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Adrián, la voz prodigio que arrasa en YouTube

Un niño alegre. Disfrutón. Tiene ganas de tocar la caja y cantar. Sobre todo, cantar. Inquieto, nerviosillo, no para. Gesticula. El niño se sienta en los brazos de Rafael, el padre. Toñi, la madre, llega al salón de la casa y observa a su hijo, el protagonista de esta historia de sueños alcanzables, talento y superación.



Adrián te sonríe enseguida y se quiere hacer tu amigo.



–¿Me puedo echar una foto contigo?



El niño sufre un problema neurológico: hidrocefalia corregida con una válvula. También una agionesia de radio. En la mano izquierda carece de este hueso y en la derecha el radio es más pequeño de lo habitual. Lleva ya 15 operaciones en el Hospital San Rafael de los Hermanos de San Juan de Dios de Madrid. Hace una semana le volvieron a operar. Tiene tres agujas metidas en su mano. Se recupera entre timbales y cante. Pura magia.



Sietemesino, con pocos días de vida, soltó una nota musical sostenida a las cinco de la mañana. Acababa de tomarse el biberón. No tenía hambre, ni iba a llorar, porque Adrián no ha llorado nunca. “Hizo algo y yo le estaba cantando en ese momento”, cuenta Toñi. Aquella noche se asustó y le colocó, muy despacio, en la cuna, “con un poquito de miedo”.



Con sólo cuatro meses, una señora avisó la abuela del niño:



–Señora, su nieto va cantando.



–¡Pero si tiene cuatro meses!



–Señora, su nieto está cantando. Si no, ya me lo dirá usted.



Y, sí, iba cantando. Y no ha parado.



Adrián Martín Vega –le llaman Adri– cumple 10 años el 28 de enero y se ha convertido en el niño prodigio de la canción. La culpa la tiene un vídeo de YouTube donde aparece con su hermana cantando '¡Qué bonito!', una pieza de Rosario (antiguamente Rosariyo) que junto a su difusión en Facebook y Twitter contabiliza seis millones de visitas. Vive en Vélez-Málaga arropado por su familia.



La vida de Adrián está a punto de convertirse en una endiablada montaña rusa que le lanzará a la fama, la televisión (programa especial en Tele 5), al estrellato. Él parece intuirlo; sus padres y hermanos lo saben.



“Sí, vértigo. Y miedo porque es un niño”, admite la madre. A Rafael, que regenta una histórica ferretería en Vélez, el pueblo/ciudad de María Zambrano y Fernando Hierro, se le nota que no se lo esperaban. “Es una responsabilidad tremenda.



Hemos estado unos cuantos días con miedo y la gente nos decía: "Tenéis que firmar un contrato". Yo no sabía quién me podía orientar o asesorar. He estado unas cuantas noches sin dormir. ¿A dónde tiro? El nene tiene una habilidad y si hay una vía que puede vivir de ello y puede hacer lo que le gusta… Tampoco quería cortar ni meter la pata”.



La ya tímida tarde soleada de diciembre comienza su inevitable fuga hacia la noche. Adri quiere hacerse más fotos. “Los ojos para arriba”, le anima el padre al niño. “Tú ponte como si estuvieses viendo la tele”. “Di agua o patata”. “Aguacate”, suelta el cantante. Más risas. “Todo esto nos ha pillado un poco por sorpresa. Sabíamos que algún día iba a suceder esto, pero no esperábamos esta escala, que nos manden mensajes desde China, Argentina, México… Es un niño que llega a mucha gente”, anota Rafa, su hermano, de 23 años.



La llamada del ‘Cigala’



Alejandro Sanz, India Martínez, Diego el Cigala. Adri recopila admiración de cantantes que quieren apoyarle. Y todo gracias a YouTube, ese gigante de la promoción musical que catapultó a otro malagueño, Pablo Alborán, el creador de nostalgias futuras. Sonia, la hermana mayor, de 29 años, voz grave, ojos grandes, cabello negro, siempre ha canturreado “flamenquillo y eso”. Nunca en grupos aficionados.



Por culpa del miedo escénico. Entre amigos, sí. Pero cuando la han llamado para cantar en sitios o en teatros jamás fue. “Imagínate cuando vi que el vídeo lo había visto tantísima gente. Me iba a dar un infarto”.



El padre recuerda al Cigala. Y habla de Diego, como si fuera su hermano, y lo hace, sin querer, su acento. “Hola, buenas noches. Le llamo de República Dominicana. Soy Diego, el Cigala. Se me ha roto el corazón. Tienen a un ángel precioso, de verdad. Me ha hecho llorar el nene. Y yo entiendo de música. Cualquier cosa que necesitéis, no dudéis en llamarme. Aquí me tenéis a mi disposición, me presto a grabar un disco sin ganar nada”.



Adri pide agua. Empieza a beber. Tose. “Papi, dale un golpecito”, pide la madre. “¿Quieres ir al cuarto de baño?”. La hermana pequeña, María, de 17 años, de ojos claros y muy dulce: “¡Ay, que se le ha ido el agua para el otro lado!”. Se recupera. “¡Campeón, Adri!”, exclama María, que estudia segundo de Bachillerato, y está sentada en un extremo del sofá blanco de piel situado justo delante de un minipiano con el que Adri también practica.



El abecedario del gusano



Músico innato, lo primero que le enseñó la abuela, con la que convivió hasta los tres años, fue "María de la O". A esa misma edad Sonia le regaló una caja de sonidos. Ahora le ha comprado otra más grande. “Él lo que quiere es siempre música y liarla una mijita”, abunda la hermana. El timbal es también un regalo y ya hace diabluras con el instrumento.



Lo aprende todo muy rápido, como la canción "Noches de bohemia" que interpretó el pasado mes de septiembre en la Feria de San Miguel de Vélez.



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