Día de muertos: Las flores que nunca pueden faltar en tu ofrenda
Los expertos sugieren combinar flores de distintas alturas, texturas y colores para crear una composición dinámica y llena de vida en tu altar.

En el corazón de las festividades de otoño en México, el Día de Muertos se erige como una celebración profunda y colorida dedicada a la memoria. Este ritual, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, convierte la nostalgia en un homenaje vibrante. Mientras que los elementos de la ofrenda —como las velas, las fotografías y los alimentos— son universalmente reconocidos, existe un lenguaje silencioso y elocuente que da vida al altar: el de las flores.
Estos elementos naturales trascienden su función decorativa para convertirse en emisarias de emociones, mensajes de afecto y guías para los seres queridos que, según la tradición, nos visitan.
De acuerdo con una investigación del portal Moi, cada variedad floral seleccionada para el altar posee un significado único, cargado de intenciones y simbolismos que enriquecen esta práctica ancestral.

El lenguaje secreto de los pétalos: Más allá de la decoración
Históricamente, las civilizaciones han utilizado las flores como un medio de comunicación no verbal. Durante la época victoriana, por ejemplo, se desarrolló un complejo lenguaje floral que permitía expresar sentimientos que no podían ser dichos en voz alta. En el contexto mexicano, esta carga simbólica adquiere una dimensión espiritual.
Las flores en una ofrenda no son simplemente adornos; son gestos tangibles de cariño y respeto, destinados a hacer que la estancia de las almas visitantes sea más placentera y significativa, creando un puente sensorial entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
La flor insignia: Cempasúchil, el sol que guía el camino
Resulta imposible concebir un altar de muertos sin la presencia icónica de la flor de cempasúchil. Su tonalidad naranja intenso no es casualidad; representa la luz del sol, funcionando como un faro que ilumina y orienta a las ánimas para que puedan llegar sin contratiempos hasta los altares preparados en su honor. Además, su aroma penetrante y característico se considera un elemento que evoca la memoria y establece una conexión sensorial directa con los difuntos.
Un dato curioso que amplía su relevancia cultural es que, fuera de México, la flor de cempasúchil también ocupa un lugar ceremonial en la India. Durante el festival de las luces, conocido como Diwali, se utiliza de manera similar para guiar a las energías y espíritus, demostrando un paralelismo cultural fascinante en el uso de esta flor.
Acompañantes simbólicos: Otras flores esenciales para la ofrenda
Si bien el cempasúchil es la base, la tradición permite y alienta la incorporación de otras especies que aportan matices específicos al mensaje colectivo del altar.
- Flor del infierno (Cockscomb): Proveniente del continente asiático, esta flor, con su peculiar forma aterciopelada, encarna sentimientos de anhelo, nostalgia y la tristeza de la despedida. Existe la creencia de que ayuda a los difuntos a visualizar por última vez su vida terrenal, por lo que se considera una planta de gran poder dentro del proceso de duelo.
- Crisantemo: De gran popularidad en países como España y Francia, el crisantemo es sinónimo de amor, respeto y una larga vida. Aunque las variedades blancas son las más asociadas con el luto, su gama cromática permite expresar diferentes intenciones: el rojo denota cariño profundo, el violeta atrae la buena fortuna, el amarillo simboliza la amistad y el blanco continúa representando la sinceridad y la pureza espiritual.
- Alcatraces: Reconocibles por su elegante forma de embudo y su tallo largo, los alcatraces irradian una belleza serena. Simbolizan la amabilidad, la compasión y la simpatía hacia el ser recordado. Son una elección idónea para manifestar el reconocimiento y la profunda conexión que se mantiene con la persona que ha fallecido.
- Rosas: Aunque frecuentemente ligadas al amor romántico, las rosas en un contexto fúnebre expresan respeto, cariño y el dolor de la partida. Su mensaje se matiza según su color: las rosas rojas hablan de recuerdo y pasión; las blancas, de amistad y sincero aprecio; las amarillas transmiten alegría por los momentos compartidos, y las azules, una sensación de tranquilidad y paz eterna.
- Lirios: La blancura inmaculada y la forma pura del lirio lo convierten en un emblema de la inocencia que el alma recupera tras la muerte. Son ideales para comunicar un deseo de paz y sabiduría para el difunto, y suelen colocarse con frecuencia en altares dedicados a personas que fallecieron a una edad temprana.
- Flor de terciopelo (Dahlia): Como flor nacional de México, su inclusión en el altar tiene un valor patriótico y sentimental adicional. Su textura suave y sus vibrantes colores las hacen un elemento radiante. El blanco, el rojo y el violeta en esta flor pueden representar, respectivamente, la pureza, el amor y el duelo, contribuyendo también a iluminar el camino de regreso para las almas.
Consejos para la creación de un altar floralmente significativo
La clave para una ofrenda visualmente impactante y simbólicamente rica reside en la diversidad y la armonía. Los expertos sugieren combinar flores de distintas alturas, texturas y colores para crear una composición dinámica y llena de vida. No existe inconveniente en mezclar cempasúchil con lirios, alcatraces y rosas; al contrario, esta amalgama enriquece el discurso visual y emocional del altar. El propósito último es construir un espacio sagrado donde los seres queridos fallecidos se sientan genuinamente recordados, honrados y añorados.
Cada pétalo, cada aroma y cada color convergen en un mismo mensaje: un testimonio de respeto, afecto y el anhelo de un reencuentro espiritual con aquellos que dejaron una huella imborrable. Así, en el marco de la tradición mexicana, entre flores se recibe a los que se fueron y con flores se les despide hasta el siguiente año.
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Contexto adicional sobre el Día de Muertos:
El Día de Muertos, celebrado principalmente los días 1 y 2 de noviembre, es una festividad mexicana de origen mesoamericano que sincretiza creencias indígenas con la religión católica. No es un equivalente al Halloween estadounidense, sino una celebración que enfatiza la celebración de la vida y el recuerdo gozoso de los difuntos.
Las familias construyen altares en sus hogares o en los panteones, que incluyen, además de flores, elementos como papel picado, calaveritas de azúcar, pan de muerto, la comida y bebida favorita del difunto, y se adornan con incienso o copal para purificar el ambiente. La UNESCO declaró esta festividad como Obra Maestra del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008.
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