Destruyen 150,000 hectáreas más en el Gran Chaco sudamericano
Las llamadas pinprick land grabs —deforestaciones pequeñas, de menos de 500 hectáreas— permiten que el saqueo avance sin ser detectado hasta que es demasiado tarde.

En Sudamérica, el Gran Chaco —una vasta región que se extiende entre Argentina, Paraguay, Brasil y Bolivia— está siendo devorado lentamente por el avance implacable de la industria maderera y agrícola. En sus 100 millones de hectáreas, este ecosistema alberga una biodiversidad extraordinaria con más de 3,400 especies de plantas y cientos de animales, como jaguares, osos hormigueros gigantes, monos aulladores y tapires. Pero hoy, gran parte de este bosque parece más un cementerio de árboles que un santuario natural.
Una invasión sin consulta
Bashe Nuhem, integrante de la comunidad indígena Qom, recuerda cómo el bosque vibraba con vida antes de la llegada de los caminos y las máquinas. “Fue una invasión. Llegaron sin consultar y las familias se fueron. Las que se quedaron, lo hicieron rodeadas de un cementerio de árboles”, relata. El paisaje ha cambiado tanto que muchos animales ya no tienen refugio ni alimento, y algunas especies, como el jaguar y el pecarí chaqueño, podrían desaparecer por completo.
El ciclo del saqueo
Natay Collet, guardaparques en la zona, describe el patrón destructivo: primero se talan los árboles más valiosos, luego el resto, y finalmente se prende fuego a la tierra. “Todo lo que queda es un desierto”, dice. Aunque la deforestación comenzó con los primeros colonos, Collet afirma que en los últimos 15 años se ha intensificado brutalmente gracias a la tecnología y la falta de control estatal. Las llamadas pinprick land grabs —deforestaciones pequeñas, de menos de 500 hectáreas— permiten que el saqueo avance sin ser detectado hasta que es demasiado tarde.
Un bosque que se apaga en silencio
Mientras la Amazonía atrae atención global, el Gran Chaco se consume en silencio. Según datos oficiales, Argentina perdió alrededor de 7 millones de hectáreas de bosque nativo entre 1998 y 2023, y el 80% de esa pérdida ocurrió en esta región. Solo en 2024, se destruyeron cerca de 150,000 hectáreas más, un aumento del 10% respecto al año anterior, según Greenpeace.
Las consecuencias ecológicas son alarmantes: los ecosistemas pierden su equilibrio, los animales quedan atrapados entre cercas o son obligados a desplazarse por zonas urbanas donde suelen ser cazados. La pérdida de conectividad entre los bosques amenaza la supervivencia de especies como los monos aulladores, que dependen de los árboles para moverse, o el armadillo gigante, que se reproduce cada tres años.
Más allá del impacto ambiental
El cambio climático también se agrava con cada árbol derribado. “Ahora hay más calor, menos lluvias y vientos más fuertes”, dice Nuhem. A esto se suma la amenaza directa a las comunidades indígenas, que han sufrido hostigamiento, amenazas e incluso violencia física por denunciar la deforestación. En 2008, una colega de Nuhem fue secuestrada y agredida por hablar en la radio comunitaria sobre el problema. El caso nunca se resolvió.
Una ley sin fuerza
Aunque Argentina promulgó en 2007 la Ley de Bosques para frenar el avance agrícola, los resultados han sido limitados. En la provincia de Chaco, por ejemplo, la justicia prohibió la deforestación en 2019, pero la medida nunca se aplicó de forma efectiva. “Cada vez que traté de hacer lo correcto, fui castigado”, declaró un expolicía que intentó confiscar camiones con tala ilegal.
El argumento de las autoridades es conocido: deforestar es necesario para “salir de la pobreza”. Pero Enrique Viale, abogado ambientalista, lo contradice con datos duros: “Chaco es una de las provincias con más deforestación… y también una de las más pobres”.
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Para los pueblos originarios, los árboles no son recursos: son seres sagrados. Su desaparición no solo borra paisajes, sino también conocimientos ancestrales, medicinas naturales y lenguas milenarias. “Nos estamos debilitando, igual que el bosque”, advierte Nuhem.
Con información de The Guardian.
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