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¿Por qué nuestro cerebro puede ver rostros en objetos inanimados?

Nuestro cerebro parece procesar las caras de los objetos con el mismo mecanismo con el que reconoce a los rostros humanos.

Todos hemos ido caminando alguna vez por la calle y volteado a ver de reojo a una “cara” que vimos al frente de un edificio, en la parte trasera de un carro, en una baldosa con formas abstractas, etc… Sin importar dónde o qué haya sido, todos hemos pasado por lo mismo: nuestro cerebro no ha podido evitar hacernos ver rostros en un objeto.

Pero… ¿Por qué?

Un estudio recientemente publicado en Procedings of the Royal Society B busca responder esa pregunta. Para eso, los investigadores David Alais, Yiben Xu, Susan G. Wardle y Jessica Taubert se dedicaron a determinar qué procesos ocurrían en nuestro cerebro que nos llevaban a tener tan particulares asociaciones, indica Tekcrispy.

¿Por qué nuestro cerebro no puede evitar ver rostros en algunos objetos?

Al final, los científicos de la Universidad de Sydney descubrieron que nuestro cerebro parece procesar las caras de los objetos con el mismo mecanismo con el que reconoce a los rostros humanos. Debido a eso, en el momento en el que un elemento es identificado como una “cara”, nuestra mente no pierde tiempo en analizarla e incluso determinar qué emoción está representando.

Para explicar esa tendencia, el psicólogo y neurocientífico Alais hizo referencia a la naturaleza social de los humanos. Según sus palabras, somos la especie social más sofisticada del planeta, motivo por el cual nuestras habilidades para reconocer rostros no solo deben ser finas, sino también veloces.

Pero… ¿qué tan finas pueden ser si nuestro cerebro nos hace ver rostros en el lado quemado de un pan tostado? Todo tiene que ver con la velocidad de procesamiento y la utilidad de la información obtenida.

Queremos reconocer rostros porque pueden ser familiares, pueden ser amigos o enemigos, pueden estar enfermos o sanos, pueden tener todo tipo de intenciones”, explicó Alais.

Debido a esa necesidad, nuestra mente cuenta con una zona específicamente dedicada a la detección y análisis de caras. Asimismo, esa área se maneja con un “sensor” altamente sensible que procesa la información visual en microsegundos. Es ese mecanismo subconsciente e involuntario el que decide que, si parece un rostro, vale la pena prestarle atención… aunque al final resulte que era solo el rallador de queso.

La desventaja: falsos positivos

Si tiene algo aparenta tener ojos, nariz y boca, nuestro cerebro inmediatamente lo pasará a la carpeta de los “rostros”. En consecuencia, comenzará a analizar su “expresión” para determinar si es familiar y cuáles son sus intenciones basándose en las emociones que puede identificar (felicidad, tristeza, molestia).

Como vemos, ese proceso fácilmente nos puede llevar a un montón de curiosos falsos positivos. De acuerdo al profesor David, a ese fenómeno se lo conoce como pareidolia y nuestra mente simplemente no puede evitarlo.

Una vez el cerebro detecta rostros en los objetos, ya no puede ignorarlos

Por el bien de la inmediatez, el “sensor” que identifica caras está siempre activo. De esa forma, aunque entendemos que estamos viendo las baldosas de l baño, cada vez que miremos esa mancha particular, no podremos evitar también percibir sus “facciones” y “emociones”.

David explica que eso ocurre porque el cerebro no es capaz de “apagar” esa función y la reactivamos cada vez que miramos un objeto que cumple con las características para ser considerado un “rostro” aunque sea por unos microsegundos. Lo que hace que nuestro cerebro pueda ver rostros e identificar emociones en objetos inanimados, le guste o no.

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