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Expertos explican por qué algunas personas rechazan el contacto físico

Estilos de apego y rasgos de personalidad influyen en cómo las personas perciben y rechazan el tacto, revelan estudios psicológicos recientes.

Expertos explican por qué algunas personas rechazan el contacto físico

En la compleja red de la interacción humana, el contacto físico suele actuar como un lenguaje silencioso. Un apretón de manos, un abrazo efusivo o una palmada en la espalda son gestos que, en la cultura mexicana, a menudo simbolizan calidez, confianza y cercanía, señala un reporte de Infobae. No obstante, para un sector de la población, estas mismas muestras de afecto pueden generar incomodidad, ansiedad o la sensación de una invasión a su espacio personal.

Esta aversión no es un simple capricho o un síntoma de frialdad emocional; se trata de una respuesta compleja con raíces en la psicología individual, según análisis especializados.

Los cimientos psicológicos del rechazo al tacto

Un reporte basado en investigaciones actuales explora los motivos profundamente arraigados que explican por qué el contacto piel con piel puede resultar desagradable para ciertas personas. Lejos de ser una elección consciente, esta sensibilidad está frecuentemente vinculada a dos dimensiones psicológicas centrales: el estilo de apego desarrollado en la infancia y la presencia de ciertos rasgos de personalidad agrupados en lo que se conoce como la “tríada oscura”.

La aversión al contacto físico se define como la tendencia a experimentar el tacto de manera negativa, una condición que puede influir significativamente en la dinámica de las amistades, los lazos familiares y las relaciones de pareja. Para quienes la padecen, un gesto destinado a consolar o afirmar un vínculo puede interpretarse de manera opuesta, generando estrés en lugar de alivio.

Expertos explican por qué algunas personas rechazan el contacto físico | Foto: pexels

El peso del apego infantil en la vida adulta

Una investigación difundida en 2025 por la Universidad de Binghamton, y citada por publicaciones como Psychology Today, aporta datos concretos sobre este fenómeno. El estudio, dirigido por el equipo de Emily Ives, se basó en el análisis de 512 estudiantes universitarios, evaluando sus estilos de apego, rasgos de personalidad y su predisposición al rechazo del contacto físico.

Los hallazgos señalan que el “apego evitativo” es un predictor significativo de esta aversión. Las personas con este estilo de apego, que típicamente aprendieron en sus primeros años a evitar la dependencia emocional de sus cuidadores, suelen mostrar una mayor reticencia a aceptar abrazos, caricias u otras formas de intimidad física. En su experiencia, el contacto no necesariamente se asocia con seguridad o afecto, sino con una vulnerabilidad que prefieren eludir.

En el extremo opuesto, el estudio identificó que individuos con un “apego ansioso” pueden buscar el contacto corporal de manera intensa y, en algunos casos, coercitiva. Para ellos, el tacto puede convertirse en un mecanismo para buscar seguridad personal o incluso como una herramienta de manipulación dentro de la relación.

La investigación subraya que, en estos contextos, el contacto físico trasciende su función afectiva para adquirir una dimensión instrumental, pasando del cariño al control.

La influencia de la tríada oscura en la dinámica del tacto

Más allá de los estilos de apego, el estudio de la Universidad de Binghamton encontró una correlación entre la aversión al tacto y los rasgos de la tríada oscura: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Quienes presentan elevadas tendencias en estos rasgos suelen utilizar el contacto físico de manera fría y estratégica.

En estos casos, el objetivo no es la conexión emocional genuina, sino la afirmación de dominio o la creación de una barrera emocional. Una caricia o un abrazo puede ejecutarse no como un acto de afecto, sino como una forma silenciosa de marcar territorio o de reafirmar una posición de poder sobre la otra persona.

Expertos en el tema han ampliado esta perspectiva. La psicóloga clínica Ramani Durvasula, citada en The New York Times, explica que el tacto puede funcionar como un mecanismo de dominio cuando es ejercido por alguien con estos rasgos. Un gesto inesperado, como una mano en el hombro en un momento inadecuado, puede convertirse en una demostración de control más que en un ofrecimiento de apoyo.

De manera complementaria, Craig Malkin, profesor de la Universidad de Harvard y especialista en narcisismo, indicó al The Washington Post que el narcisismo puede impulsar a una persona a utilizar el contacto físico para obtener validación externa.

“Quien teme perder poder o estatus, puede buscar en la respuesta física del otro una confirmación tranquilizadora para su propio ego”, señaló. El contacto, en este escenario, se vuelve transaccional.

Es crucial aclarar que la combinación de un apego inseguro (ya sea evitativo o ansioso) con rasgos de la tríada oscura es lo que incrementa notablemente el riesgo de que las interacciones físicas se vuelvan conflictivas o coercitivas. De manera aislada, ninguno de estos factores es determinante, pero su interacción puede alimentar dinámicas relacionales problemáticas.

Hacia una convivencia respetuosa con la sensibilidad al tacto

Comprender la naturaleza variable y subjetiva de la sensibilidad al contacto físico es el primer paso para fomentar interacciones más sanas y respetuosas. En un entorno social como el mexicano, donde la proximidad física suele estar culturalmente normalizada, reconocer y aceptar estos límites individuales se vuelve particularmente importante.

La comunicación abierta emerge como la herramienta fundamental. Dialogar sobre los niveles de comodidad personal con los gestos físicos permite legitimar las necesidades de cada individuo sin generar juicios. Establecer límites claros y mutuamente respetados no es un acto de desconfianza, sino una práctica que protege el bienestar emocional y fortalece la confianza en cualquier tipo de vínculo, ya sea en el ámbito laboral, familiar o amoroso.

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La psicología demuestra así que, detrás de una simple preferencia por el espacio personal, pueden existir historias afectivas y estructuras psicológicas complejas. La clave para navegar esta diversidad de experiencias reside en el respeto mutuo, la empatía y la construcción consciente de relaciones donde el consentimiento sobre el propio cuerpo sea siempre el principio rector.

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