Atole de cempasúchil: la tradicional bebida del Día de Muertos que deberías probar
El cempasúchil, flor emblemática del Día de Muertos en México con profundas raíces prehispánicas, experimenta una innovadora transición hacia la gastronomía a través del atole.

El aire en México comienza a teñirse de un color naranja intenso y a saturarse de un aroma inconfundible: la flor de cempasúchil ha llegado, anunciando la proximidad del Día de Muertos. Durante generaciones, sus vibrantes pétalos han servido como un camino lumínico para guiar a las ánimas en su visita anual al mundo de los vivos.
Sin embargo, en un giro contemporáneo que entrelaza la innovación culinaria con la herencia cultural, esta flor sagrada ha trascendido su rol decorativo para incorporarse a la gastronomía, culminando en una propuesta tan sorprendente como deliciosa: el atole de cempasúchil. Esta bebida transforma la esencia misma de la festividad en una experiencia sensorial completa.
La flor que guía a los vivos y a los muertos
Para comprender la relevancia de esta innovación, es fundamental adentrarse en la historia de la Tagetes erecta, nombre científico del cempasúchil. Conocida también como “flor de veinte pétalos”, su nombre proviene del náhuatl cempohualxochitl, que significa precisamente “veinte flores”. En las culturas mesoamericanas, como la mexica, esta planta estaba consagrada a los dioses solares, y su color dorado representaba la propia luz del astro rey.
No era solo un adorno; su potente fragancia y su tonalidad brillante fungían como un sendero metafórico, una guía para que las almas de los difuntos pudieran encontrar el camino de regreso a sus hogares para compartir, simbólicamente, los alimentos y las ofrendas preparadas en su honor.
Este profundo simbolismo ha perdurado por siglos, consolidando al cempasúchil como un pilar intangible de la celebración. Su transición de los altares y las tumbas a las ollas y las tazas representa una evolución natural de las tradiciones, donde el respeto por lo ancestral dialoga con la creatividad de las nuevas generaciones.
Beber atole de esta flor no es un acto meramente gastronómico, sino una forma de internalizar y vivir el ritual de una manera novedosa y profunda.

Del altar a la olla: El sorpresivo perfil de la flor comestible
Una de las interrogantes más comunes al escuchar sobre esta preparación es: ¿a qué sabe el cempasúchil? La expectativa podría ser un sabor floral y dulce, similar al de otras flores utilizadas en la cocina, como la violeta o la rosa. No obstante, la realidad es mucho más compleja y sutil. El sabor de los pétalos frescos de cempasúchil se describe con mayor precisión como herbal y ligeramente cítrico, con un fondo amargo distintivo que recuerda a ciertas hierbas aromáticas.
Es este perfil único el que, al ser infusionado, ofrece una profundidad de sabor que se equilibra magistralmente con otros ingredientes. En el contexto del atole, la flor no domina, sino que se integra, creando una base aromática que realza y es realzada por la dulzura del piloncillo y la calidez de la canela.
El resultado final es una bebida donde el amargor se mitiga, transformándose en un contrapunto sofisticado que evita que la preparación sea empalagosamente dulce.
Una receta para honrar la aemoria: El atole de Cempasúchil
La preparación de este atole es un ritual en sí mismo, un proceso que invita a la paciencia y a la conexión con los ingredientes. A continuación, se presenta una guía para elaborarlo en casa, asegurando una experiencia auténtica y respetuosa con la tradición.
Ingredientes (para aproximadamente 4 porciones):
- 1 litro de leche (entera, o una alternativa vegetal como la de almendras o avena)
- ½ taza de pétalos frescos de flor de cempasúchil comestible (es crucial verificar que no hayan sido tratados con pesticidas o productos químicos)
- 1 raja de canela mediana
- 1 trozo de piloncillo al gusto, o en su defecto, ½ taza de azúcar mascabado
- ½ taza de masa de maíz nixtamalizado disuelta en un poco de agua, o 4 cucharadas soperas de fécula de maíz (Maizena) como espesante
- ½ cucharadita de ralladura de naranja (opcional, para acentuar las notas cítricas)
Proceso de elaboración:
- Infusión de los aromas: En una cacerola, se combina la leche con la raja de canela y los pétalos de cempasúchil. Se lleva a fuego medio, calentando hasta el punto anterior a la ebullición, cuando se formen pequeñas burbujas en los bordes. En ese momento, se retira del fuego, se tapa y se deja reposar durante aproximadamente 10 a 15 minutos. Este reposo es fundamental para que los pétalos liberen todo su aroma, sabor y color en la leche.
- Filtrado y pulcritud: Pasado el tiempo de infusión, se cuela la mezcla con cuidado utilizando un colador de malla fina o una estopilla, presionando ligeramente los pétalos para extraer todo su jugo. El objetivo es obtener una leche infusionada de un color amarillo-dorado, completamente libre de residuos sólidos.
- Espesado y endulzado: La leche aromatizada se vierte en una olla limpia. Se agrega el piloncillo y se lleva a fuego medio-bajo, moviendo constantemente para disolverlo por completo. Una vez disuelto el endulzante, se incorpora la masa de maíz disuelta (o la fécula previamente mezclada con un poco de leche fría para evitar grumos).
- Cocción final: Se mantiene la cocción a fuego medio, revolviendo de manera constante y con movimientos envolventes para garantizar una textura uniforme y lisa. Es crucial evitar que la preparación se pegue en el fondo. El atole estará listo cuando haya espesado a una consistencia cremosa y sedosa.
- El toque final: Justo antes de apagar el fuego, se puede incorporar la ralladura de naranja, si se decide utilizarla, para añadir un brillo aromático adicional. Se sirve inmediatamente en tazas, decorando opcionalmente con unos pocos pétalos frescos en la superficie.
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La fusión de los simbolismos en una taza
Este atole representa más que una simple bebida; es la materialización de un sincretismo cultural. En él, se funden el maíz, base de la alimentación mesoamericana y símbolo de vida, con la flor que guía a los muertos. El piloncillo, de origen colonial, aporta su dulzura terrosa, y la canela, llegada de otras latitudes, completa el cuadro con su calidez.
Beberlo es, en esencia, participar de un ritual comestible donde el calor reconforta el cuerpo, el aroma despierta la nostalgia y el sabor invita a la reflexión y al recuerdo.
Para aquellos que buscan enriquecer la celebración del Día de Muertos, el atole de cempasúchil se presenta como una alternativa profunda y significativa. Es una invitación a no solo observar la tradición, sino a saborearla, creando nuevos recuerdos y honrando, de una manera íntima y personal, a quienes ya no están físicamente, pero cuya presencia se mantiene viva en el corazón y en el paladar.
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