MÉXICO.- En las profundidades del océano, las hembras del pulpo común (Octopus vulgaris) encarnan una historia de sacrificio y supervivencia que desafía nuestra comprensión de la naturaleza. Estas criaturas, dotadas de una asombrosa inteligencia y una capacidad camaleónica para mimetizarse con su entorno, enfrentan un destino ineludible marcado por su ciclo reproductivo.

La vida de un pulpo hembra es corta, rara vez superando los dos años. Este breve lapso de existencia está intrínsecamente ligado a su única oportunidad de reproducción. Tras un apareamiento que implica la transferencia de esperma mediante un tentáculo especializado del macho, la hembra se embarca en una misión solitaria de incubación.

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Hombre se sienta en un lago y, de pronto, un pulpo se queda junto a él con sus tentáculos abrazados a sus piernas

La madre pulpo y la protección hacia sus huevos.

Durante meses, la madre pulpo se dedica incondicionalmente a la protección de sus huevos, renunciando a su propia alimentación y bienestar. Esta abnegación culmina con la eclosión de miles de crías, un momento que coincide con el fin de su vida. La causa de su muerte no es un misterio biológico, sino una estrategia evolutiva conocida como semelparidad.

La semelparidad, un fenómeno en el que un organismo invierte toda su energía en una única y masiva reproducción antes de morir, es una táctica de supervivencia. En el caso de los pulpos, esta estrategia asegura que la progenie tenga la mayor posibilidad de supervivencia en un mundo donde los depredadores acechan constantemente.

Menos del 1% de las crías alcanzará la madurez, pero la cantidad prodigiosa de huevos puestos incrementa las probabilidades de que algunos sobrevivan para continuar el legado de la especie.