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Una montaña rusa divina en el Renacimiento: la Visión de Ezequiel de Rafael

Rafael nos presenta una escena vibrante, casi como si la visión de Ezequiel se hubiera convertido en una feria celestial.

Una montaña rusa divina en el Renacimiento: la Visión de Ezequiel de Rafael

En una pequeña pero poderosa obra, Rafael Sanzio —el gran maestro del Renacimiento— nos invita a subir a una suerte de atracción celestial: Visión de Ezequiel (Visione di Ezechiele), un óleo de apenas 41 x 30 cm, conservado en el Palacio Pitti de Florencia, que reinterpreta una de las visiones más impactantes del Antiguo Testamento.

Según el relato bíblico, el profeta Ezequiel describe una aparición sobrenatural en la que ve a Dios rodeado por cuatro seres vivientes, cada uno con un rostro diferente: un hombre, un león, un buey y un águila. Esta iconografía, conocida como el tetramorfos, se consolidó más tarde como símbolo de los cuatro evangelistas: Mateo (hombre alado), Marcos (león), Lucas (buey) y Juan (águila).

Durante la Edad Media, el tetramorfos fue una imagen omnipresente en catedrales e iglesias, especialmente en el arte románico. No era solo una representación religiosa, sino también una síntesis simbólica del universo: los cuatro elementos, las estaciones, los puntos cardinales. Religión, astrología y alquimia se entrelazaban en un imaginario colectivo profundamente místico. Sin embargo, con la llegada del Renacimiento, ese tipo de simbología perdió parte de su protagonismo, desplazada por una mirada más racional y humanista.

Aun así, Rafael —siempre un amante del equilibrio entre lo divino y lo humano— decidió recuperar esta escena visionaria con un estilo que combina solemnidad y dinamismo. Dios, en el centro de la composición, aparece rodeado por los cuatro símbolos del tetramorfos y sostenido por dos querubines. Pero lo realmente curioso es la actitud del Creador: con los brazos en alto y una pierna en el aire, parece estar disfrutando de una especie de “montaña rusa sagrada”, una interpretación que da un giro juguetón a la escena bíblica.

El fondo, recargado de nubes y resplandores, intensifica la teatralidad del momento. Más que una visión profética solemne, Rafael nos presenta una escena vibrante, casi como si la visión de Ezequiel se hubiera convertido en una feria celestial.

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Obras como esta nos recuerdan que el arte no solo es vehículo de fe o conocimiento, sino también de imaginación, reinterpretación y hasta humor. Rafael logra aquí un equilibrio entre el respeto por lo sagrado y la libertad creativa propia del Renacimiento. Y lo hace con una pintura pequeña, pero desbordante de simbolismo y movimiento.

Con información de HA!

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