MÉXICO.- En los recovecos de la historia médica, encontramos prácticas que despiertan tanto asombro como horror. Una de ellas, arraigada en la Edad Media, fue la sangría: el acto de extraer sangre como remedio para diversas dolencias. En aquel entonces, esta técnica se basaba en una teoría tan antigua como venerable: la teoría humoral.

Según los sabios de la antigüedad, incluyendo a Hipócrates y Galeno, el cuerpo humano estaba gobernado por cuatro fluidos vitales, conocidos como humores: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. La salud se concebía como un delicado equilibrio entre estos humores. Enfermar, por ende, se consideraba una señal de desequilibrio.

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¿Cómo realizaban esta práctica?

La solución a este desequilibrio, según la creencia de la época, era simple: extraer sangre para restaurar la armonía. Así nació la práctica de la sangría, llevada a cabo de diversas formas, desde la extracción directa de venas hasta el empleo de las criaturas más insólitas, como las sanguijuelas.

Los barberos sangradores, una figura relevante en la sociedad medieval, no solo se encargaban de cuidar el aspecto físico de sus clientes, sino también de su bienestar. Estos hábiles artesanos, versados en el arte de la sangría y en la extracción de dientes, fueron los practicantes de esta práctica ancestral.

Hoy, en la era de la medicina moderna, la sangría se considera poco más que una curiosidad histórica. Sin embargo, es importante recordar que en su momento fue el resultado de un esfuerzo genuino por comprender y aliviar el sufrimiento humano. Nos recuerda el largo camino que hemos recorrido desde entonces, y la distancia que aún nos queda por recorrer en el vasto campo de la medicina.

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