El caballo blanco de Gauguin, una escena simbólica desde el Museo d’Orsay de París
En El caballo blanco, la naturaleza aparece casi como un escenario teatral.

En 1898, durante su segunda estancia en Tahití, Paul Gauguin pintó Le cheval blanc, una obra que hoy forma parte de la colección del Museo d’Orsay de París. Esta pintura, ejecutada al óleo sobre lienzo (140,5 x 92 cm), es una de las muchas que el artista francés realizó inspirado por lo que él consideraba su paraíso personal en la Tierra: la isla polinesia, con su vegetación exuberante, sus paisajes oníricos y su vida aparentemente alejada de las tensiones de Europa.
Gauguin paseaba por playas, campos y selvas tropicales como si explorara un mundo nuevo. El entorno natural lo envolvía con una fertilidad tan intensa que rozaba lo obsceno: cocoteros, bananos, gardenias, adelfas y pinos del Caribe crecían sobre tierras volcánicas bajo un clima cálido y húmedo constante. En este contexto, el pintor encontró —o inventó— su inspiración.
En El caballo blanco, la naturaleza aparece casi como un escenario teatral. Las ramas de un bourao, árbol típico de la región, enmarcan al protagonista de la escena: un caballo blanco —aunque con un matiz verdoso— que bebe en un riachuelo. A primera vista, el animal podría parecer simplemente un detalle bucólico, pero el simbolismo se asoma sutilmente. En la cultura polinesia, el color blanco está asociado a la muerte, y no es descabellado pensar que Gauguin, ya afectado por la sífilis y la dependencia de la morfina, proyectara sus propias reflexiones en esta imagen.
Detrás del caballo, otros dos animales se adentran en la composición, esta vez montados por jinetes desnudos. ¿Representan la libertad? ¿Una ruptura con la civilización y sus normas? ¿O aluden, quizá, a una visión del más allá? El cuadro no da respuestas, pero abre una puerta a la interpretación personal.
Te puede interesar: El insulto más legendario de la historia del arte
Como muchas de las obras de Gauguin, El caballo blanco combina el deseo de escapar de Occidente con un impulso introspectivo que lo llevó a ver en Tahití no solo una naturaleza fértil, sino también un espejo de sus obsesiones, temores y esperanzas. En esa mezcla de belleza y desasosiego radica parte de la fuerza enigmática de este cuadro.
Con información de HA!
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí