No es solo la comida: descubre por qué te da sueño después de comer
Un estudio señala que millones de personas experimentan este letargo independientemente de lo que hayan consumido.

Cada día, en oficinas y hogares de México, un fenómeno silencioso se apodera de la población laboral: un declive marcado en los niveles de energía, concentración y ánimo durante las primeras horas de la tarde. Este periodo, comúnmente conocido como el “bajón postalmuerzo”, es una experiencia universal que interrumpe la fluidez de la jornada y desafía la productividad.
Contrario a la creencia popular que señala al almuerzo como el único responsable, un reporte de Infobae señala que millones de personas experimentan este letargo independientemente de lo que hayan consumido. La ciencia, citada en profundidad por Science Focus, indica que las causas son más complejas y están arraigadas en nuestra biología, pero también existen estrategias prácticas para contrarrestarlo efectivamente.
El reloj interno: La verdadera raíz del cansancio vespertino
La explicación principal de este fenómeno no se encuentra en el estómago, sino en el cerebro. Específicamente, en una pequeña región del tronco encefálico llamada locus coeruleus. Esta estructura actúa como el principal productor de noradrenalina, un neurotransmisor fundamental para mantener un estado de alerta y atención óptimos.
La neurocientífica Dr. Mithu Storoni explicó para Science Focus que este núcleo cerebral funciona de manera similar a una caja de cambios. Su actividad fluctúa a lo largo del día: por la mañana nos ayuda a despertar, alcanza un pico de rendimiento y, de forma natural, disminuye su actividad alrededor del mediodía.
Esta caída en la producción de noradrenalina es lo que genera la sensación de somnolencia y la dificultad para concentrarse.
Este patrón responde a un ritmo biológico conocido como ritmo circasemidiano, un ciclo complementario al circadiano que ocurre cada 12 horas y predispone al cuerpo a un descanso en la mitad del día. El momento exacto y la intensidad de este bajón varían según el cronotipo individual: las personas madrugadoras lo sentirán más temprano, mientras que los noctámbulos lo experimentarán un poco más tarde.

Desmitificando el rol de la alimentación en el letargo
Aunque intuitivamente se culpa a una comida pesada o rica en carbohidratos, la evidencia científica sugiere que su papel es menos determinante de lo que se piensa. Un estudio histórico en ratas propuso que los carbohidratos aumentaban el triptófano, precursor de la serotonina y melatonina, inductores del sueño.
Sin embargo, investigaciones posteriores con humanos, como las del Dr. William Orr del Thomas N Lynn Institute for Healthcare Research, no hallaron diferencias significativas en la somnolencia tras comidas con distintos contenidos de carbohidratos.
Asimismo, la teoría de que la digestión “roba” sangre al cerebro carece de sustento científico, ya que el flujo sanguíneo cerebral se mantiene estable durante este proceso. Los expertos no descartan que el sistema nervioso entérico (el “segundo cerebro” del intestino) pueda influir, pero estos mecanismos aún no se han comprobado de manera concluyente.
La siesta: Un poderoso aliado para la productividad
Frente a la somnolencia, la solución más efectiva y respaldada por la ciencia es la siesta breve. Diversos estudios analizados demuestran que estos descansos cortos no solo mejoran el estado de ánimo y restauran la atención, sino que también podrían tener beneficios a largo plazo para la salud cerebral.
Una investigación dirigida por la Dra. Vicky Garfield de la Universidad de Liverpool analizó datos de miles de adultos y descubrió que quienes tenían el hábito de dormir siestas presentaban un volumen de materia gris comparable a tener un cerebro entre 3 y 6 años más joven.
Por otro lado, el investigador Omar Boukhris de la Universidad La Trobe en Australia comprobó que estas pausas mejoran la recuperación física y el rendimiento deportivo.
La clave radica en la duración. Los especialistas son enfáticos: una siesta debe ser corta para ser beneficiosa. Descansos de entre 10 a 20 minutos son ideales para recargar energía sin caer en un sueño profundo. La Dra. Garfield advierte que superar los 30 minutos puede conducir a un despertar con aturdimiento y menor productividad (inercia del sueño).
Además, un metaanálisis del Prof. Tomohide Yamada de la Universidad de Tokio asoció las siestas largas (de más de 40 minutos) con un aumento en el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 y otros marcadores metabólicos adversos, mientras que las siestas cortas no presentaron estos riesgos.
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Alternativas prácticas para quienes no pueden dormir
Para aquellos que no tienen la oportunidad de tomar una siesta, existen otras opciones igualmente válidas. El Dr. Alejandro Fernandez-Montero, de la Universidad de Navarra, sugiere que una caminata ligera de 30 minutos puede producir un efecto revitalizante similar al de un descanso corto, activando la circulación y despejando la mente sin interferir con los ritmos circadianos.
La Dra. Garfield recomienda realizar cualquier actividad relajante lejos del escritorio, como leer o escuchar música. Desde la perspectiva de la gestión del tiempo, la Dra. Storoni propone un reordenamiento de la agenda: programar las tareas cognitivamente menos demandantes para este horario complejo (como labores administrativas rutinarias) y reservar los desafíos intelectuales mayores para los momentos de mayor alerta, como la media mañana.
Los expertos coinciden en que la base para un día productivo es un sueño nocturno de calidad y suficiente. Gestionar el bajón de la tarde no requiere de soluciones extremas, sino de comprender los ritmos naturales del cuerpo y adaptar los hábitos para trabajar en sincronía con ellos, logrando así una jornada más equilibrada, productiva y saludable.
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