sino que también ataca su capacidad de recordar, relatar y pedir ayuda. La violencia, entonces, se vuelve total: sobre el cuerpo, sobre la mente y sobre la memoria.
A pesar de lo grave del tema, todavía no hay suficientes estudios sobre los efectos de la sumisión química en la infancia. En adolescentes se han registrado consecuencias como confusión, lagunas de memoria, irritabilidad, vergüenza o miedo persistente. Estos síntomas reflejan un daño emocional profundo, muchas veces invisible, pero de largo alcance.
Internet y el desprecio hacia los niños
Más allá de los casos clínicos o criminales, hay un fenómeno creciente que también preocupa: la normalización del desprecio hacia la infancia en internet. En redes sociales y foros como Reddit circulan comunidades donde se expresan mensajes de odio hacia los niños, a quienes se describe como “ruidosos”, “molestos” o incluso “repulsivos”. Aunque parezca extremo, no se trata de casos aislados, sino de un síntoma cultural.
En estos espacios digitales, frases como “quiero tenerlos lejos” o “me arruinan la paz” son frecuentes. Algunos especialistas advierten que podríamos estar ante el surgimiento de una infantosfera, una red de discursos hostiles hacia la infancia, con mecanismos similares a los que ya se han visto en comunidades misóginas. Esta narrativa refuerza la idea de que la sola presencia de los niños es una amenaza al confort adulto.
El problema de fondo es que este tipo de discurso legitima formas más sutiles de violencia: mirar a los niños como una carga, esperar que se comporten como adultos, o simplemente desear que no estén. No se trata solo de lo que se dice, sino de lo que se permite y se normaliza: un mundo donde los niños solo son tolerados si no hacen ruido, si no demandan, si no desordenan.
Una exigencia imposible: niños sin infancia
En este contexto, no es extraño que muchas familias —sin malicia, pero con escasos recursos o apoyo— recurran a métodos peligrosos para manejar la crianza. Como esa madre que sentaba a sus hijos en la mesada de la cocina, con un repasador por debajo para no ensuciar. Un gesto cotidiano que, sin embargo, revela un intento de control total, de deshumanización involuntaria.
Lo preocupante es que se está invirtiendo el rol entre adultos y niños. Se exige a los más pequeños que se comporten con madurez, mientras los adultos no toleran la frustración ni el sacrificio. Se infantiliza la adultez y se adultiza a la infancia. En ese desajuste, los niños pierden su derecho a ser niños: espontáneos, demandantes, activos.
La sumisión química es solo una de las muchas formas en que se expresa este deseo de moldear a los niños a la medida del mundo adulto. El problema no es que los niños sean intensos, ruidosos o impredecibles: es que vivimos en una sociedad que no está dispuesta a dar lugar a esa vitalidad. Y eso, más allá de lo legal o lo médico, es una señal de alarma cultural.