¿Qué es una buena vida? Un estudio cuestiona al PIB como medida de bienestar
Con datos de más de 200 mil personas en 22 países, el estudio revela que el bienestar depende más de factores como las relaciones sociales, el sentido de vida y la salud mental, que del dinero o el empleo.

CIUDAD DE MÉXICO.- El mundo ha medido el desarrollo con cifras como el producto interno bruto (PIB), la esperanza de vida o las tasas de empleo. Sin embargo, un grupo de investigadores plantea una pregunta fundamental: ¿realmente esos datos reflejan lo que significa tener una buena vida? Esa inquietud dio origen al Estudio Global sobre el Florecimiento (Global Flourishing Study, GFS), un ambicioso proyecto que publica sus primeros resultados en diversas revistas del grupo Nature.
Más allá del PIB: redefinir el progreso humano
Este estudio, liderado por expertos de las universidades de Harvard y Baylor, ha encuestado a más de 200 mil personas en 22 países de los seis continentes, y continuará observando su bienestar entre 2022 y 2027. La investigación propone una visión más integral del bienestar humano, enfocándose en seis dimensiones: felicidad, salud física y mental, sentido de vida, carácter, relaciones sociales y seguridad financiera.
Según sus resultados iniciales, el florecimiento no depende exclusivamente de factores materiales como los ingresos o el empleo. En cambio, elementos como las relaciones afectivas, la espiritualidad, el propósito vital y la salud mental son claves para que una persona se sienta plena y satisfecha con su vida.
Relaciones, comunidad y sentido de vida
El estudio halló que quienes tienen vínculos cercanos, participan en comunidades religiosas o se sienten parte de algo más grande tienden a mostrar un mayor nivel de bienestar. La soledad, el desempleo y la falta de propósito, en cambio, aparecen como los factores más relacionados con el malestar.
Los investigadores subrayan que para diseñar políticas públicas realmente útiles, es necesario recopilar datos más ricos sobre el bienestar humano. El concepto de “florecimiento” incluye tanto indicadores objetivos como subjetivos, y considera el contexto cultural y social de cada individuo.
“El florecimiento no es un estado perfecto ni permanente, pero sí es una meta hacia la que todos podemos avanzar”, señala Tyler VanderWeele, uno de los líderes del estudio. La idea no es ofrecer una receta única para todos, sino entender cómo distintos estilos de vida y culturas influyen en la percepción del bienestar.
Tendencias globales y diferencias culturales
Los resultados muestran que las personas mayores, en promedio, reportan mayor bienestar. En la escala del 1 al 10, los mayores de 80 años alcanzan un promedio de 7,36, frente al 7,03 de los adultos jóvenes. Sin embargo, este patrón no es igual en todos los países. En España, por ejemplo, los niveles más bajos se dan en las edades medias.
También se encontraron coincidencias entre distintas regiones: las personas con empleo y educación tienden a reportar mayor florecimiento, aunque hay excepciones. En lugares como Hong Kong y Australia, más educación no siempre se traduce en mayor bienestar.
El estudio también exploró las diferencias entre personas migrantes y autóctonas. Aunque en general los migrantes reportan un nivel ligeramente menor de bienestar, en algunos países la tendencia se invierte. Esto muestra que el entorno social y político también influye fuertemente en la calidad de vida percibida.
El valor de la vida en comunidad
Uno de los hallazgos más sólidos es la relación positiva entre el florecimiento y los estilos de vida comunitarios. Las personas casadas obtienen puntuaciones más altas (7,34 en promedio) que los solteros (6,92) o los separados (6,77). Lo mismo ocurre con quienes participan regularmente en servicios religiosos.
Asistir a una ceremonia religiosa una vez por semana se asocia con una puntuación de 7,67, frente al 6,86 de quienes nunca lo hacen. Aunque estos resultados no aplican de forma exacta a cada individuo, revelan patrones generales que los responsables del estudio consideran valiosos para orientar políticas públicas y decisiones personales.
No obstante, el impacto de estas prácticas varía por país. En Israel, el matrimonio mejora significativamente la percepción de bienestar, mientras que en Argentina la diferencia es mínima. La espiritualidad también tiene un impacto muy diverso: en Hong Kong marca una gran diferencia, mientras que en India apenas se nota.
Repensar lo que importa
El GFS también forma parte de una crítica mayor a la forma en que las sociedades modernas priorizan lo cuantificable sobre lo cualitativo. Desde la Revolución Industrial, el tiempo, la producción y los recursos naturales se han medido con criterios económicos, dejando de lado los aspectos humanos y sociales.
Esta visión reduccionista ha llevado a considerar el crecimiento económico como sinónimo de progreso, sin tener en cuenta si ese crecimiento realmente mejora la vida de las personas. El florecimiento busca reequilibrar esa visión, dándole espacio a lo emocional, relacional y espiritual en las decisiones colectivas.
Según los autores del estudio, indicadores como el PIB pueden ser útiles para ciertas comparaciones, pero no son suficientes para entender cómo vive realmente la gente. El bienestar no se resume en cifras económicas, sino en experiencias cotidianas, vínculos sociales y sentido de pertenencia.
Una apuesta a largo plazo por el bienestar real
El estudio reconoce varios retos: medir dimensiones tan diversas del bienestar, respetar las diferencias culturales, conciliar lo objetivo con lo subjetivo y mantener una muestra sólida durante cinco años. A pesar de ello, sus impulsores creen que es una inversión necesaria para construir políticas más humanas y eficaces.
Como señala uno de los artículos publicados: “Las estadísticas nacionales pueden decirnos algo sobre un país, pero poco sobre la felicidad de sus ciudadanos”. En ese sentido, el GFS quiere cambiar la manera en que entendemos el éxito y el desarrollo, y ayudar a que más personas vivan mejor, no solo más.
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La propuesta es ambiciosa, pero clara: comprender cómo florecen distintos grupos humanos, identificar patrones comunes y ofrecer herramientas para promover el bienestar real. En palabras de VanderWeele, “la comunidad es esencial para el florecimiento, pero implica ceder parte de nuestra autonomía para compartir, ayudar y pertenecer”.
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