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Sobrevive al “feedback”

Dicen que el “feedback” es oro. Que hay que agradecerlo, buscarlo, valorarlo. Pero seamos honestos: cuando llega, muchas veces no suena a regalo, suena más bien a amenaza camuflada.

Es como ese “¿Podemos hablar tantito?” que raramente augura buenas noticias; aunque nuestra parte racional quiere aprender y crecer, hay una zona más primitiva del cerebro que escucha cualquier crítica como un rugido de león: “¡Corre o ataca!”.

Recuerda que el cerebro no distingue entre una amenaza física y una amenaza social; para el sistema límbico (la parte del cerebro que regula las emociones), una crítica puede sentirse igual que un zarpazo, y no es drama, es neurobiología.

Cuando recibimos “feedback”, no sólo escuchamos lo que se dice, sino cómo lo decimos, quién lo dice… y qué parte de nuestro ego se ve comprometida, porque a veces no nos molesta el comentario, sino la sensación de que el otro no nos comprende o no nos valora, y ahí es donde la cosa se complica.

Desde la imagen pública, no sólo se evalúa el contenido del mensaje, sino también el estatus, la relación y la intención del emisor; si sentimos que alguien “no tiene autoridad moral” para decirnos algo, cada palabra que diga llega contaminada emocionalmente.

Reflexión

Antes de bloquear el “feedback”, pregúntate: “¿Esto me duele porque tiene razón, o porque me recuerda una inseguridad?”; “¿Lo rechazo por inútil, o porque no quiero escucharlo de esa persona?”.

Este ejercicio, aunque parezca simple, puede marcar la diferencia entre quedarte donde estás o evolucionar profesionalmente; ahora bien, ¿cómo convertir el “feedback” en una herramienta real de crecimiento?

La clave está en cambiar el enfoque: si dejamos de verlo como juicio y lo pensamos como “coaching”, el peso emocional disminuye y ya no se trata de “qué hice mal”, sino de “qué puedo hacer mejor”; esa pequeña diferencia semántica tiene un enorme impacto en nuestra actitud.

Otro truco práctico es cambiar el momento y el formato: en lugar de esperar a que “nos den” retroalimentación, podemos pedirla activamente, pero no con la típica pregunta genérica de “¿Alguna sugerencia?”, sino con cirugía fina: “¿Hay algo que podría mejorar en cómo comuniqué esta idea al equipo?”; esto mejora la calidad del “feedback” y eleva tu imagen profesional.

Con inteligencia

Desde la sociología del trabajo, pedir retroalimentación es señal de apertura, liderazgo y seguridad; en términos de marca personal, proyecta a alguien en constante construcción: que aprende, que mejora y que no se quiebra ante una opinión.

Por supuesto, no todo lo que te digan será útil ni aplicable, y no pasa nada; lo inteligente no es obedecer cada comentario, sino experimentar: probar cambios, medir efectos y quedarte con lo que sume.

En el mundo de los negocios, quien domina el arte de recibir “feedback” tiene en su mano una ventaja competitiva; la retroalimentación con inteligencia emocional no sólo te hace crecer, también comunica algo muy poderoso: que eres una persona en evolución, lo que en el mundo actual vale más que cualquier perfección aparente.

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